Dos honores, dos divisas
Escrito por Santiago Quintero   
Jueves, 03 de Septiembre de 2009 09:06

altLejanos están ya los días en los que nació la Guardia Nacional; fue otro tiempo, otro lugar, otros, los nombres propios y otras las circunstancias. La condecoración del señor Benavides trae a nuestra memoria los hechos históricos y los confronta con la actual realidad de este componente de la Fuerzas Armadas Nacionales.
Como se recordará, el origen de nuestras fuerzas armadas se remonta al inicio de la dictadura de Juan Vicente Gómez. La estructuración de esta institución armada obedeció a la necesidad de poner un coto a lo que había sido, hasta entonces, la moneda corriente venezolana luego de finalizada la guerra de la independencia y que hoy registran los anales históricos patrios con el nombre de montoneras. Dueños de haciendas poderosamente económicos, por ambición o por quítame estas pajas con el gobierno de turno, un buen día reunían en el solar de sus predios a los peones, les montaban un máuser en las espaldas y cogían camino hacia Caracas, donde siempre han reposado los poderes públicos. Por cierto, solían ponerle a sus aventuras nombres pomposos que le dieran algún viso de justificación y siempre las llamaban Revolución, como La Restauradora, o también, La Libertadora.

La estructuración del ejército venezolano, centralizado, con un solo mando y una sola filosofía, puso fin a esa larga historia de guerras civiles y alzamientos, no sólo porque los venció militarmente, sino, también, porque introdujo una nueva cultura y una nueva doctrina en el manejo de los asuntos de la seguridad nacional.

En el difícil y complejo camino de ir estructurando unas fuerzas armadas modernas, tocó el turno a la Guardia Nacional. Ya había muerto el dictador y lo había sucedido en el poder el general Eleazar López Contreras. El proceso político no lo determinaba la instauración de una nueva dictadura sino, más bien, la organización paulatina de un período de transición hacia la democracia, proceso que iba a continuar, luego, con el gobierno del general Isaías Medina Angarita y el trienio adeco liderizado por Rómulo Betancourt y el escritor Rómulo Gallegos. No se trata de cualquier detalle; la Guardia Nacional nace como parte de ese período de transición hacia la democracia en el que era necesario visualizar las formas y maneras en las que el Estado debía garantizar la preeminencia de las nuevas instituciones que estaban por nacer, en una Venezuela moderna. Para ese entonces, el honor de guardar en sus manos la defensa de las instituciones democráticas constituía un lema con sentido histórico, un lema gritado por voces y gargantas que habían permeado la filosofía libertaria que ya se respiraba en las calles desde la insurgencia de la generación del 28.

Aquella Guardia Nacional no es la de hoy. Me refiero a su sentido histórico. La de hoy no tiene el sentido de la historia, como no sea la de querer complacer, a troche y moche, las iniciativas de destrucción de las instituciones que una vez juró defender. Son grises los nombres de quienes la dirigen, hasta el extremo del mismo Benavides, cuya más excelsa acción militar dejó el saldo dudosamente histórico de ancianos y ciudadanos golpeados e intoxicados con gas del bueno. Y estas heróicas batallas no son nuevas: todo el país recuerda la épica batalla en la que un guardia nacional, al mando del general eructo, aplicaba un contrazuelazo a una dama desarmada que manifestaba a las puertas de una empresa que estaba siendo ilegalmente allanada y su mercancía decomisada por aquel pelotón militar.

Son dos concepciones irreconciliables las que parten a la Guardia Nacional. La primera, la histórica, nació para defender las instituciones democráticas y a los ciudadanos. La segunda, la actual, prevalece para destruir las instituciones democráticas y adelantar una guerra declarada en contra de los ciudadanos y de la sociedad pacífica y plural que hoy se enfrenta a la instauración de un Estado totalitario.


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