Baja y alta política
Escrito por William Anseume | X: @WilliamAnseumeB   
Jueves, 13 de Enero de 2022 00:00

altLa antipolítica se ha incrementado en los últimos años en Venezuela.

El desprecio por los partidos y por los realizadores del hecho político ha ido en un aumento preocupante. Desde luego, la antipolítica y su interpretación le sirvió a Hugo Chávez para llegar al poder partiendo de un sangriento intento de golpe de Estado. El basamento en ella ha servido a los fines últimos de Maduro en su preservación del control del Estado. 

Antes de 1958, Pérez Jiménez impuso la antipolítica como parte fundamental de su régimen dictatorial. De hecho, proscribió los dos partidos que le atacaban más duramente: Acción Democrática y el Partido Comunista. Igual que no tan disimuladamente ha ocurrido ahora con Voluntad Popular. Así que no es exactamente nueva la jugada antipolítica en Venezuela. Sin partidos políticos no existe la democracia. Ese principio es y debe seguir siendo sostenido por quienes alentamos la vuelta a las libertades y al manejo apropiado del Estado. Pero la antipolítica socava casi hasta el exterminio ese mismo principio. 

El venezolano común percibe que la política no tiene cabida en sus intereses inmediatos. Por el contrario, considera que la política estorba directamente esos intereses. En ese sentido, el cambio de la situación en la conducción del país a la par de imposible, lo nota innecesario. ¿Para qué? Esa es la pregunta. Los partidos y sus partidarios son continuamente tachados de corruptos, vendidos, interesados, preocupados por el poder y el dinero sin nada que tenga que ver con el común; esto con razones valederas en la mayoría de las oportunidades. 
 
Así, quienes aspiramos un cambio profundo en la conducción del país luchamos contra el régimen del terror instaurado en Miraflores y contra la antipolítica alentada por el régimen tanto como por el accionar de algunos inescrúpulosos que dentro de la misma oposición son expulsados como "alacranes", en su tan apropiado remoquete, o estigmatizados por corruptos o vendidos con propiedad. Por ese sendero podríamos recordar la más o menos injusta marca que caracterizó popularmente a Jóvito Villalba en sus años postrimeros. 
 
Encima, recientemente, Juan Guaidó se lanza a reconocer que por la política se han descuidado las necesidades más básicas de la ciudadanía. Como si de eso justamente no se tratara el hacer política. Cómo si la política fuera solo la atención del control del poder y no la atención de las carencias humanas en todo sentido que devienen precisamente por el mal manejo de las políticas públicas. En ese aspecto, el régimen le saca una morena larga a quienes aspiran el cambio profundo. 

Dejar a un lado los temas fundamentales para el común de la gente: el hambre, la salud, la educación, el trabajo, la sexualidad (LGBTIQ+), la legalización de la droga (Uruguay), la eutanasia (Colombia), el aborto, los servicios públicos y más, han hecho que la antipolítica crezca desmesurada. El modo de atajarla es precisamente revirtiendo la ecuación. Primero o la par debe ir la atención de lo más cercano para que se propicie con fortaleza de permanencia el cambio anhelado. Lo que se considera alta política no debe ser lo único, aunque sea prioritario por la emergencia y el secuestro, porque así la lucha se magnífica: contra el régimen y contra la antipolítica. Se aliviaría más y sería más efectiva la lucha si la realidad de cada quien fuera atendida de alguna manera. Y se daría a entender la verdad: la razón de ser de la política no es solo el control del poder, sino el control de ese poder para servir de buen modo, de diferente modo, útil a todos.   


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