Estos días de final del año representan un tiempo de balances, de lo positivo y de lo negativo, ya que una parte sin la otra no existiría.

Lo negativo nos permite darnos cuenta de lo buenos que llegan a ser los momentos positivos.

En estos días me encontré con la maestra Margarita. A esta apreciada educadora aprendí a admirarla porque fue una gran luchadora por la educación de sus alumnos que fueron sus hijos del afecto y por la formación de sus dos hijos de la sangre a quienes acompañó también en el crecimiento y la formación de sus cuatro nietos. 

El encuentro con la admirable maestra Margarita me revivió el eterno recuerdo que llevo de «Mi Nona Margarita», una abuela con actitud positiva capaz de  superar todos los impedimentos y los obstáculos. 

La maestra me comentó las dificultades que le ha tocado vivir en estos tiempos. Me dijo que esta era una estación en la  que sin duda «Hemos tenido que aprender a adaptarnos con rapidez, a tener paciencia y a darnos cuenta de lo valiosos que son los pequeños momentos que la vida nos ofrece y que, por estas horas van a faltar».

Me aseguró que en esta Navidad y Año Nuevo, ella no tendrá compañía. Hoy los hijos y los nietos residen  más allá de los linderos de la patria, por eso tomó el verso de Andrés Eloy para señalar que este año al exprimir las uvas del tiempo «sobre el recuerdo de la viña seca, / siento que toda la acidez del mundo / se está metiendo en ella, / porque tienen el ácido de lo que fue dulzura / las uvas de la ausencia...».

La maestra Margarita sigue siendo tan maestra. El diálogo se convirtió en una lección para este tiempo. Sostenida hasta el final por el poder de su esperanza, ella hunde su fe en esa vigilia colectiva de los que esperan aquí y ahora una tierra nueva, sin bajar los brazos.

Ella como otras abuelas vivirá esta estación en la cual «La noche estará ebria de silencio y los guiños multicolores e  intermitentes de la guirnalda y del árbol de navidad intentarán derrotar la oscuridad».

Me dictó una cátedra de esperanza al asegurar que «En el fondo, la Navidad es una fiesta de luz, se trata del fulgor que aclara la oscuridad de nuestras vidas»...

Era la exhortación para  procurar que este tiempo sea algo especial en nuestra existencia... Es necesario mirar con actitud positiva el futuro, aunque parezca incierto, porque el porvenir será lo que hoy construyamos... Depende de nosotros mismos.

Esta estación se ilumina con la palabra esperanza. Es esa la luz  que nos hace salir de nosotros mismos y de nuestros egoísmos, para  alzar la cabeza y ver el futuro. El recién nacido en la pesebrera  de Belén  nos ilumina el camino,  nos hace ver lo que ya está creciendo —poco o mucho— y nos invita a arremangarnos, nos da un propósito cargado de ilusión. 

En este tiempo, puede que encerrados y sin perspectivas, «hartos de todo y llenos de nada», convertimos esta estación navideña en un tiempo de tristeza y oscuridad, cuando tenemos la palabra liberadora que es luz y horizonte. 

Afirmamos con la maestra Margarita que «La Navidad también tiene que ver con la luz que llevamos dentro. Cuando nos acercamos a la «Pesebrera de Belén», desde el establo recibimos el mensaje de que por muy dura que sea la vida o por muy oscura que parezca, siempre hay esperanza si miramos con suficiente profundidad dentro de cada uno de nosotros mismos. Esta es una hora luminosa si recordamos nuestra fuerza interior y renovamos nuestras convicciones a pesar de las circunstancias.

Asegura el evangelista como unos ángeles se acercaron a unos humildes pastores que durante la noche vigilaban sus rebaños y les anunciaron: «Hoy les ha nacido un Salvador». (Lucas 2,11).

Hagamos sitio a la luz, para ser verdaderos discípulos del niño que nació en una pesebrera para iluminar nuestra vida.Vamos a "Encender nuestra luz".

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