El uso de los eufemismos
Escrito por Luis Fuenmayor | X: @LFuenmayorToro   
Domingo, 01 de Enero de 2023 00:00

altImpulsar el uso de palabras y expresiones consideradas más suaves, distinguidas o decorosas, para sustituir otras

que, en algunos grupos humanos, de distinta amplitud, extracción social y localización geográfica, son de mal gusto, groseras o demasiado crudas, ha sido una práctica social, por lo menos en Venezuela y me atrevería decir que en Hispanoamérica, desde que tengo memoria. También tengo la impresión de que esa práctica es más aceptada e incluso obligada en los sectores sociales mejor acomodados. Llamar posadera a las nalgas era un eufemismo frecuente en muestro medio, también lo fue usar la palabra inglesa “pompis” para referirse al culo, aunque ambos vienen siendo sustituidos por la palabra trasero, traducción de la palabra “ass”, muy utilizada en el lenguaje policial de las series gringas. Advierto que no soy lingüista, ni pretendo serlo. Respeto y admiro a quienes han estudiado dicha disciplina

Recuerdo cuando niño que se hablaba de “bloomers”, de nuevo una palabra inglesa hoy en desuso, en lugar de pantaletas; todavía existe la tienda llamada el Palacio del bloomer. Eran en general palabras relacionadas con la esfera genitourinaria, la cual usualmente no se tocaba en conversaciones decentes y mucho menos entre personas de diferente sexo, pues tenían una connotación sexual que, en aquella época era mucho más tabú que ahora. No se hablaba de los calzoncillos, sino de interiores, que más adelante fueron “boxers”, siempre en ese empeño, incluso comercial, de usar nombres del llamado “american english”. Pronto en nuestras conversaciones hablaremos de “son of de bitch” o seguramente de hijo de perra, que es como eufemísticamente se le traduce.

Pero hoy no son sólo los sustantivos de la esfera sexual, los que son cambiados por otros menos francos, o por alegorías como la de la “zona V” de las propagandas de desodorantes, que llamamos íntimos para no decir “vaginales”. También apelamos a las traducciones a otros idiomas, que no nos producen igual impacto emocional por su significado. Desde hace un tiempo, la OMS se metió en la lingüística, en un empeño supuestamente por reducir la carga peyorativa de ciertas palabras, en las personas que sufrían determinadas enfermedades, que por obra y gracia del eufemismo pasaron de sufrir unas enfermedades a tener unas “condiciones”. Recuerdo uno de los iniciales eufemismos: discapacitado en lugar de inválido, bien recibido por todo el mundo, pero que no cambió la vida de los afectados, lo cual requiere mucho más que un simple cambio de denominación.

Esta práctica ha ido extendiéndose y ha llegado a límites un tanto absurdos, que además de significar una práctica engañosa para con los propios afectados, puede poner en peligro a la sociedad toda. Para algunos, cada vez más numerosos, la discapacidad no le impide a la persona desarrollar ninguna actividad laboral. Es sólo cuestión de sentirse capaz de hacerlo y con eso basta. El problema se traslada no a la posibilidad de realizar adecuadamente una función sino al deseo de hacerlo. Si quiere puede. Algo muy loable en relación con el ánimo de la persona enferma, perdón, no existen los enfermos, sino personas con “una condición”. Esto ocurre muy frecuentemente con los pacientes que sufren de alguna alteración del funcionamiento del sistema nervioso central, sobre todo si son niños. 

Así, en un momento se consideró que los pacientes que sufrían de mongolismo, no deberían ser llamados de esa manera porque era estigmatizante, por lo que se comenzó a utilizar las otras denominaciones de la afección: síndrome de Down o trisomía 21. Son niños con características físicas y mentales fácilmente reconocibles por la gente común, que pueden verse segregados por otros niños durante su infancia, sobre todo por ser muy afectivos y nada agresivos. Se hizo para ayudar a los progenitores a soportar una carga mayor que la que significa educar a un hijo normal, de nuevo perdón, pues puedo estar siendo peyorativo, debí decir sin esa condición. Nunca he creído que las discriminaciones, sean biológicas, raciales, sexuales, políticas, sociales, religiosas o de cualquier tipo, se enfrentan adecuadamente a través de cambios artificiales del lenguaje. Siempre pienso, en estos casos, que la discriminación racial en EEUU no cambió en nada por llamar a los negros como afrodescendientes. 

 

   

 


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