Magnicidio (una fábula)
Escrito por Iván R. Méndez | X: @ivanxcaracas   
Jueves, 11 de Junio de 2009 20:13

Alcanzó la presidencia del país con tanta popularidad, que se dedicó a fastidiar a sus electores para construirse una oposición. Inició una serie de  largas peroratas en cadena de radio y televisión; liberó en las calles perros entrenados, por agentes iraníes, en el preciso oficio de morder tobillos y prohibió las importaciones de golosinas.

A pesar de eso, la gente continuó amándolo con pasión que sobrepasaba el 60% en las encuestas. Él decidió no entregarse ante esa ceguera que lo reducía a Santo Patrono. Malversó el dinero de las rentas públicas obsequiándole shows de fuegos pirotécnicos a los países más ricos del mundo, mientras sus electores apenas si lograban comprar pan y no  tenían otra diversión que soñar con el mar.

 Pasó una década y las mediciones lo ubicaban siempre sobre el 55%. Cinco de cada diez personas maltratadas lo seguían amando y encontraban las excusas más extrañas para justificar sus desplantes. Una mañana de febrero mandó a fusilar a todos los niños con caries visibles en su segundo molar de leche... Esa vez, lo sintió en el ambiente de palacio, la gente encajó mal el golpe. Ansioso, aguardó por los resultados de la encuestadora opositora, que le permitirían exilarse lejos de estos amantes fatales disfrazados de país. 

El resultado llegó: 51%. Se sintió atragantado por un amor tan grande y punzante como la espina más perfecta salida del océano. Esa noche, en cadena nacional, miró fijamente a la cámara y escupió a esos acosadores invisibles disfrazados de electores...

Al amanecer, se suicidó con un disparo certero en su ego.

 

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