Oscar Yanes y las historias cruzadas en torno al golpe a Delgado Chalbaud |
Escrito por Iván R. Méndez | X: @ivanxcaracas |
Lunes, 07 de Febrero de 2011 00:30 |
Rafael Simón Urbina (Falcón, 1897-Caracas, 1950), el enemigo más acérrimo de Juan Vicente Gómez, repetía constantemente que para gobernar a Venezuela “hay que saber amarrarse los pantalones”. Esa afirmación, asevera Oscar Yanes, aún se aplica en la política venezolana… “La verdad sobre el asesinato de Delgado Chalbaud” (Planeta, 2010) presenta temas que parecen distantes en el país: el valor de la palabra, el honor y la intrepidez. Aunque el título delinea el contenido (los antecedentes, la perpetración y algunas supuestas razones tras el asesinato del Presidente de la Junta Militar de Gobierno), el veterano Yanes sabe como abrirnos senderos alternativos de la historia. El periodista nos sumerge en una lectura apasionante: la de nuestro siglo XX poblado de civiles que luchan por la libertad, por el respeto y, por qué no, por algunas formas de poder. La palabra clave es “civil”, pues algunos de los hombres con quienes convivirá el lector por más de 300 páginas son campesinos falconianos, tipos brabucones que no bajan la cabeza y no les tiembla la mano para repartir machetazos. Ese sendero narrativo lo dicta la voz de Pedro Antonio Díaz (Coro, 1922), personaje emblemático y accidental de ese golpe militar de 1950, que terminó por atornillar, por casi una década, al corrupto y caprichoso Marcos Pérez Jiménez. Sobre Rafael Simón Urbina “Vino al mundo en Cumarebo, 1897, y todavía era un niño cuando supo que su padre, el general Antonio Urbina, había muerto en el Castillo Libertador bajo la férrea y joropera tiranía del Cabito o Restaurador… “ A los 17 años tomó la gobernación de Caicara del Orinoco. Urbina organizó, a lo largo de su vida, diversas incursiones armadas en la sierra falconiana. Persiguió y castigo a quienes lo traicionaron con Juan Vicente Gómez. Betancourt nunca le perdonó por lago que pasó en La Habana (quizá el comunismo visceral de Rómulo versus el anticomunismo del caudillo hicieron circuito). En algún momento decidió tomar Curazao con 50 hombres, 150 dólares, cincuenta machetes, algunas pistolas y dos hachas, lo hizo “para que venguemos los ultrajes que nos han inferido a mí y a todos mis compañeros en esta maldita isla”… Tomado el fuerte, se sumaron otros 300 venezolanos a la intentona, que culminó con la entrega de todo el arsenal por parte del gobernador. Sus aventuras lo llevaron a Panamá, República Dominicana (aquí planificó tomar la isla, derrocar a Trujillo y tomar todo el arsenal para regresar a combatir en Venezuela… Pero el dictador lo descubrió y le pidió irse de la isla, “¡no lo mando a fusilar porque yo no le voy a hacer ese favor a Rómulo Betancourt!”), Colombia, Aruba… Antes del golpe Urbina le dijo a Pedro Díaz, la noche antes del golpe que luego de tomar a Delgado y sacarlo del país, irían por Llóvera Páez y Pérez Jiménez, ese era el plan ideado por un doctor que citó Urbina, pero que Díaz no recuerda. Dijo Urbina, “yo estoy contra todas las dictaduras, porque yo fui una víctima de Juan Vicente Gómez y mis familiares sufrieron por culpa de ese bandido. Si éstos —en abierta referencia a los comandantes— se mantienen en el poder será Venezuela una dictadura eterna, porque esta gente es muy inteligente y no tienen los mismos intereses que tenía Juan Vicente Gómez”. El golpe Rafael Simón Urbina, su mujer y los falconianos, secuestraron al Presidente apenas salía de su casa en el Country Club. Iba sólo con chofer y un motorizado. Lo llevaron a la quinta Maritza en Las Mercedes, para retenerlo un par de días y luego sacarlo del país rumbo a Francia. —Delgado Chalbaud: “General Urbina, ¿qué pasa? Nosotros no entendemos… Dime lo que está pasando” —Urbina: Comandante, conmigo no tiene usted nada que hablar. Usted va a hablar ahorita con el comandante Marcos Pérez Jiménez. Llegando a la casa, a Díaz se le escapa un disparo (la hija mayor de Urbina asegura, en los anexos del libro, que Díaz jugaba para los dos bandos, arrojando dudas sobre el relato idílico del falconiano) y le destroza el tobillo a Urbina. A partir de allí todo se descontrola. Delgado intenta desarmar al primo de Urbina, Domingo, mientras su edecán (Bacalao Lara) mira sin intervenir, y Carlos Mijares (chofer del auto) tiene encañonado a Pablo Aponte, el motorizado-escolta, que temblaba de pies a cabeza. Delgado está a punto de someter, a patadas, a Urbina, y es allí cuando Díaz le pide que se detenga o tendrá que dispararle… Hasta que lo hizo… (estas secuencias están graficadas e ilustradas en el libro)… Urbina, herido y consciente de que fue embarcado en esa aventura golpista, se traslada a la casa del doctor Franco Quijano y envía a su mujer e hijos a la Embajada de Nicaragua (en Altamira). Luego llega a la Embajada, amenaza con suicidarse, su hija le quita la pistola y se entrega. El golpista es trasladado a la cárcel del Obispo, pero a las once de la noche lo saca una comisión de la Seguridad Nacional y lo asesina a tiros. El FBI Relatan los corianos que fueron abordados por un inspector del FBI, que fue invitado a investigar el homicidio de Delgado. En pleno Tribunal de Baruta, le dijo a Díaz y sus cómplices: “Declaren sin perjudicarse ustedes y sin dañar a nadie. No compliquen a nadie y no se compliquen ustedes, porque si alguien sale perjudicado, se les aplicará la ley de fuga”. Comenta Díaz, “yo escuché todo aquello en silencio y comprendí que lo mejor era llevarse por los consejos del gringo. Además, ya se veía que nadie tenía interés en aclarar nada y que como dicen ahora, parece que la línea era ‘hacerse el loco’, pues no presionaban a ninguno para buscar más datos”. Historias cruzadas Este libro no se agota en el único magnicidio en la historia venezolana, sino que se adentra en historias cruzadas (la invasión de Cumaná por parte de Román Delgado Chalbaud; la invasión con el “Falke”; historias de la cárcel Modelo; la versión, muy sentida, de la hija mayor de Urbina; informe del patólogo, entre otras) que trazan un itinerario que aún hoy no culmina: la tensión entre la visión militar-autoritaria y la del pueblo civil, incómodo primero, y rebelde después, ante esa enfermedad de poder.
Así es Oscar Yanes |
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