Tenemos que convenir que el proceso de primarias va más allá de la simple elección del candidato (a) a la presidencia de la república.

En este sentido, deberíamos poner mayor atención a su verdadero y amplio significado.

Por lo general, los regímenes políticos en Latinoamérica son excesivamente presidencialistas. Salvo una que otra excepción, (por ejemplo, en los que existen sistemas parlamentarios) la verdad es que la figura y el poder de la presidencia ha sido una impronta histórica y cultural en este sub continente. Copiado de los Estados Unidos de América, a decir verdad, hemos diseñado todo un andamiaje lleno de tergiversaciones, defectos y omisiones, cuando no proclive a excesos, violaciones legales, desviaciones y perversos autoritarismos.

Habitualmente, las normas constitucionales son transgredidas sin mayores inconvenientes y hasta con cierta aceptación de los otros poderes públicos y demás organizaciones y personalidades representativas de la nación. Mucho conocemos de esto desde los tiempos de la independencia y de su exorbitante presencia hasta nuestros días.

Siempre se ha hablado de corregir o subsanar este persistente vicio. En diversas oportunidades, hemos subrayado las opiniones de destacados estudiosos de los asuntos públicos, en el sentido que la presidencia de la República, sobre todo, es una referencia moral y un ejemplo de intachable honradez en la administración. La sempiterna búsqueda de reelecciones ha dado al traste con la legítima aspiración de desecharlas de una vez por todas.

Las primarias podemos considerarlas como el inicio de un largo proceso de reconstrucción republicana. Por un lado, para recuperar la esperanza en que todo va a cambiar para el beneficio común; para rescatar la fe y sobre todo el convencimiento en las posibilidades del sufragio y su indiscutible eficacia, y además para la imprescindible incorporación de los venezolanos al ejercicio democrático a la hora de escoger quien personificará, inequívocamente, las aspiraciones de las grandes
mayorías. De otra parte, significa el retorno al ejercicio de ciudadanía y democracia, más allá de cualquier crítica u obstáculo que pueda presentarse.

Las primarias, en el fondo, son una herramienta para poner coto al personalismo y, por consiguiente, a ese tozudo presidencialismo que tanto daño nos ha ocasionado. Y esto es así, por cuanto los ciudadanos demandaremos mayor transparencia y probidad en el ejercicio de este importante cargo público, una vez realizadas las inevitables elecciones presidenciales, así el régimen imponga las más inverosímiles condiciones y dificultades. En este sentido, las primarias constituyen una importante actividad y - si se me permite – un entrenamiento para las futuras jornadas electorales y ciudadanas, pero también un aviso y advertencia de que el desempeño de la función pública será de otra manera. En otras palabras, con mayor participación y vigilancia de los venezolanos.

Las primarias traspasan la sola elección del candidato o candidata. Significan algo, mucho más allá de un interesante y fundamental evento comicial. En verdad, implican un retorno – como ya nos referimos - al ejercicio de ciudadanía, a la conveniente participación y al convencimiento en las bondades del sistema democrático. Las primarias resultan el punto de arranque para edificar una nueva Venezuela. De ello no debemos tener la menor duda.

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