El año de la educación
Escrito por Luis Ugalde   
Jueves, 10 de Septiembre de 2009 09:41

altLa educación de un país es como la interpretación de una sinfonía; en la orquesta educativa hay un director, que es el gobierno, y muchos de los músicos también son del gobierno, pero hay otros muchos instrumentos e intérpretes que no forman parte de éste. Para que la ejecución sea exitosa, el director ha de armonizar a todos siguiendo una autoridad superior que es la partitura; el Estado con la Constitución es la partitura por la que todos los ejecutores y el director deben guiarse. Lamentablemente, hoy se quiere imponer una ley falseando la partitura y eliminando a muchos ejecutores; por eso son inevitables el desentono y la rechifla.

En agosto, frente al atropello de la ley, ocurrieron hechos increíblemente positivos que revelaron un país dispuesto a impedir que el Gobierno, actuando contra el Estado, secuestre en exclusiva para sí las demás corresponsabilidades educativas para llevarnos a una sociedad no democrática.

La educación nacional es una, variada y pública para formar personas y republicanos. La historia de Venezuela, y de otros países, demuestra que no puede haber buena educación democrática en manos exclusivas de los funcionarios del Gobierno (desde el ministro hasta la maestra de aula). La educación es demasiado importante y vital para que la sociedad renuncie a sus responsabilidades; tampoco puede quedar exclusivamente en manos de las familias o de los educadores.

¿Qué hacer?, se pregunta la gente angustiada. La respuesta parece clara: convertir el mal en bien haciendo que este sea el Año de la Educación.

Que cada uno de los millones de venezolanos, preocupados por la educación y por las amenazas contra ella, centre su atención en la escuela concreta, en el niño y el joven a quienes más vincula. A ese nivel todo el mundo, sin ser experto, tiene opinión, sabe distinguir el bien del mal y sufre las carencias.

Las preguntas fundamentales y primeras no son sobre la ley, sino sobre la escuela y la formación del niño. Hay que discutirlas y clarificarlas en miles de grupos naturales: ¿qué es lo mejor que tiene esta escuela? ¿Qué es lo más necesario para mejorarla? ¿En qué falla el Gobierno y en qué nosotros? ¿Cuál es la distancia entre esta escuela y el nivel y calidad exigidos por la Constitución Bolivariana? Estas y parecidas preguntas debieran hacerse en 25.000 escuelas con 300.000 educadores, millones de padres y otros tantos formandos (de acuerdo con su edad). Hay que pedir cuentas y responsabilidades al ministerio y a los funcionarios, pero desde el compromiso propio de familias y educadores, asumido en exigencia y apoyo mutuo.

La defensa de la educación democrática de calidad se hará de acuerdo con diversas capacidades: hay juristas que van a solicitar la nulidad de esta ley, las universidades activarán su autónoma responsabilidad orientadora y formadora, las facultades y escuelas de educación, los gremios docentes y la asociaciones de padres, los líderes políticos... Pero en asunto tan grave es clave la responsabilidad de familias, educadores y educandos en torno a su escuela. Una movilización nacional, con múltiples focos de reflexión y de estudio que converjan en el único objetivo de mejorar radicalmente la educación. Activarnos en torno a la escuela: universidades, docentes y expertos, saliendo de sus círculos habituales al encuentro con los padres y docentes para mejorar el desempeño y la gestión escolar; cada uno empieza reflexionando sobre "su" escuela y desde ahí levanta su mirada a todo el sistema educativo.

Muy especialmente debemos tener presente las 10.000 escuelas más pobres y deficientes, donde el fraude educativo es más grave, los docentes están abandonados y sus dolientes no tienen voz para defenderse. Muchos no ven el desastre y la desidia de la escuela venezolana porque carecen de término de comparación y el Gobierno sistemáticamente ha evitado mediciones internacionales comparables.

Los pobres de Venezuela con la escuela oficial actual están sentenciados a la pobreza perpetua; por eso los ministros y altos funcionarios no mandan a sus hijos ni a la escuela ni al liceo oficial.

¿Y la ley? Desde ese compromiso clarificado con la mejora de la escuela miraremos a la ley para ver si es pertinente. Lo que de ella sirva vivirá, y lo que es perjudicial nace muerto.


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