El centenario de dos médicos: Pablo Acosta Ortíz y José Manuel de los Ríos
Escrito por Ox Armand   
Lunes, 10 de Marzo de 2014 03:35

altTodos sabemos que nuestra memoria histórica es frágil. Sin embargo, no apuntamos a las causas de su flaqueza. Digamos – de un lado – que el poder político, antes más o menos compensado por la opinión pública y los grupos organizados de presión, ahora cada vez más hegemónico, tiene por supremo interés el debilitamiento. Siendo así, puede reescribir el pasado según le interese. De esto, la dictadura cubana dicta sobrada cátedra hasta llegar al exceso de borrar los nombres de quienes le fueron incómodos después aún tratándose de los otros protagonistas de la hazaña de Sierra Maestra. Entre nosotros, circulan libros escolares que no guardan ya el mínimo pudor en la materia. Se denuncia mil veces, aunque tampoco la sociedad civil hace un esfuerzo de contrarrestarlo ni siquiera por eso que llamar tradición oral. Véanse como el Estado tiene atapuzada las redes sociales (concretamente youtube.com) de sus versiones, a pesar que ha flojeado si de considerar  se trata el generosísimo presupuesto que ha destinado a tales fines, favorable a esa red inmensa de fundaciones que lo explican.  Y – del otro – por más que haya publicaciones como la insigne revista El Desafío de la Historia, de comprobado éxito comercial, ciertamente amenazada por la escasez deliberada de papel, es verdad que poco hacemos. Son los periódicos gratuitos del régimen, aparentemente gratuitos porque los pagamos con nuestros impuestos, los que abren las llamativas secciones históricas.

He visto en la Hemeroteca Nacional una gruesa carpeta donde están las solicitudes de los pasantes y periodistas de Ciudad Caracas, Correo del Orinoco, Vive TV y otras entidades, pidiendo el acceso a colecciones valiosísimas, frecuentemente negadas al público, concedidas para tamaña labor de reinterpretación del pasado que ya desconocemos. Debemos reconocer cada espuelazo que nos dan los personeros del gobierno, como el de julio de 2013 cuando Diosdado Cabello se quejó de la prensa burguesa más interesada en el nacimiento del príncipe británico que el de Bolívar.  Desde antes que Ramón J. Velásquez lo dirigiera, por ejemplo, El Nacional (como otros diarios) publicaba sendas notas de historiadores que también se hicieron célebres ulteriormente al editar libros de gran interés para los especialistas. No había dirigente político en las décadas anteriores, que no tuviese interés por la historia y lo demostrara sin vanidad.  Un líder que no la conociera era inconcebible. Hoy parece más de uno orgulloso de su ignorancia en obsequio del comentario mediático, tan ligero como el periodista que dice entrevistarlo o el portal digital que se contenta con recibir un boletín de prensa.  Pero también nos preguntamos sobre las instituciones que datan del siglo XIX, apostadas en el Palacio de las Academias.

Alguno aseverará que no tienen presupuesto, mas tampoco parecen tenerlo para utilizar a fondo eso que llaman Internet.  Algo que asombra ya que atesoran archivos tan necesitados de publicar, por lo menos, con el comentario de los individuos de número o sus auxiliares. Por algo les quitaron los archivos bolivarianos que – obligados a hacerle un seguimiento – el Estado debe digitalizar y difundir tal como lo prometió, íntegramente, cuidando para que no se extravién (por decir lo menos, respecto al material físico). Por lo tanto, hay que amortiguar la campaña directa e inducida del socialismo en curso, para que olvidemos y dejemos de reflexionar sobre el polvo de estos lodos. Suficiente motivo para recordar el centenario de la desaparición física de dos médicos, uno más nombrado que otro (quizás porque hay un liceo en el oeste de Caracas que lleva su nombre y fue famoso en las décadas anteriores por sus desplantes subversivos),  realmente de una trayectoria ejemplificadora con independencia de las posturas políticas que explícita o implícitamente asumieron: Pablo Acosta Ortíz y José Manuel de los Ríos.  Además, al elaborar la tan ya larga nota presente, acudimos a dos fuentes: el valioso “Diccionario Interactivo de Historia de Venezuela” de la Fundación Polar, y El Universal de Caracas, marzo de 1914.

