Que lo cuenten, que no le cuenten…
Escrito por Enrique Pereira   
Jueves, 03 de Septiembre de 2009 08:32

altEl estado de cosas en nuestro país parece seguir una dinámica que produce grandes cambios cada día. En las últimas semanas se han venido desencadenando eventos que nos hacen ver claramente que caminamos, más bien corremos, hacía una encrucijada que será determinante en el rumbo de tomará este país

en las próximas décadas. Cada día más cerca del final, veo como cada día nuevos venezolanos rechazan esta insólita situación.

Un país que permitió que se destruyera su incipiente capacidad industrial, para depender de sus ingresos petroleros, bajo la conducción errática de los científicos socialistas del siglo veintiuno. La industria automotriz dando traspiés, la textilera casi inexistente, la petrolera pasando por sus peores momentos y casi cualquier otra que me atreva a mencionar no está mejor que hace diez años. La década de plata, a la que seguiría la de oro, no paso de ser de cartulina en aquellos bonitos gráficos que nos mostraron en televisión.  

Este es un país que ha permitido que la violencia alcance cifras inusitadas, sin poner un solo centímetro de pensamiento y acción para combatir esa tendencia. El año pasado más catorce mil personas perdieron la vida por motivos violentos. Es como si hubiese desaparecido la mitad de la población de Timotes. Las cifras de este año ya proyectan dieciocho mil muertos al tiempo que seguimos permitiendo que muchos policías vestidos de civil cometan toda clase de desmanes. La anarquía que ampara esta violencia parece promoverse desde arriba.

Este país, ha bajado la cabeza cuando han pisoteado sus derechos civiles y los sagrados límites que ampara la Constitución. Permitimos que hicieran leyes que habían recibido la negativa de un pueblo en referéndum. Les permitimos también que modificaran leyes que aseguren su permanencia en el poder. Permitimos mansamente que manejaran la oportunidad de demostrar que su plan produce resultados, que después de diez años, no se ven en ningún lugar. Permitimos que nos pusieran a pelear entre hermanos y a dejar de tolerarnos como seres individuales.

Los dejamos cambiar nuestra bandera, nuestro escudo, nuestra moneda y les permitimos también que las imágenes del Che Guevara, de Fidel Castro  y de desconocidos “proceres” de otras latitudes, colgaran en nuestras públicas oficinas, en nuestros cuarteles y en cuanto lugar se les ocurrió. Estamos a un paso de permitirles que la cara de nuestro presidente adorne nuestra cedula de identidad o la placa de nuestro vehiculo. Me da la impresión de que les dimos demasiadas oportunidades de demostrar que saben lo que están haciendo y que eso que están haciendo logrará que tengamos una mejor calidad de vida. Ya está bueno.

Yo no estoy dispuesto a seguir permitiendo que esto siga sucediendo. Esta es una decisión individual, llena de compromiso y llena de responsabilidades. Mi pluma seguirá denunciando y trabajando para alinear la conciencia de muchos venezolanos que aun pensando diferente, coinciden conmigo en la necesidad de parar este desastre. La protesta seguirá siendo mi bandera y con la protesta caminaré cuanta marcha, pequeña o grande se convoque en este país, sin importarme si tiene o deja de tener un resultado inmediato. Yo permitiré que me cuenten en la marcha, no dejaré que me lo cuenten, que es parecido, pero no es lo mismo.
Este viernes y este sábado tiene dos grandes ocasiones de levantar sus rodillas del piso y con los brazos al aire decirle al mundo de que tamaño es su venezolanidad, de que está hecha y de cuanta fortaleza está provista. La playa puede esperar, el país no. Chávez nos contará en las fotos que recibirá en su Blackberry.


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