Del Esequibo como sentimiento
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 10 de Abril de 2023 00:00

altTodavía recordamos una extraordinaria crónica de Carlos Eduardo Misle (Caremis), publicada a finales del siglo pasado,

en la que reseñaba el sentimiento de todo el país respecto al territorio Esequibo que siempre consideró suyo. Después del nefasto Laudo Arbitral de 1899, en tiempos de debacle, ruindad y desesperanza (por cierto, siendo peores los de hoy),  hacia el oeste y el sur, el norte y el centro, como – naturalmente – el este mismo de Venezuela, invocaban frecuentemente a aquella Guayana integrante de nuestro patrimonio espiritual; e, incluso, los juegos infantiles de niños con armas de madera, apuntaban a la determinación de desalojar a los invasores.

De generación en generación, quedó latente el sentimiento  y, a punto de diluirse, a principios de la los cuarenta,  un grupo de paisanos se enteraron del testimonio de Severo Mallet-Prevost en torno al referido laudo, irradiándose con prontitud, hasta hacerse público  a finales de la década a través de un célebre y revelador memorándum. De nuevo, adquirió vigor nuestra voluntad reivindicadora de renovadas fuerzas que, por otros tiempos, cuando Chávez Frías ascendió al poder,  fácilmente constatable en la prensa de la época, precisamente se enfrió el tema para facilitar algo en lo que nadie puede dudar: la entrega del territorio al realizarse el socialismo del siglo XXI.

Iniciándose diciembre próximo pasado, tuvimos ocasión de pasar por el centro histórico de Caracas y, descendiendo, al transitar específicamente hacia la esquina que expone la Catedral y la Plaza Bolívar, nos llamó poderosamente la atención un local que dispensaba pastelitos, empanadas y café, teniendo por fondo un mapa grande de la región esequibana. Raro motivo para un lugar que seguramente, muy antes, ofertó otros servicios, atendido por dos muchachas,  consumimos para indagar  con calma sobre esa rareza de la Caracas cada vez más desconocida.

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Digamos que, una de ellas, señaló que la gigantocrafía muy sobria y acorde para otros ofrecimientos, constituía una “fotografía de la parte oriental del país, aunque alguien le dijo que había un lío por ello con otro país”, mientras que, la otra persona, confesó que poco o nada sabía de ese “rollo”. Nos dijeron que no había inconveniente y le tomamos varias fotografía al lugar que, al pasar los meses, ya no hemos visto abierto.

Por supuesto, pertenecemos a una generación formada en las aulas de la querencia esequibana, dudando que las más recientes sepan del despojo de 123 años atrás y el de los días que cursan, al menos, en los términos mínimos que permitan valorar lo recientemente ocurrido con una sentencia incidental de la Corte Internacional de Justicia, por lo demás, desfavorable para Venezuela en el juicio al que nos ha sometido Guyana. Valga acotar, a propósito de un recurso innecesariamente dilatorio que revela el desbrujulamiento del régimen socialista en la materia, deseando por siempre correr la arruga de las incapacidades manifiestas que no merecemos.

Quizá ni la culpa tienen las jóvenes que sólo conocen a la Venezuela galopantemente desescolarizada, trastocada en absoluta prioridad la de comer lo que se tenga a la mano importando poco el resto.  En veintitrés años, la (auto) censura y el bloqueo informativo silenciaron y silencian, tergiversaron y tergiversan lo que pasa hacia el este intocable.

 A no pocos se les antoja una cursilería versar sobre el tema, como si el sentido de pertenencia e identidad mismo lo fuese. En definitiva, es lo que han aprendido en este siglo XXI que ha  avanzado tan tortuosamente.


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