La crisis de las librerías en Venezuela
Escrito por Andrés Boersner   
Domingo, 27 de Febrero de 2011 10:09

altSe  ha escrito mucho en los últimos tiempos acerca de la muerte de las librerías tradicionales. La aparición del ebook y de las ventas en línea, a través de Amazon, son las dos principales causas que alegan los enterradores.

Una tercera causa sería el desinterés cada vez mayor hacia la lectura y el acercamiento a juegos e imágenes que no impliquen palabras. Es lo que opinan el Nobel de economía Gary Becker y, con más vehemencia, el jurista Richard Posner.

En Venezuela ni el e-book ni la venta en línea han tenido mayor desarrollo gracias al cerco cambiario que padecemos desde hace más de un lustro. Es mínima la oferta de e-books en nuestro país y pocos quienes lo han comprado en el exterior. La oferta de libros en español con este sistema es muy baja, lo cual limita aún más su masificación, por los momentos. La venta por internet de Amazon o la cadena de librerías que conforman Iberlibros se ve neutralizada por el ínfimo cupo de compras Cadivi por internet. Ni e-book ni Amazon representan peligro inmediato para las librerías venezolanas, pero sí lo son para las norteamericanas. El caso de Borders y Barnes and Noble así lo indican.

En los últimos años han cerrado librerías emblemáticas en nuestro país.

Sólo de Caracas vale recordar Divulgación, Macondo, Punto y Coma, Soberbia, Ateneo, Monte Ávila y ahora Lectura.

Otras perviven por el empeño de sus propietarios o han tenido que diversificar la oferta, sacrificando criterios de calidad y abriendo paso a la quincallería. En el interior del país la situación no es menos dramática. Hay ciudades como Puerto La Cruz donde el cierre de una librería de fondo implica casi la mitad del mercado. Y a la desaparición de las librerías hay que agregar una parte no visible para el público pero igual de dramática: el cierre o re-estructuración de distribuidoras. Litexsa y Mc-Graw Hill desaparecieron del mercado local y Random House Mondadori, Norma y Planeta minimizaron su presencia. Otras comienzan a deshojar la margarita. Las perspectivas en ningún caso son de crecimiento. Las únicas distribuidoras que se han mantenido son las que apostaron a la edición nacional. Eso es algo positivo pero la naturaleza de las ediciones, dirigidas al best-seller, la actualidad política, la auto-ayuda o narrativa local cubre una mínima parte de la demanda humanística y técnica que cualquier país necesitaría.

Las únicas librerías que han seguido abriendo sucursales son las del Sur, pero con el criterio de amplitud y selección que ya conocemos. La representación de editoriales latinoamericanas es pobre y la de editoriales venezolanas se limita casi a las del Estado y haciendo hincapié en una supuesta alternativa "al discurso hegemónico".

La crisis de las librerías venezolanas no es producto de la diversificación del mercado, como sucede en naciones emergentes o desarrolladas, sino de la contracción del mismo. La principal razón es que el acceso a los dólares de Cadivipara importar libros se volvió un viaje al fin de la noche o que los que tuvieron acceso a ellos, a los bonos o al mercado paralelo se arriesgaban sólo a los comercialitos de moda. Desde hace media docena de años son pocos los que se animan a traer las editoriales de prestigio en forma sistemática. No hay surtido de fondo sino de novedades, con temas y autores muy específicos. Ha sido el caso de Alianza, Técnos, Castalia, Gredos, Siruela, UNAM, Herder, Acantilado, Pre-textos, Paidós, Península, Abada, Siglo XXI, Trotta, Ariel, Crítica, Mc Graw Hill, Gustavo Gilli, Akal, Losada, Amorrortu, por nombrar unas pocas que resultan imprescindibles en el ámbito estudiantil.

Los libros de otras editoriales, como Fondo de Cultura Económica, se consiguen a cuenta gotas. La cultura de la fotocopia es la que reina y alarga la vida de los clásicos que mandan los profesores pero no multiplican las novedades mientras no exista un alma caritativa que las traiga de las bien surtidas librerías de Bogotá, Lima, Buenos Aires o Barcelona. Los enfermos de literatura se pasean todas las noches por las páginas de Internet de las librerías extranjeras, como si se tratara de páginas porno.

Los organismos que agrupan a librerías, editoriales y distribuidoras no han ejercido suficiente presión y las que están vinculadas al Estado mucho menos: parecen observar con beneplácito la desaparición de la iniciativa privada en el mundo del libro. Aún más: observan con pasividad como una editorial del Estado se devora a las demás, según el antojo del momento. El perro y la rana se convirtió de la noche a la mañana en la consentida, por encima de editoriales con un fondo tan digno como el de Monte Ávila o Fundarte. ¿Hacía falta fundar otra editorial en vez de reactivar las ya existentes? La maquinaria editorial del Estado no se da abasto en la publicación de folletos y pasquines de corte doctrinario, pero no con el espíritu crítico ni la amplitud que debería prevalecer. Los marxistas que no han leído a Marx, más allá del manifiesto y de un resumen de pocas páginas, deberían comenzar a hacerlo y propiciar los discursos que lo confrontan. Si Marx es tan bueno permitan constatar lo malos que son los otros, propicien su lectura. No deberían tener miedo a exhibir las debilidades del enemigo y contraponerlo con "la verdad". Observen a los camaradas de la Unión Soviética que no quisieron editar a ciertos escritores y encumbraron a otros. Hoy la historia pone las cosas en su lugar y conocemos a Ajmátova, Tsvetaeva, Bunin, Berberova, Esenin, Maiakovski, Pasternak, Bulgákov, sin la tijera de los censores. La imposición y empobrecimiento de las lecturas nunca ha sido buena consejera.

Leamos a Chomsky, si, a Petras, al bueno de Bordieu, a Castoriadis y no olvidemos a Gramsci ni a Lukács, pero denle también oportunidad a Popper, Hayek, Aron, Bernard Henri-Levy, Glucksmann, Dahrendorf y otros clásicos para hacer más plural la discusión. Lo pongo como simple ejemplo, para referirme al terreno teórico, que es el que más preocupa al Estado.

Todo esto para decir que el principal problema de las librerías del país tiene que ver con una torpe y errada política del Estado, en el suministro de las divisas y en el fomento de la lectura. Han querido resolver el problema a punta de realazos, en el peor estilo de la Cuarta República. Regalar o subvencionar libros a diestra y siniestra, sin criterio de calidad, amplitud ni creando un interés, más allá de la autoalabanza y el fin meramente populista, no conduce a lectores concientes ni críticos con la sociedad.

Orientar las lecturas por un solo camino tampoco. El silencio cómplice de los que, ligados al gobierno, no se atreven a plantear las cosas por temor a perder su parcela dentro del funcionariato oficial viene acompañado de la impotencia y falta de unión en el sector más afectado, que no encuentra receptividad a sus reclamos. La división y conflicto de intereses de las partes se aprecia sobre todo cuando organizan sus ferias del libro por separado, cada vez más pobres y reducidas.

Este es un problema de espacios que se pierden y que estaban dedicados a la divulgación de conocimientos, a la confrontación y placer del hecho cultural. Si la muerte de una Catedral es asunto de la Iglesia y sus feligreses la muerte de una librería es asunto del gremio y sus dolientes: escritores, académicos, profesores, estudiantes, intelectuales en general y aquellos que se denominan ratones de librerías. Estos ratones ya deberían saber quién se ha llevado su queso y no seguir peleándose por los restos. Es hora de recuperar terreno y defender el que queda. La inercia y el conformismo son la perdición.

TC


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