La felicidad. Ser y estar
Escrito por Alirio Pérez Lo Presti | X: @perezlopresti   
Martes, 10 de Septiembre de 2024 00:00

altCuando José Ortega y Gasset señala que el hombre es el único ser “constitutivamente infeliz”,

se apega a la tradición de pensadores que consideran que la felicidad es un estado ilusorio, alejado de la condición humana.  Esta tradición de asumir que la felicidad y la existencia se encuentran reñidas, se halla enclavada en lo civilizatorio y aparece en las más variadas tradiciones. Desde lo mitológico hasta en la reiterativa representación de la pérdida del paraíso terrenal como castigo divino, señalada en la instancia religiosa occidental.    

Se exalta en la edad media cuando se preconiza la idea de que el mundo es un valle de lágrimas, y con sus múltiples altibajos, el siglo XX es el culmen de la materialización de los alcances de la autoagresividad humana, materializándose con dos guerras de alcances mundiales, una de las cuales tiene el sello imborrable de la significancia y el poderío de las armas nucleares. Nada más que el cuño de dos bombas atómicas poseen la marca de Caín propia del siglo pasado.  

Celos, rivalidades, traiciones, intrigas, mentiras y transgresiones son parte de lo humano, descrito por personalidades que van desde Buda y su cruzada por hacer desaparecer el deseo, hasta Sigmund Freud, quien encuentra en la pulsión propia del placer, un punto de encuentro con las creencias orientales.  En términos generales podríamos decir que existe una especie de exaltación de la infelicidad como manifestación análoga de lo humano, dejando a un lado el ideal de felicidad como algo insulso y poco atractivo para quien se dedica a reflexionar sobre el tema. No es casual que los libros que más se venden son los que preconizan la fórmula para alcanzar la felicidad, casi todos llenos de banalidades y asumidos con una superficialidad que aburre. La razón es simple: Se intenta buscar una especie de receta casi mágica que potencialmente pudiese servir para todos a efectos de alcanzar ese estado tan anhelado.  

Una de las cosas que caracteriza lo humano es el ansia de añadirle sabor a la vida, al punto de crear estados de malestar y desazón en una paradójica necesidad de darle sentido a lo vivido. Es frecuente escuchar expresiones como las que señalan que “la angustia es la sal de la vida”. Sin embargo, no siempre ha sido así en el mundo occidental y no faltan los intentos por atrapar la posibilidad de llevar una vida feliz. Luego de Aristóteles, surgen en el mundo griego varias escuelas de pensamiento que se trazan como fin precisamente la felicidad. Incluso se asienta que la filosofía es una disciplina que debe servir para hacer al hombre feliz. Desde Epicuro de Samos (341 a.c.) y los epicureístas, quienes desde la escuela denominada “Jardín”, exalta el cultivo de los placeres no autodestructivos como el camino para alcanzar la felicidad, hasta  los estoicos, cuyo máximo representante es Zenón de Citio (301 a.c.), preconizando el ejercicio de la razón  y el control de las pasiones como camino para ser feliz.  A pesar de toda esta tradición, el tema de la felicidad pasa en ocasiones por ser asunto para tontos y desentendidos que se plantean alcanzar una especie de sucesión de condiciones espasmódicas, de insulsos “instantes felices”, como si se tratase de una sección de fotografía en la que por momento sonreímos y la mayor parte del tiempo nos apesadumbramos.  

Un lastimoso fracaso por intentar comprender la felicidad se halla precisamente en la denominada “Psicología positiva”. Tratando de apegarse al tema del “bienestar psicológico”, termina siendo semillero de superficialidades que ni siquiera llega al nivel de “autoayuda”. Ser superficial puede convencer. Difícilmente trascender. La denominada “Psicología positiva” es un refrito que trata de imponer antiguas proposiciones como si fuesen originales. Muy estadounidense por su pragmatismo y carencia de profundidad conceptual, a duras penas intenta proponer paliativos antidepresivos y asume la creatividad como una especie de laborterapia banal.  Acercarse a los lados más sombreados de lo humano sigue siendo la única manera de penetrar y doblegar su condición mórbida, trampolín que permite franquear la psiquis y sondear posibles escenarios de salubridad.  

Como tanto se ha insistido, muchas veces la historia del pensamiento pareciera ser una serie de notas a pie de página de los textos de Platón. La libertad y el conocimiento son a mi modo de entender eso que llaman felicidad. Libertad de ser conscientes de nuestros actos y deslastrarnos de las más primarias creencias; y el conocimiento que nos permita ver desde un poquito más alto la globalidad de los asuntos. Todo lo cual deriva en una disciplina inquebrantable que induzca el cultivo de los dos pilares de una condición que sobrepasa el simple instante. “Estar feliz” es asunto de un rato. “Ser feliz” es cuestión más ambiciosa en la cual una disciplina de vida puede abrir las distintas puertas que se nos presentan en las diferentes etapas de nuestra existencia.

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