Los dones de la lectura
Escrito por Víctor Bravo   
Sábado, 27 de Agosto de 2011 10:05

alt¿Cuáles son los dones de la práctica de la lectura para la condición humana del humano ser? Quisiera destacar por lo menos cuatro...


LA LIBERTAD
Quizás el mayor logro de la modernidad sea el valor de la libertad. Si el hombre, como señalara Nietzsche, es el único ser vivo que, incompleto, desadaptado se resiste a la articulación fiel de los ritmos de la naturaleza, en esa resistencia parece brotar el ansia de libertad, estigmatizada por el poder en todas las culturas, y que brota como la flor azul de la modernidad.

Ese brote parece desplazar al sujeto desde la proposición asertiva, propia del siervo, e incluso desde la adjetivación, lugar del lenguaje donde el poder fabrica sus "verdades" en estructuras discursivas de la identidad y la propaganda, a la duda y la pregunta, en la configuración de la conciencia crítica.

En el amplio horizonte del valor de la libertad nacerá el relato emancipatorio y el brillo de las revoluciones, en un arco histórico que va de la realización al fracaso, donde la utopía muestra la imantación de una promesa de felicidad como antesala del horror de sus estructuras disciplinantes, y donde la libertad se ha sacrificado, diríamos parafraseando un verso vallejiano, sobre los dos maderos curvados de su beso. Doble vertiente que, tal como lo ha puesto en evidencia Adorno (Dialéctica de la Ilustración, 2002), históricamente ha producido horrores, que, hoy podemos decir, van de lo ecológico a lo político. Esta segunda vertiente parece llenar de contenido la frase de Goya: los sueños de la razón producen monstruos.

Frente a esto, desde la duda y la pregunta la modernidad y la postmodernidad resignifican la resistencia al poder y la puesta en evidencia de los límites de la verdad; los derechos a la condición humana y el valor del perspectivismo.

La libertad propició el nacimiento de las naciones y la conversión del siervo en ciudadano. En este horizonte, en su punto de complejidad, la libertad, como su contraparte el poder, como los ríos cuando ha llovido en desmesura en sus fuentes, tiende a rebasar sus diques y desbordarse, de allí que su contención sean los muros de la eticidad, la legitimación de instituciones autónomas y el reconocimiento de la ley. Los cauces civilizatorios medulares de la modernidad.

LA LECTURA

En ese horizonte, la lectura nace, primero, como instrumento de poder, fundamentalmente en las escrituras pictográficas, para luego, por arte de las escrituras alfabéticas, convertirse en práctica de libertad.

Si atendemos a las reflexiones de Havelock (Prefacio a Platón, 1994), las primeras escrituras pictográficas subordinaban el lenguaje al referente y producían un fuerte lazo identitario con lo real, en correspondencia con la exigencia de identidad que todo orden y todo poder exigen. La irrupción, con los griegos de la escritura alfabética iniciaría la ruptura de esa subordinación y haría posible el pensamiento abstracto, la filosofía, la literatura.

La escritura alfabética deberá esperar, no obstante, hasta la llegada de la imprenta para hacer de la lectura una práctica tal como la conocemos. La era Gutenberg convertirá el libro en ejemplar (es) y exigirá, más allá del guardián del libro manuscrito que se dibuja teniendo como fondo las verdades absolutas de la Edad Media, al yo plural de la lectura en el ejemplar. El lector moderno, que tendrá su primera configuración en la Ilustración y su más alta expresión en el siglo XIX, cuando las naciones, como lo señalara Habermas, hacen de la lectura Política de Estado para la constitución cultural de la ciudadanía: la práctica de la lectura se hace "una" con la figura de la ciudadanía y con el tramado civilizatorio de la libertad.

