¿Cómo sería Mérida en caso de seguir el país encauzado por el socialismo del siglo XXI? Es la pregunta que muchos formulan sin que entre sus respuestas halla un atisbo de pujanza y vigorosidad. De continuar ejercitándose contradictorias e indignas prácticas políticas que sólo apuestan a la descomposición social que a profundidad viene padeciendo el país desde el año 2000, a lo cual se suma el progresivo desacoplamiento de la economía nacional como producto de inconsistentes políticas públicas, Venezuela estaría convertida en un verdadero desastre que sólo la haría comparable con realidades primitivas o medievales.

En lo particular, Mérida no escaparía de la debacle que arrastraría el resto del país hacia situaciones insondables. Sería irreconocible. Un drama inimaginable e insoportable le esperaría a Mérida cuya imagen en nada se parecería a la ciudad que todavía queda, a pesar del esfuerzo que hace la Universidad de cara a los proyectos y programas que comprometen sus capacidades y potencialidades. No obstante, sus intentos académicos se verían menguados toda vez que el gobierno habría obligado no sólo a admitir jóvenes formados precaria, irregular e insuficientemente en las fracasadas misiones educativas, sino que también habría desplazado a calificados profesores, con holgados reconocimientos académicos, por mediocres docentes cuyo único crédito sería pertenecer a las filas del partido político que desvergonzadamente fungiera como servil elemento de apoyo a tan fatídica gestión gubernamental que para entonces tendría infectado al país de basura, nefastos procesos administrativos y corrupción institucionalizada.

Sus principales instituciones estarían dirigidas por cubanos quienes se creerían con el poder suficiente para revolver cuanto puedan en craso perjuicio del turismo, la agricultura, la pequeña y mediana industria. Del Teleférico, ni siquiera existiría el recuerdo pues se habrá hecho de ello una fábrica de despojos. El aeropuerto de la ciudad estaría convertido en reductos militares para entrenar guerrilla y formar mercenarios dispuestos a estafar y violentar democracias de países aledaños. Hasta las montañas negarían toda panorámica que deje ver picos nevados porque las frías ventiscas respirarán angustia, dolor y miedo transformando a Mérida en una ciudad calurosa por lo sofocante que lamentablemente sería.

Una ciudad cuya intelectualidad dejaría de ser una de sus características por cuanto su devenir estaría determinado por proselitismo del barato, demagogia de la peor y populacherismo del mejor rango. Todo en el marco de una repulsiva revolución militaroide que sólo habrá generado más hambre, más miseria, más rivalidad política entre quienes buscarían asomar como líderes, pero ”pacotilla”. Todo estaría contaminado por la equivocada ideología chavista. Habría que disfrazarse de “diablo rojo” para estar de buenas con los dirigentes del gobierno quienes habrán inventado algún culto mágico-religioso a la figura del presidente-comandante-emperador. A todos le habrán arrebatado pertenencias, propiedades y hasta querencias. Así podría ser Mérida a futuro de continuar sustentándose un gobierno sin norte, excluyente y dominado por la incompetencia a granel, y a todo nivel, cuyos ascensos sólo dependerán del grado de sumisión o adulación que demuestren públicamente, sin que otra cosa condicione las actuaciones de tan servil funcionariado. Por eso habrá que decirle a toda intención de continuismo: ¡ZAPE GATO!