Civiles y militares: La batalla de Ledezma
Escrito por Editorial El Nacional   
Jueves, 25 de Junio de 2009 17:22

Mientras el grupo de mandatarios vividores que exprimen el ALBA (la iniciativa chavista para las Américas) se reúnen con todo lujo en Maracay -la ciudad militar que permitió a Chávez volver al poder gracias al general Baduel-, en Nueva York el alcalde Antonio Ledezma solicita ayuda para que la democracia civil no perezca en Venezuela.



Ledezma no lo hace ante el presidente estadounidense Barak Obama, porque no tiene la actitud servil de Evo Morales, de Bolivia, ni de Rafael Correa, de Ecuador, que vienen a Venezuela a meter mano en nuestro dinero.

 

Ledezma, en cambio, acude al exterior por invitación del alcalde de Nueva York, que ha convocado una reunión civil de alcaldes, no para darle dólares o pedirle fidelidad a Estados Unidos, sino para discutir los gravísimos problemas que afectan a las alcaldías en todo el mundo. 

Se nota de entrada que la reunión del ALBA en Maracay, ciudad militar por excelencia, no tiene un espíritu democrático ni mucho menos busca una ampliación de las libertades civiles, sino que centra su actividad principal en un ajuste de la contabilidad de las donaciones que Venezuela les está dando, desde hace diez años, en función de sus votos en la OEA y la ONU.



Que a esto se le quiere llamar solidaridad, constituye una de las tantas hipocresías que el socialismo del siglo XXI pretende instalar en el Caribe y en la región andina a fuerza de petrodólares, que funcionan como un "pegalotodo" para armar una alianza que en nada muestra coherencia con la amistad y el respeto entre los pueblos.

Se trata más bien de una feria a la cual acuden los criadores a ver cuánto le pagan por su ganado para venderlo mejor. 

Basta observar que los primeros invitados a la fastuosa reunión en Maracay son los ministros de Finanzas (no faltaba más) y el de Energía y presidente de Pdvsa, Rafael Ramírez, que gana un sueldo mayor que el Presidente de la República por hacer malos negocios para el país y, supuestamente, mejores para su entorno. 

Pero eso no nos consta, por lo que resulta mejor que le dejemos la palabra a Diosdado Cabello, que sí conoce y sabe más que el G-2 de la opulenta ramirezcracia, que nada en la abundancia y el derroche en el lago de Maracaibo. 

Como Ramírez odia con toda su alma a los militares, porque se acuerda de que el general Baduel le quiso quitar el cargo en Pdvsa, entonces la tiene agarrada con Cabello.

Allá ellos y sus peleas: a los venezolanos sólo nos importa que si alguien es escogido por el voto popular, como es el caso del alcalde Ledezma, no se le arrebaten sus atribuciones ni su presupuesto, ni se le niegue el pan y el agua a los empleados de la Alcaldía Metropolitana. 

Los caraqueños, más allá de la militancia partidista, deberíamos pensar en una manera práctica y sencilla de ayudar a que la Gran Caracas no se hunda por la perversidad de un odio irracional contra Ledezma, que lo único que ha dicho es que quiere trabajar por la ciudad. Sea o no verdad, démosle la oportunidad, sin sabotaje. 



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