LOS DONES DE LA LECTURA
¿Cuáles son los dones de la práctica de la lectura para la condición humana del humano ser? Quisiera destacar por lo menos cuatro; en primer lugar, la distanciación: la distancia entre lector y mundo, que propicia la reflexividad y lo imaginario. Foucault decía en este sentido que entre el libro abierto y la lámpara se instala lo imaginario; segundo, la lectura es, siempre, el inicio de un viaje: viaje por los mundos que giran entre las dos tapas del libro y, de manera silenciosa e inesperada, sorprendente, viaje por el interior de nosotros mismos, en el descubrimiento de la subjetividad, tan importante en la modernidad como, dícese que lo ha sido el descubrimiento colombino del nuevo mundo; tercero, la ampliación de los parámetros de inteligibilidad que nos concede la lectura:

los sentidos, que, según Heráclito, son falsos testigos, se ampliarán, en resonancias de sentido. De este modo, la lectura permite la comprensión más allá de los horizontes ideológicos, si entendemos por ideología la verdad impuesta por un poder, tal como ha señalado Zizek (Ideología, 2007), en la intensidad inquisitiva de la duda y la pregunta, haciendo del mundo, para la mirada lectora, un libro; y del libro un mundo: la lectura de este modo, como señalara Blumemberg (La legibilidad del mundo, 2000) alcanza "un procedimiento auténticamente alfabético", hace "un deletreo del mundo" y hace posible la conciencia crítica, aquella que siempre interroga las determinaciones del poder y los absolutos de la verdad, aquella que, diremos haciendo uso de las palabras kantianas, nos ha despertado del sueño dogmático; finalmente, acaso en uno de los mayores hallazgos del romanticismo, la posibilidad de la conciencia estética, postulada por Friedrich Schiller en sus "Cartas para la educación estética del hombre": la percepción del mundo y de lo invisible, del otro y del yo mismo, desde la perspectiva de la sensibilidad, en la concurrencia de ese centro irradiante de revelaciones que es la obra estéticamente lograda. La lectura, al hacer posible la experiencia estética, hace posible la más alta experiencia de lo humano, donde la sustancia de lo invisible, como diría Lezama, donde la coralidad de hierofanías, como diría Eliade, brotan del poema haciendo de su decir la intima resonancia del decir de la oración a lo divino. La dimensión estética es heredera de la concepción sagrada de la escritura, propia de las escrituras pictográficas, a lo que la escritura alfabética habría renunciado.


EXPERIENCIA ESTÉTICA Y LO DIVINO
En algún momento el autor intuye que el poema que lee tiene un hilo secreto con la oración a la divinidad, y es un prodigio que, a diferencia de la lectura de conocimiento que pone en evidencia los territorios ocultos de la verdad, pero que siempre es un medio entre el sujeto del conocimiento y su receptor, la lectura estética asume la escritura artísticamente lograda como una maquina de significaciones, para utilizar la expresión de Deleuze, que se desprende de las intenciones del autor y se desplaza hacia un campo ilimitado de interpretaciones. En la "esfera estética" la literatura es, como diría Barthes (El grado cero de la escritura, 1953), "escritura"; y, en ella, especularidad, representación de los procedimientos, heterogeneidad, critica a la fijeza; pero la literatura moderna también es representación estética de la lectura: la lectura es el tema central de obras fundamentales de la modernidad.

Así por ejemplo en el Quijote, así en Las tentaciones de San Antonio; así en Bouvard et Pécuchet.

La lectura moderna expresará de este modo dos planos simultáneos: la práctica lectora del ciudadano que con ella realiza una práctica de libertad; y la representación estética de la lectura que hace de la comprensión una puesta en abismo de los fundamentos.

La lectura, en el hábito de su extrañeza, y en su dimensión reflexiva, en su capacidad de revelar en lo real fisuras, como diría Borges, o huecos como diría Lacan; en su ampliación de las capacidades de percepción para revelar incongruencias donde sólo se muestran homogeneidades, para desplazarse de lo mismo hacia multiplicidad de alteridades y experimentar, en un momento prodigioso de lo humano, la situación de pasaje, de tránsito entre un mundo y otros mundos.


