Heidegger en el banquillo
Escrito por Xavier Antich   
Miércoles, 10 de Junio de 2009 06:42

 

Martin Heidegger continúa siendo considerado en muchos ámbitos, algunos supuestamente informados, uno de los más grandes filósofos del siglo XX. De forma especial en España, donde todavía se identifica la filosofía (pura) y la metafísica como ocupaciones puramente abstractas, sin relación con la realidad.

 


–Metafísico estáis.

–Es que no como.

¿Cómo admitir, en un contexto cultural como este, que Heidegger, estudiado en todas las universidades como el último gran metafísico, pudo sostener, en sus obras, los mismos principios racistas, antisemitas, totalitarios y criminales que el Tercer Reich puso en práctica?

Es cierto que, desde 1945, se conocían detalles de su pasado nazi. Se sabía que fue rector de la Universidad de Friburgo entre 1933 y 1934, con Hitler en el poder, aunque se tardó en conocer su polémico discurso del rectorado: ahí, contemporáneamente a la promulgación de las leyes racistas contra los judíos, sostuvo que "la universidad alemana es para nosotros la alta escuela que desde el saber y mediante el saber acoge para educar y disciplinar a los conductores y guardianes del destino del pueblo alemán". "La ciencia y el destino alemanes –añadía– deben, en esta voluntad de esencia, llegar al mismo tiempo al poder".

Se tenían detalles de la fascinación por Hitler, a quien Heidegger apoyó abiertamente en el plebiscito de noviembre de 1933 con un discurso, ante los rectores de las universidades alemanas, que empezaba así: "¡Compatriotas alemanes! El pueblo alemán ha sido llamado a votar por el Führer; pero el Führer nada pide del pueblo, más bien da al pueblo la posibilidad de la más elevada decisión libre: si el pueblo entero quiere su propia existencia o no. El pueblo, mañana, no elige sino su porvenir".

A pesar de ello, la figura de Heidegger continuó ostentando, de forma casi unánime, su prestigio intacto. Su vinculación con el nazismo se pretendía un episodio desafortunado, calificado de flirt fugaz, anecdótico e intrascendente (así, Otto Pöggeler, en una monografía todavía considerada de referencia: El camino del pensar de Martin Heidegger).

En síntesis: una cuestión puramente biográfica, irrelevante a la hora de valorar el alcance de su filosofía. Por otra parte, heideggerianos tan ilustres como Walter Biemel, discípulo y editor de Heidegger, difundieron la falsa imagen de una inexistente oposición al nazismo: Biemel llegó a invocar, en el marco de unas Jornadas de Fenomenología (Palma de Mallorca, 1989), a un Heidegger que se cargaría de libros a la hora de ir a sus clases para evitar levantar el brazo en el obligatorio saludo nazi. Se sabía también que Heidegger nunca había dedicado palabra a condenar el nazismo y que, hasta el final de su vida, no tuvo una frase de atención para las víctimas del exterminio. Pero nada de ello parecía afectar a la supuesta profundidad de su pensamiento: así se ignoró su íntima hibridación con el régimen asesino del que nunca se desmarcó explícitamente.

La situación empezó a cambiar con la publicación, en 1987, de Heidegger et le nazisme de Víctor Farías (editado en castellano por Muchnik), que supuso un auténtico terremoto. Un año después, Hugo Ott publicaba en alemán una biografía con datos inequívocos de su compromiso nazi. Gracias a ambos libros ya era posible conocer matices esenciales desde el punto de vista histórico y contextual respecto al alcance biográfico del nazismo de Heidegger. Además, sobre todo gracias al libro de Farías, se inició un debate, a partir de entonces insoslayable, sobre las relaciones estrictamente filosóficas entre el nazismo y el pensamiento de Heidegger. La filosofía nunca es neutra respecto a la realidad, pero la lectura de Heidegger por Farías ponía el dedo en la llaga: la filosofia de Heidegger, y no sólo su persona, mantuvo con el nazismo más que una profunda complicidad de fondo y de forma, nunca desmentida después de 1945.

