Del documento político
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 13 de Marzo de 2023 05:51

altA propósito de nuestro reciente y modesto ejercicio histórico en torno al Plan de Barranquilla de 1931, nos escriben solicitando abundar más

sobre una herramienta que no luce tan obvia hoy. Espectacularizado, ha cambiado tanto el oficio que son las redes digitales e inteligencias artificiales las llamadas a reemplazar a la política como una experiencia que ha de ser radicalmente humana, a favor de otras que cada vez más del vacío.

Desde nuestra más temprana militancia juvenil, convertida en una herramienta esencial, fue importante concebir, redactar y suscribir un documento contentivo de las propuestas más serias a debatir en las organizaciones real e irremediablemente colegiadas. Un par de cuartillas, compendiaba las impresiones, diagnósticos, procesos, decisiones y evaluaciones que traspasaban la simple coyuntura, susceptibles de toda enmienda, capaz de expresar la opinión inequívoca de grupos o sectores de dirigentes sobre determinadas materias, asuntos y situaciones, dándole una convincente sobriedad y racionalidad a la experiencia compartida del liderazgo.

El documento político (DP), a veces, trastocado en un estupendo género, por el talento de sus redactores, suscitaba y formalizaba las adhesiones, comprometiendo seriamente a sus suscriptores, obligando a sus atacantes al mejor alegato posible, forzados al contradocumento. A menos que delatara la existencia de un sentimiento fraccionalista en trance de condensación, invocando motivos ajenos a la entidad partidista,  el limpio empleo de la herramienta reportaba un proceso de reflexión muy bien compaginado con el de la acción política.

Además, tan compleja como el partido mismo de adscripción, por ejemplo, la remota juventud socialcristiana lidiaba con órganos colegiados, como la que ella misma se daba, y los del estudiantado universitario y de secundaria que coordinaba.  Por lo menos, en nuestros tiempos,  las más marcadas diferencias y coincidencias internas sabían de una comunicación escrita, y, con mayor razón, cuando de los problemas del país se trataba.

E, incluso,  aquella temprana afiliación al partido, o, mejor, a una de sus vigorosas tendencias, se debió, en última instancia, a Una Juventud para el Cambio, el audaz DP de la llamada avanzada social que formuló en una convención juvenil nacional realizada en una época ajena,  en la que precisamente iniciábamos los estudios de primaria.  Ya en la adolescencia, nos deslumbraron aquellas posturas en demanda de una definitiva y profunda transformación social de Venezuela, habituados los avanzados a documentar sus posiciones, aunque también hubo abuso de propios y extraños respecto al género.

Género que, ya vimos, con el Plan de Barranquilla, es de larga data en términos muy distintos al panfletarismo. No bastaba con oponerse al gomecismo de entonces, siendo necesario, y muy necesario, generar planteamientos, aportar soluciones, darle hondura al compromiso y hacerse de la historia. 

La presente centuria no sabe de algo semejante, pues, en el mejor de los casos, se dirá, hay dinero para justificar las aspiraciones de poder; consultores que, por otro real y medio, idean los más audaces planes de la nación; y dirigentes que entienden que lo único que deben hacer es sonreír y declarar, porque a nadie le interesa el tratamiento de los problemas fundamentales del país. Con todas las diferencias políticas e ideológicas, dudamos que Lenin jamás hubiese dejado de escribir sus libros y panfletos,  aunque escribieraen las redes, como refiere un amigo.

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