EXPERIENCIA ESTÉTICA Y VERDAD

La expresión estética de la lectura hace del objeto estético el centro de las revelaciones, de las desmitificaciones del ser, de la sociedad, de la historia. Así, podríamos decir, que el Quijote le ha dicho a los siglos, y le dirá a los siglos mucho más de lo que quiso decir su autor. Ya Lukács ha señalado que la estética de la obra rebasa la ética del escritor, y, en ese rebasamiento, parece darse el reencuentro entre experiencia de conocimiento y experiencia estética. En su "Diálogo sobre la poesía" Hegel decía tener la certeza "de que el supremo acto de la razón, aquel en que ésta comprende la totalidad de las ideas, es un acto estético, y que verdad y bondad están íntimamente fundidas tan sólo en la belleza".

Un siglo después, Heidegger sintetizará esta intuición al decir que el arte realiza un desocultamiento de la verdad. La visión estética presupone de este modo la visión crítica, aquella que interroga no solamente los fundamentos del mundo sino también sus propios fundamentos, haciendo de la autoreflexividad y de la representación de los procedimientos, características que le serán fundamentales.


LA LECTURA EN LA ERA INFORMÁTICA
Para Havelock la escritura alfabética primero, y la imprenta de Gutenberg después, producen un cambio en la estructura del pensamiento. Es posible pensar que la era informática que empezó hace ya casi un siglo y que nos coloca hoy en el ojo de su huracán, está realizando cambios fundamentales. El valor del saber de la antigüedad que el anciano detentaba y que prodigaba en relatos electrizados a la comunidad en ritmos de repeticiones y frases ritualísticas y asertivas, fue desplazada por el valor del conocimiento que se sostiene en ese gran portátil que es el libro impreso y que por arte de la expresión estética se transformó, diríamos, utilizando la expresión de Leibniz, en mundos posibles; en desplazamientos de lo asertivo hacia la duda y la pregunta. La era informática parece desplazar al conocimiento y abrir la puerta grande a la información, prendiendo las alarmas de la conciencia crítica; desplazamiento, quizás podría decirse, a lo adjetivo y donde el poder regresa por sus fueros para imponer seductoras verdades, lejanas quizás de las verdades en sí, y producir fanatismos identitarios de las masas dominadas. Ya Eliot decía tempranamente "qué es este conocimiento que no me permite ver el saber; qué es esta información que no me permite ver el conocimiento".

En este contexto, el proyecto ilustrado del lector moderno, que, transformándose en Política de Estado, alcanza en el siglo XIX su máximo prestigio y posibilidad, parece iniciar un proceso de transformaciones y, quizás, llegar a su fin. Para los apocalípticos, diríamos utilizando las nociones de Umberto Eco, la experiencia de la lectura como práctica cultural y de ciudadanía tiende a desaparecer, como tiende a desaparecer el libro de la era Gutenberg; para los optimistas, libro y lector han iniciado un desplazamiento de la página a la pantalla, alcanzando transformaciones del libro y la lectura. Los optimistas ven en la desconfianza de los apocalípticos por ese desplazamiento, un parecido con la desconfianza que los hombres de la ilustración tuvieron ante el desplazamiento del libro manuscrito al libro impreso.

Lo cierto es que ante la derrota diaria en las estadísticas de la lectura y en el encendido múltiple y seductor de la pantalla, muchos de los logros de la condición lectora parecen precipitarse hacia el naufragio o la mutilación; y es necesario rescatar la fuerza social y cultural de la lectura para que, en acuerdo de titanes, página y pantalla convivan en lazos de tolerancia, complemento e interrelación.

Es necesario exigir que la práctica de la lectura sea una prioritaria Política de Estado, más allá de las políticas contingenciales de un gobierno u otro, entrañablemente unida a la estructura escolar y donde participen las instituciones democráticas, entre ellas la Universidad; y donde esas políticas estén inevitablemente unidas a las formas expresivas de la libertad.

TC


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