Una chica y una guitarra
Escrito por Alirio Pérez Lo Presti | X: @perezlopresti   
Martes, 12 de Septiembre de 2023 00:00

altDon Pedro trabaja doce horas al día.

A veces, mientras trabaja, se pregunta para qué lo hace, asunto que no deja de parecerle sonso pues es bien sabido que es de necios conformarse con ser un mantenido del sistema cuando por esfuerzo propio se pueden lograr las cosas y alcanzar los sueños. Siente desprecio por los parásitos sociales, esas personas que viven de los demás, ya sea ostentando un cargo de servidor público o suplicando donativos en las calles. A Don Pedro, ese tipo de gente le asquea. Cuando se le viene a la cabeza la idea de que trabaja mucho o se fatiga por tantas horas dedicadas a laborar, recuerda que los parásitos existen y se inspira para seguir trabajando. Tal vez no sea un hombre feliz, después de todo. 

 

Compromisos creados, placeres adquiridos

Don Pedro ha sido ordenado en su vida. Casado y con cuatro hijas, la disciplina ha sido su manera de enfrentar las adversidades. Se despierta muy temprano y antes de permitir que la primera idea aparezca en su cabeza, ya está probando el primer sorbo de café de los muchos que va a tomar cada día. Conocedor del café desde edad muy temprana, sabe degustar cada infusión de las presentaciones arábigas que bebe con deleite. De los pocos placeres que no se priva es el de tomar café, al punto de que ha adquirido cierto carácter obsesivo su colección de variedades infinitas, a las cuales saborea con un goce que pocos llegan a adquirir. Don Pedro y el café van de la mano. Cuando su esposa va al mercado, se esmera en seleccionar los mejores granos, por lo que en su casa el buen café nunca falta. De la necesidad de tomar café y llevar su pujanza hacia adelante está hecho Don Pedro. 
 

Esfuerzos de gente común

Con gran esfuerzo, Don Pedro destina una parte de su salario en cuatro mesadas iguales para cada una de sus hijas. Ha fomentado en ellas la idea de que deben aprender a manejar el dinero en forma responsable, sin gastos superfluos o innecesarios. Piensa que realizar una buena administración desde temprana edad propicia el compromiso con lo que se va a hacer en función de futuro y obliga a las personas a ser prevenidas y precavidas con sus finanzas, lo cual, en su mente, es extrapolable para todos los aspectos de la vida. Quien administra bien, vivirá bien, piensa, mientras prueba lentamente el café de la tarde, cuando se toma una pausa en su trabajo. Nada se le ha dado fácil en la vida, por lo que calibra a cada persona que conoce de acuerdo con la manera cómo conduce sus finanzas de la cotidianidad. 

 

Gente botarata y tacaños de formación

De joven, recorrió medio planeta mientras trabajaba haciendo oficios rudos en barcos mercantes. Conocedor del espectro de lo humano, pone por encima a su familia y apenas tiene un par de amigos con quienes toma café y habla de lo humano y lo divino los sábados por las tardes. Para él, las aventuras quedaron atrás. Cada una de sus hijas tiene su personalidad definida y constituye un orgullo del cual tiende a sentirse satisfecho. Piensa que ha enseñado valores en su seno familiar, pero, sobre todo, sabe que en su vida el ejemplo supera a la prédica: Es una persona correcta y ordenada. Por eso, se sorprendió tanto cuando una tarde, la tercera de sus cuatro hijas, que acude a clases en nivel medio y suele ser madura en sus acciones, llegó a casa con una guitarra y le dijo a su padre que se la había comprado con la totalidad de la mesada y que iba traer felicidad. Ella se comprometía en hacer grandes esfuerzos para no requerir de más dinero del que se le había dado. Don Pedro se enfureció. Pensó que la joven estaba destinada a ser pobre, por no saber manejar sus finanzas y apostar a lo superfluo. 

 

Don Pedro y la felicidad

La cosa no pasaba de ser una anécdota intrascendente en la vida cotidiana de una familia hasta que la joven comenzó a cantar. Tocaba los acordes con habilidad y su dulce voz empezó a acompañar a Don Pedro en los atardeceres melancólicos de sus días y en los despertares soporíferos del fin de semana. La joven cantaba con tal belleza y tocaba la guitarra con tal maestría que para su padre era una especie de milagro lo que estaba observando. Cada vez que podía, le decía a su hija que tocara la guitarra y ella lo conmovía con su canto. Llegó un punto en que se sentía supremamente feliz en su trabajo y en cada día de su vida y se lo adjudicó al canto de la hija amada, quien le había mostrado a él que tal vez aquella había sido una de las mejores inversiones económicas que habían hecho. El canto de la hija y su interpretación de la guitarra simplemente no tenían precio, porque se había transformado en alegría vital. Desde entonces, la vida de Don Pedro se ha hecho más entretenida y su carácter pasó a ser jovial. La vida le regalaba una oportunidad más de disfrutarla a plenitud y la visión que siempre había tenido del dinero, si bien no cambió, por lo menos se permitió darle un guiño a esas cosas que no esperamos y que cuando nos llegan por sorpresa, no tenemos otra posibilidad sino la de expresar nuestro agradecimiento. Eso era lo que decía Don Pedro, mientras cenaba con su esposa y sus cuatro hijas. Después de la cena, todos cantarían alrededor de la chica y su guitarra. 

 

 


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