El libro de Farías provocó una sonora polémica, agitada sobre todo por la furiosa reacción de gente como Gadamer, Derrida o Vattimo, así como por el ala más reaccionaria y negacionista del heideggerianismo: Jean Beaufret, François Fédier o Ernst Nolte. Autores, todos ellos, que no estaban dispuestos a cuestionar el lugar olímpico que Heidegger ocupaba en el podio filosófico del siglo XX. Algunos otros, como de forma eminente Lévinas, Habermas, Bourdieu, Bobbio, Todorov o Eco, aplaudieron que por fin se abriera la caja de los truenos.

En las dos últimas décadas, se han descubierto muchos más detalles de esta profunda hibridación entre heideggerianismo y nazismo, hasta el extremo que hoy nadie puede discutir con rigor acerca de la neutralidad filosófica de Heidegger. Sin embargo, a pesar de certezas cada vez más confirmadas, España se cuenta entre los países con más heideggerianos del mundo: filósofos destacados del panorama hispánico y catedráticos de universidad se levantaron entonces contra el libro de Farías con la furia de quien defiende a las gallinas de su corral (o, más bien, a los lobos), y todavía hoy reconocen en Heidegger a un maestro eminente.

Incluso Aranguren consideró que el compromiso político de Heidegger nada tenía que ver con su filosofía. Es más: fuera de los devotos confesos ante la figura y el pensamiento de Heidegger, buena parte de sus nociones y de sus tesis alimentan, todavía hoy, el trasfondo de una parte relevante del pensamiento que se hace aquí e incluso de su terminología. La posición mayoritaria en este país, con salvedades contadas, sostuvo que hurgar en las conexiones entre el nazismo y Heidegger era propio del "espíritu inquisitorial y carroñero" o del "sensacionalismo de la prensa filosófica amarilla". Y aquí paz, y después gloria. En España, Heidegger sigue en el pedestal.

Sin embargo, ha llegado la hora para que también aquí se inicie la necesaria impugnación de una filosofía cuya identificación con el nazismo ha llegado a ser, con los últimos datos en la mano, literalmente irrefutable. Llegan estos días a las librerías dos novedades editoriales de una trascendencia filosófica y cultural descomunal: el libro de Emmanuel Faye, que apareció en Francia en el 2005, sobre los seminarios inéditos impartidos por Heidegger en la universidad entre 1933 y 1935, contextualizados de forma muy rigurosa en el marco de sus discursos y sus intervenciones públicas de estos años. Más de quinientas páginas de una documentación avasalladora, en buena parte inédita hasta ahora, que constituye por sí sola el principal testimonio de cargo contra la supuesta neutralidad de la filosofía de Heidegger.

El otro es la reedición ampliada, con más de doscientas páginas nuevas a partir de muy reveladores descubrimientos, del libro de Víctor Farías, que publica por primera vez, en un esfuerzo editorial encomiable, el editor Lleonard Muntaner de Palma (Objeto Perdido). En total, más de mil páginas de revelaciones aterradoras que nadie, entre los interesados por la filosofía de nuestro tiempo, puede ya ignorar. Se trata, además, de textos arrancados al olvido frente a la oposición inquisitorial de Hermann, el hijo de Heidegger que controla y manipula la edición integral de la obra de su padre y que ha bloqueado el acceso a documentos todavía inéditos conservados en el archivo de Marbach. A estos dos textos, debe añadirse el libro de Julio Quesada, que no hace grandes aportaciones pero que tiene el mérito de ser la primera monografía puesta al día por un estudioso español.

La discusión, en realidad, desborda los límites de una polémica erudita o especializada. Tiene que ver no sólo con la introducción del nazismo en la filosofía, sino con la recíproca introducción de la filosofía en el nazismo, que se mantiene todavía intacta mientras no se revise y depure la influencia de Heidegger en el pensamiento de nuestro tiempo. Ese es el legado siniestro del nazismo heideggeriano, que ahora estamos en condiciones de abordar: su victoria filosófica después de muerto. La hegemonía de tesis claramente nazis después de la condena histórica del régimen con el que se identificó.

 

 

Fuente: La Vanguardia


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