Prólogo a "Vivir dos veces despierto"
Escrito por José Rafael Revenga | @revengajr   
Lunes, 06 de Septiembre de 2010 08:11

altEn ocasión del centenario del nacimiento del eminente filósofo navarro-venezolano Juan David García Bacca (1901-1992). El Banco Central de Venezuela editó un maravilloso libro, “Vivir dos veces despierto” con aportes intelectuales de cinco colaboradores hispanos y cinco venezolanos. A continuación presento el prólogo con el cual contribuí al homenaje:

El patrocinio de esta obra conmemorativa por parte del Banco Central de Venezuela es muestra de una excepcional y ejemplarísima iniciativa la cual estoy convencido hubiera sido acogida por el homenajeado con respetabilísimo deleite y agradecimiento sin mesura. Los  lectores de la misma, a su vez, no dejarán de entrar en resonancia íntima con dicha postura del filosofante.
La amalgama de colaboradores presentes en este volumen proviene de diferentes disciplinas, exhiben enfoques disímiles y son oriundos de dos continentes pero de una sola comunidad.  De  allí la plusvalía que brindan al proyectar una imagen fractal de uno de los grandes genios del filosofar transfigurado con vocablo y timbre castellano.

“¿Qué es eso de filosofar?” se pregunta Juan David García Bacca al extender el interrogante a quien quiera cruzar espadas e ideas con él. “Ser filósofo…es vivir dos veces despierto, es una vigilia de segunda potencia”. Por ende, el hombre ordinario –y todos lo somos en algún grado y durante buena parte de nuestra vida- vive en estado de sueño y como tal, vive soñando: “Los hombres despiertos, en primera potencia, no pasan de sonámbulos”.
El pasar del ”dormir” que acompaña el discurrir de nuestras vidas diarias al “filosofa” no es cualquier despertar o desperezarse de una primera potencia a la cual estamos acostumbrados por reflejo vegetativo innato y adquirido. Involucra una maroma peligrosa, una pirueta acrobática extrema y un audaz lance taurino que infunden un auténtico pánico vital. Pues se requiere dejar de ser sonámbulos, desplazarnos de nuestra habitual querencia, arrancarnos del embotamiento cotidiano para acceder “a este nuevo grado de vigilia que es el filosofar”. Y la reflexión propia a este revivir nos lleva al asombro, a la admiración, a lo desconocido y misterioso de las verdades vitales, a un morir a la finitud para dejar hablar al ser.  

Si es ocupación de pocos, todos –si se atreven- pueden vivir esta vida al cuadrado, este re-vivir catapultado  logarítmicamente a la n potencia. Sin embargo, la mayoría tiene miedo a pensar por cuenta propia, a ser de otra manera y prefiere asirse a tinglados y andamiajes supuestamente definitivos.
El filósofo “en realidad de verdad” no puede escapar a este desafío disparejo pues entonces dejaría de vivir vida que merezca ser vivida: “fuerza me es vivir filosofando  y ejercitándome a mí mismo y a los demás”, decía Sócrates según lo relata Platón y lo cita García Bacca.

En cuanto tal, filosofar no es armar encumbrados sistemas conceptuales sino ejercer el oficio impuesto de “trabajar en ciencia, técnica y economía política”.
Y en verdad, el filosofar es, antes que otra cosa, una invitación, mejor aún, una incitación a una faena vital, “a un poner en movimiento al hombre entero, comenzando por los pies, por lo que de él toca a tierra”. Nuestra facultad de re-flexión nos permite golpear lo concreto y hacer saltar y re-saltar ideas e interrogantes. Nos lleva a indagar sobre el sentido del y  “ser se dice primeramente de vida humana, por ser la única realidad que en su realidad  misma nos está conscientemente dada”.

El filosofante no es un prestidigitador de conceptos ni un malabarista quien juega con ideas. Al contrario, se vuelca a la búsqueda permanente de una re-velación que surge en sí mismo. En este camino, García Bacca de, deja a un lado al filosofar tradicional con su afán de comprensión y de interpretación y empeña al filosofar en la tarea vital y reflexiva de transmutación, transformación, transfinitud y, por último, de transustanciación del hombre.

