Perfectos desconocidos
Escrito por Siul Narragab   
Domingo, 24 de Marzo de 2019 08:44

altEn una anterior ocasión, tocamos un tema que, por cotidiano, pasa inadvertido: el uso de las redes antes digitales que sociales, según el juicio de algunos expertos.

Llamó la atención de algunos amables lectores y, por supuesto, uno de ellos  trajo a colación un hecho notorio, público y comunicacional: el móvil celular que distrae a los propios parlamentarios, mientras sesionan.

Todo un lugar común, es un problema universal el del aislamiento electrónico, pues, los audífonos y la aplicación favorita (WhatsApp llevando la delantera, entre las más variadas aplicaciones que van especializándose), nos tienen a todos muy juntos, pero  nunca revueltos. Cualquiera puede dar testimonio de lo que ocurre en la calle (mientras se pueda), en la oficina (cuando el jefe lo permite) y en el mismísimo hogar (sin que nadie tenga autoridad moral de contar con el dinero para adquirir un equipo).

Sobre todo, en el presente año, no hay sesión de la Asamblea Nacional en la que, al menos, muy visiblemente, los oradores explayen sus mejores o peores argumentos, al mismo tiempo que los directivos de la corporación están ensimismados en sus pantallas portátiles. Se dirá de excepciones, dependiendo de la prestancia del discursante de turno, o de un recurso de descanso y recreación por las varias horas  de obligada perorata, pero lo cierto e irrefutable es que, en el pódium, a la vista de todo el mundo, consumen horas de una comunicación privada que nos permite a una rara presunción: siguen la sesión misma a través de las redes.

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La cuestión está en que las más avanzadas tecnologías, por el uso abusivo  tratándose aún de una deliberación in situ, con personas de carne y hueso al frente, nos convierte mutuamente en extraños, alertando el sentido de la vista y del auditivo, con pérdida  del tacto, gusto y olfato. Viene a nuestra memoria una célebre película de Alex de la Iglesia, “Perfectos desconocidos” (2017), adaptación de “Perfetti sconosciuti” de Paolo Genovese (2016), en la que varias parejas juegan a compartir la cena con sus móviles delatores, importándoles un bledo la degustación y el momento.

Nada casual, la data de todo celular resulta una espectacular promesa para todo hampón profesional y, además, cualquier policía de buenas o malas intenciones. En el perolito electrónico solemos depositar nuestros más recónditas relaciones secretas y habrá quien lleva un diario íntimo en él, creyéndose protegido por la suerte de unas claves que cuentan con límites matemáticos que los expertos pueden violentar.

Imágenes: escenas del filme y muestra aleatoria de una sesión parlamentaria.

 


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