Pobreza de vocabulario
Escrito por Gisela Ortega   
Jueves, 01 de Octubre de 2009 05:58

altVivimos un estado de grave deterioro, no sólo en lo referente a nuestra condición social de vida, sino también en lo ético, lo educativo, lo lingüístico, lo intelectual, y lo espiritual, hasta tal punto que llega incluso a afectar nuestra comunicación y nuestras interacciones personales. Esta profunda decadencia se percibe como un desgaste y descomposición que luce como un proceso acelerado que nos conduce a una situación de empobrecimiento, como individuos al perder el verdadero sentido de la vida, remitiéndonos a la subsistencia.

Vivimos una pobreza que no es sólo la económica, es la pobreza moral, la cívica, la de las buenas costumbres, la pobreza cultural, la del lenguaje. Y todo ello en un clima donde resalta cada vez con mayor fuerza la gran brecha que separa las personas que de alguna manera mantienen un cierto criterio de calidad y dignidad para su vida, de aquellas que no tienen idea, de que pueden plantearse unos objetivos viables en su existencia, haciendo abstracción, de los niveles sociales a donde pertenezcan.

En la actualidad pareciera, que los padres, representantes, educadores, y guías hubieran olvidado que su función principal es predicar con el ejemplo. Para lograrlo, hay que hacer un llamado a la propia conciencia del idioma con el que se expresan al utilizar un vocabulario, incompleto, ordinario, primitivo, y de muy baja extracción.

Esta ausencia de modelos nos lleva hacia un incremento del deterioro de la condición de vida, al observar que los niños, ya desde la etapa del preescolar, utilizan palabras soeces, comportamiento que se repite y multiplica a nivel de adolescentes y adultos, etapa a donde llegan habiendo perdido por completo la forma de expresarse correctamente y, por ende, recurren a expresiones vulgares, chabacanas, insolentes y desconsideradas.

Esta nueva incultura del lenguaje, ha hecho que muchas personas crean que para ser graciosos, sea necesario intercalar en su vocabulario una serie de frases y vocablos incultos, ordinarios y mensajes de doble sentido, aderezados con alusiones obscenas que generan situaciones muy difíciles de manejar y de las que sólo muy contadas personas logran salir airosas.

Una mujer debe cuidarse muy bien de no caer en este hábito. Si le gustan los chistes verdes, puede dedicarse a ellos con personas de su íntima confianza, pero nunca en rueda de amigos y mucho menos en reuniones sociales. Hay algunas que lo hacen para dar énfasis a una expresión, a una idea que están manifestando. Otras, porque su estilo, dicen, es “llamar cada cosa por su nombre”.

Pero se olvidan que las cosas generalmente tienen un nombre propio, sin necesidad de emplear el sinónimo vulgar.

Es oportuno recordar, que si en un hombre son desagradables y, a menudo incomodas las expresiones ordinarias, en una dama el espectáculo es totalmente desolador.

Muchas veces parece muy gracioso sacar del fondo del alma una exclamación subida de tono y como generalmente la gente se ríe al hacerlo, eso contribuye a que la persona se sienta que domina con su decir determinado escenario.

Pensemos por un momento, que el hacer sonreír a la gente en esa forma irreverente no es difícil, pero que se carcajean quizá más por la forma en que los ha escandalizado, que por la parte cómica de lo dicho. Esté usted seguro que, al llegar a su casa, esas personas comentarán sobre su vulgaridad y su falta de buenos modales.

Los padres deben cuidar especialmente de su forma de hablar frente a los hijos. Deben dejar a un lado los temas escabrosos y los dobles sentidos. Los niños son mucho más despiertos de lo que se piensa y en sus mentes pocos formadas, se van haciendo imágenes incompletas y erradas de los temas abordados en forma descuidada por no decir desagradable.

Recordemos que la mesura no reside sólo en el vestir. Existe también ponderación en los sentimientos, en el pensar y en el hablar. Si usted no lo tiene, reflexione que puede ofender a muchas personas, que si la tienen y que pueden encontrarse a su lado cuando se lanza a hablar con vocablos indecentes. Cuide su vocabulario, y si quiere ser gracioso, use la picardía con el tacto más grande y la más sutil de las finesas.


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