De qué hablar y discutir
Escrito por Luis Arocha Mariño (psiquiatra)   
Viernes, 25 de Septiembre de 2009 20:23

altDesde los años ochenta un grupo importante de investigadores sospechamos que el conocimiento estaba huyendo de las universidades, hoy lamentablemente lo confirmamos.


Rigoberto  “sospecha” de todo aquel que cuestiona su manera de redactar, promover y desarrollar sus ideas acerca de la vida y las relaciones humanas (y es que las relaciones económicas son relaciones humanas o ¿no?) tal como lo manifestó en la apostilla del brillante artículo concreto del profesor José Morón, publicado el 25 de septiembre, una rareza dentro de “A tres manos”.

Sería interesante  saber, aunque fácilmente predecible, en qué consisten exactamente tales sospechas. Curioso, yo sospecho que no difieren mucho de las del “comandante”: la CIA, oligarcas malucos, burgueses malintencionados… No se le ocurre pensar que las experiencias vividas por otras personas condujo a tener una percepción distinta de la de él y que simplemente esas experiencias las asimilaron como sentimientos negativos hacia los conceptos emitidos por los “izquierdistas” del mundo. Por ejemplo, Stalin ordenó directamente la muerte de muchas más personas de las que le atribuyen a Hitler, con la idea de llevar a Rusia a un paraíso terrenal, el cual implosionó sesenta años después, cuando los propios sucesores se dieron cuenta de tamaño disparate. Esas son experiencias directas que aunadas, por ejemplo, al gesto de Bill Gates de crear una superfundación de ayuda directa a millones de desamparados, logra que muchos “oligarcas” supongan que el cielo es capitalista y el infierno comunista. Es decir, opiniones tan sesgadas y personales como las que emiten los llamados “Marxistas, marxianos o marxiodes” (cómo haces falta, Ludovico). Y es que allí está el meollo del asunto: La ciencia le ha ido robando temas a la filosofía a expensas de someter los pálpitos de los pensadores e investigadores a una lupa escrutadora inclemente e intolerante: hechos independientes.

Neurocientíficos dedicados a las posibilidades del cerebro humano de configurar eso que llamamos “mente” y por ende, las competencias para relacionarnos con nuestros semejantes, han demostrado fehacientemente en los últimos años, cómo nuestros argumentos son guiados, dirigidos y enmarcados por fuertes sentimientos de base no racional, amparados en percepciones sesgadas por la experiencia personal. Así mismo, corroboraron cómo los estímulos más poderosos para forjar nuestras ideas son las relaciones humanas tempranas, y a partir de allí, vamos alimentando nuestra sabiduría a expensas de esas premisas afectivas. Sólo una sorpresa perceptiva muy impactante desde el punto de vista afectivo, logrará que modifiquemos esa “plantilla de experiencia” y argumentemos diferente. Es el verdadero cambio de ideología. En el campo grupal, nos organizamos gregaria y jerárquicamente, de tal forma que si en nuestra plantilla afectiva encaja el líder de ocasión que veamos y escuchemos, lo seguiremos incondicionalmente y argumentaremos a su favor con los canales de la lógica formal a disposición. Por ello, fracasó el círculo de Viena y la lógica matemática cuando pretendieron un marco para la creatividad humana. Al soslayar la lógica perceptiva y emocional se estrellaron como se estrellan, en la actualidad, socialistas y capitalistas tratando de convencer al otro con argumentos lógicos.

De tal forma, que si realmente queremos discusiones productivas, conviene pasar por dos filtros: Los sentimientos últimos que realmente deseamos que se transformen en hechos palpables comunes y el cuido de la cartografía de las conclusiones empíricas, mediante su claridad, transparencia, precisión y corroboración por entes independientes.

Desde los años ochenta un grupo importante de investigadores sospechamos que el conocimiento estaba huyendo de las universidades, hoy lamentablemente lo confirmamos. Los recientes y contundentes descubrimientos que la ciencia (la mejor de las metodologías disponibles) está aportando para la posibilidad de un mundo vivible, no se escucha en la voz de los profesores en las aulas universitarias, éstos están hundidos en discusiones burocráticas y metafísicas, mientras que la “universidad invisible” (así la llamó Gregory Bateson) cabalga a todo galope por Internet, de la mano de personas con profundos sentimientos de amor por conocer y dominar constructivamente la experiencia de vivir.


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