PABLO ACOSTA ORTÍZ (Barquisimeto, 21/03/1864 - París, 13/02/1914)

Suena más el nombre de Pablo Acosta Ortíz que el de José Manuel de los Ríos, en la Venezuela contemporánea.  Como ocurría antes, la familia pudo enviar a Caracas al muchacho para que culminara sus estudios doctorándose en Medicina hacia 1885 y ejercerá en Mérida al año siguiente, aunque no por lo que hoy conocemos como la pasantía rural que los menos avispados cumplen en las localidades más apartadas y carentes de los insumos básicos. No existía Fundayacucho, pero se irá a París, convertido en discípulo de una celebridad como Le Dentu (aparentemente famoso por una sutura en lo único que he conseguido en la red), y,  al regresar a Venezuela con su título de Médico Cirujano,  ejerce en el Hospital Vargas de Caracas y como docente de la Universidad Central, en la cátedra de Anatomía Descriptiva. No se quedó en Europa, porque a lo mejor la crisis del país no era ni parecida a la de ahora, contribuyendo al abolengo de un centro hispitalario que a duras penas sobrevive al infausto siglo XXI.  Entre 1893 y 1895 escribe para la Gaceta Médica de Caracas,  y el deber gremial lo llama, siendo co-fundador de la Sociedad de Médicos y Cirujanos de Caracas,   preside la comisión preparatoria que resulta en el Colegio de Médicos de Venezuela (1902), miembro fundador de la Academia Nacional de Medicina (1904).  Por si fuese poco, funda la cátedra de Clínica Quirúrgica de la Universidad Central y asciende como jefe de los Servicios de Cirugía del Vargas por 1895; dirige el Vargas en tres ocasiones entre 1899 y 1907; y vicepreside tanto la Junta Administradora de los Hospitales  Civiles del Distrito Federal (1904).  Que sepamos, nunca faltó a su trabajo ni se prestó para los consabidos guisos. Un empleado público insigne. A lo mejor en el Archivo General de la Nación habrá testimonio de ese periplo. Y en la Academia Nacional de Medicina que llegó a presidir (1912-1914), importante dato debido a la nombradía también de una magnífica generación de galenos de entre-siglos, quedarán copias de muchas de sus actuaciones.

Hay dos actividades dignas de mencionar. Por una parte, en un país a cual escasamente llegaba la literatura médica más reciente, Acosta Ortíz se esmeraba por facilitar aquella de la que disponía, siendo un facilitador esencialmente oral porque – no olvidemos – tampoco era fácil imprimir, no existían las copias fotostáticas ni los “pen drive” para la divulgación del conocimiento. Como es de suponer, escribió muchos artículos que todavía soportarían el más riguroso arbitraje sobre temas científicos y hasta literarios, pues, era frecuente ésta distracción que casi forzaba a la crítica en una era donde tampoco existía la TV ni el “blue ray”. Fue autor de dos libros: “Du traitement chirurgical des anévrismes du tronc brachio-céphalique et de la crosse de l'aorte” (1892), y “Lecciones de clínica quirúrgica” (1911), consciente además que la novedad científica debía ser tal: lo primero fue escribir, como ahora no se hace mucho excepto en las redes sociales;  lo segundo, escribir en torno a lo indispensable indispensable, sin que hubiere el afán de autopublicarse y reclamar la atención e otros en amazon.com; y, lo tercero, son obras necesarias de recuperar y digitalizar para la inexistente historia médica del país, porque no tiene la importancia como en otros países ni suscita el interés novelístico del que hizo gala un aficionado a la medicina y sus viejos instrumentos, como acaeció con “Palinuro de México” de Fernando del pasado, vieja obra ganadora del Rómulo Galleos en los años ’80 del XX. Y, por otra parte, estuvo la infaltable política. Fue diputado  por los estados Bermúdez (1877) y Barcelona (1899), además de senador por Lara (1910).  Sin dudas, hubo una identificación con el régimen gomecista, pero la aceptación de una curul en éste o en  gobiernos anteriores, nos da cuatro características básicas de la época: la preeminencia del desempeño profesional; no se está en contra, mas tampoco a favor para dibujar una cierta neutralidad que es de la supervivencia;  la discreción en todo  lo posible; y, muy conocido, desprofesionalizando la actividad política, tendía a nutrirse el cuerpo parlamentario nacional y, a lo mejor, de los estados, incluyendo el cuerpo edilicio, de figuras prestigiosas y notables en otros ámbitos que les eran ajenos. La muerte de Acosta Ortíz fue todo un acontecimiento noticioso, presidido el sepelio por el Presidente Encargado de la República, José Gil Fortuol, y el de las Academia, F. A. Rízquez. Fallecido en París, al mes llegó a Caracas el cadáver.

