Hechos contra palabras
Escrito por Jesús Seguías   
Lunes, 19 de Octubre de 2009 08:52

altEn 1984, Guayana venía de una recesión y caos similar al que padece esa región hoy. A partir de entonces, Leopoldo Sucre Figarella, en apenas 10 años de gestión como ministro de estado de la Corporación Venezolana de Guayana (y con muchísimo menos dinero que el que han manejado los burócratas de hoy), construye más del 80% de las avenidas que luce actualmente Ciudad Guayana, y prácticamente todas las carreteras y autopistas del Estado Bolívar.
Leopoldo Sucre, en sus primeros dos años de gobierno, construyó las dos autopistas que unen a Ciudad Bolívar-Ciudad Guayana-Upata. Se sentó con Ángelo de la Torre y otros contratistas y les dijo: “No tengo el dinero en la mano, pero me construyen en esas autopistas en tiempo record. Después les pago”. Dicho y hecho. Así era Leopoldo.
A partir de allí, comenzamos a ser testigos, en vivo y en directo, de la gestión de un gerente público de condiciones excepcionales, formado en las trincheras gubernamentales de todas las gestiones de Acción Democrática a partir de 1959. 


Así era Guayana
En ese entonces, Guayana tuvo la vialidad más moderna de Venezuela, sus ciudades eran las más limpias del país, el mantenimiento de la vialidad y las áreas verdes era impecable, no había crisis de electricidad (pues todo correspondía a una planificación de crecimiento a cincuenta años plazo), tampoco había crisis de agua (con excepción de Upata, lo cual fue corregido posteriormente por el mismo Sucre Figarella), el nivel de vida era el más elevado de Venezuela, la producción industrial estaba en sus topes máximos, y había pleno empleo. Así era Guayana hace apenas 15 años. Que hablen los testigos. Que hable la izquierda respetada en aquel entonces.


No era asunto de dinero
Pero las obras materiales no son lo más relevante de la gestión de Sucre Figarella. Las obras apenas son la consecuencia de un paradigma de gerencia pública que se puso en práctica y dio resultados ¿Por qué Leopoldo hizo lo que hizo?
La respuesta no estaba en el dinero, y la escuché de su propia boca. Fui testigo de excepción de una discusión que tuvo Leopoldo con unos dirigentes locales de Acción Democrática cuando, al más parejero y sectario estilo chavista de hoy, le pedían al “ministro” que despidiera a unos gerentes (creo que eran de Venalum) porque eran comunistas. Leopoldo fue directo y contundente: “estas empresas que yo manejo son del país y debo entregar cuentas claras, y aquí tienen derecho a trabajar todos los venezolanos. Eso sí, lo único que exijo es que sean competentes para el cargo. Me importan un bledo las ideologías y las simpatías políticas”. Quizás algunos adecos que sólo se preocupaban de sus intereses particulares hayan salido perdiendo con esta respuesta, pero Guayana toda (y Venezuela también) ganó con esa manera de gobernar. Y AD también ganó.


Diferencias que matan
Esa fue la diferencia entre la gestión gubernamental del acciondemocratista Leopoldo Sucre Figarella y el gobernante “socialista” Hugo Chávez. Leopoldo apeló a los mejores y los más competentes. Chávez apela a los peores y a los más incompetentes. Leopoldo no persiguió a nadie por sus ideas o militancia política. Hugo Chávez sí.
Leopoldo unió a Guayana. Políticamente, apoyó sin sectarismo las gestiones de sus adversarios de la Causa R (Andrés Velásquez, Clemente Scotto y Pastora Medina pueden confirmarlo). Todo el mundo en esta inmensa región se dedicó a construir. Los empresarios invertían con confianza. Había respeto a la calidad profesional de los trabajadores de la CVG y las empresas básicas. Para ser ascendidos en el trabajo no hacía falta militar en ningún batallón ni pelotón ni patrulla. Se trabajaba sin miedo y no habían comisarios políticos vagos cuya única función es la de manipular un garrote y ser delatores de disidentes. 


Ayer había espacio para el crecimiento y el desarrollo pleno. Hoy hay espacio para la camorra, para los discursos vacíos y pendencieros, para la persecución cavernaria, para el sectarismo infructuoso. Así no crece nada más que las malas hierbas y el caos.


Leopoldo murió modestamente y sin fortunas materiales. Murió sin cuentas cifradas en bancos suizos o andorreños. Fue un adeco honesto, entre tantos miles y miles igual que él.


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