En fin de cuentas, nuestra reflexión es una potencia de transfinitar todo y filosofar es empujar, en todos los órdenes y en todas las cosas, límites “pretendidamente infranqueables”. Es la acometida vital del ser propio del hombre, del existente concreto, quien se obliga de lance en lance en el combate por transfinitar cada tipo de finitud. De ser así, sería vida de verdad.
En términos más sencillos, “la aventura de hacerse ser hombre es que el hombre se cree a sí mismo, se vaya inventando nuevas maneras de serse; y no esté atascado desde siempre y para siempre en una sola definición… que el hombre no tenga esencia; que tenga historia…el hombre es invento, tal sería la única definición buena de hombre… y que el hombre sea inventor –en todos los órdenes: de técnico, por político…a religioso y científico… -es el dato básico típico de la antropología actual”.

Si filosofar es asumir un trance existencial, García Bacca en cuanto lidiador de reses filosóficas bravas lo vivenció con un temple, con un trapío poco visto. Como se dijo de Juan Belmonte, “mando la embestida desde su origen hasta la conclusión de la suerte”. Durante toda su trayectoria vital como aspirante a sabio matador de retos filosóficos, supo pararse de pie y dominar los secretos que provocan la arrancada.  García Bacca siempre prefirió al toro filosófico noble, aquel que se viene y no se queda. El que embiste por derecho y se arranca, carga y acomete.

En el “hondón de fondo” quien filosofa es un alquimista fino pues transforma la luz, apenas entrevista en las tinieblas del vivir, en palabras taumatúrgicas y a éstas las convierte en haces de luminosidad para así vencer la opacidad del ser y entrar en el trasfondo de la realidad, en la realidad más radical.

Dicha acción aspira a dar con el ser trasluciente: la aparición auroral de lo invisible que si bien se ofrece como regalo también se resiste a ser plenamente luminoso. La paradoja fundamental reside en que la luz se hace presente en lo invisible mientras que lo visible sólo sirve como vislumbre de un resplandor que nos alumbra pero el cual termina por encandilarnos para así poder ocultar su diafanidad. El filosofante se ve obligado a hacer suyo el inicio del trayecto descrito por Cervantes: “la del alba sería cuando Don Quijote salió…”

Por un cuarto de siglo, Juan David García Bacca fue profesor de la Universidad Central de Venezuela, a partir de su llegada a caracas en 1946, y por unos quince años del Instituto Pedagógico Nacional. En Venezuela publicó decenas de libros y centenares de artículos e inspiró a legiones de profesores y estudiantes. En  nuestro país le fue acordado en varias ocasiones el reconocimiento público formal. También le fue prodigada la valoración espontánea no sólo por su fulgurante audacia intelectual sino en igual medida por su cortesía y caballerosidad personal.
Sus obras siguen siendo editadas en nuestro  y en él su nombre se menciona frecuentemente, siempre con admiración y en algunos casos con reverencia. Esto último le hubiera desplacido profundamente. Como venezolanos hemos refutado, en el caso del amigo, el casi-dogma de “vox clamantis in deserto”.

Por el contrario, en España, no sólo a causa de la lejanía sino primordialmente por el regimentamiento político de casi cuarenta años. García Bacca no se hizo presente ni en persona ni editorialmente hasta su retorno a Madrid en 1977. No obstante, desde ese entonces muchos se han dedicado a reconocer su persona y a propagar su obra. En 1982 le fue otorgado el máximo galardón civil de la orden “Isabel  la Católica” y en ocasión del reciente centenario de su nacimiento, diversas actividades han contribuido a mantenerlo “a flor de piel” en la atmósfera cultural hispana.

Me complace insistir de nuevo en el significado de la aparición de esta obra “Vivir dos veces despierto”. Con ella, el Banco Central de Venezuela y la Fundación Juan David García Bacca se han hecho portadores de la bondad de haber fusionado las dos patrias del peregrinaje vital del eminente pensador.

Asumiendo gracias que no me competen y con todo atrevimiento estiro, en mínima medida, un famoso verso del Cantico espiritual al cual tantas veces se refirió nuestro filósofo, para así manifestar su legado de que rebosemos de vida:


“Mil luces derramando
Pasó por estos sotos sin presura
Y, yéndolos mirando,
con sola su figura…
vestidos los dejó de su andadura”


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