DE LOS RÍOS (Valencia, 29/11/1826 – Caracas, 29/03/1914)

El meritorio diccionario de la Polar, lo reputa de médico, escritor y filántropo, precursor de la pediatría en Venezuela. Desde 1937, el conocido y aún importante hospital de niños de la actual Caracas, lleva su nombre.  Hijo de un prestigioso abogado, llega a la convulsa Caracas de 1848 donde cursa la carrera y, a la vez, da clases en el Colegio El Salvador del Mundo que dirigía el temperamental Juan Vicente González. Al doctorarse en Medicina por la Universidad Central de Venezuela (1854), ejerce la profesión e insiste en la docencia, impartiendo clases en el Colegio Nacional de Carabobo. Lo curioso es que hace medicina militar, pues, siguiendo el aludido diccionario la nota de El Universal de Caracas, ya reseñada,  se convierte en Cirujano Mayor del ejército del general Julián Castro, siendo el jefe de los hospitales de su ciudad natal.  Luego se convierte en secretario particular del general Páez, con quien seguramente compartirá las charlas sobre cultura general que tanto animaban al anciano prócer, bajo el estimulo de la madre de las llamadas “barbarini” (Bárbara Nieves, su mujer).  Confianza ya ganada, se convierte en delegado del gobierno paecista a la Asamblea de la Paz que zanjó definitivamente la Guerra Federal, reunida en La Victoria (1863 y, por favor, no confundir con las conferencias de paz de Nicolás Maduro). De los Ríos vuelve a Caracas al año siguiente, y con Jorge González Rodil funda El Americano (1865), periódico al cual aporta sus opiniones médicas. Vicepreside la Facultad de Medicina (1868) y hace de Médico Cirujano del ejército encabezado por José Tadeo Monagas. Por cierto, durante el centenario de El Libertador, nuestra figura es quien dirige las palabras en nombre de la Facultad de Medicina en la inauguración de la estatua de José María Vargas, en la sede de la Universidad Central (1883). El Presidente Interino de Venezuela, Guillermo Tell Villegas, le encarga en 1893 la jefatura de los hospitales y ambulancias de guerra de Caracas, aunque la medicina de guerra no será objeto de su fundamental reflexión, sino – significativamente – la pediatría y ginecología.

De los Ríos fue autor de un “Tratado elemental de higiene pública y privada” (1874), y de un Código de Sanidad de Puertos (1881);  varias conferencias de ginecología que tuvieron una crítica favorable de Paul Rodet, en el Journal de Médicine (París).   Ahora, al proseguir la específica nota de El Universal, donde cita a Laureano Villanueva, igualmente galeno e historiador,en un trabajo que no sabemos si alguna vez lo reeditaron (“Las ciencias médicas en Venezuela”, 1895), escribió sobre las inhalaciones de yodo en la tisis pulmonar, la tosferina, la metalopina, y – con Calixto González – las enfermedades de Caracas;  dejó observaciones prácticas sobre el absceso hepático consecutivo a la fiebre tifoidea, y el de un fibroma uterino curado a través de inyecciones hipodérmicas de ergotina. El periódico ya aludido dirá: “Ultimamente ha dado á (SIC) la estampa una colección de biografías de algunos médicos venezolanos. Esta obra ha sido premiada por la Academia Venezolana Correspondiente a la Española”.

No sólo fundó, un dispensario para niños pobres en el local del colegio Santa María de Caracas (“sirve de balde un Consultorio en el Colegio de Santa María”, refiere El Universal), sino que editó la Revista Clínica de los Niños Pobres (a lo mejor, la primera editada en Hispanoamérica en el campo de la Pediatría).  Versátil, fue individuo de número de la Academia Nacional de la Lengua, correspondiente a la Española, y de la de Historia, en reemplazo de Rojas Paúl, amén de la Academia de Ciencias del Brasil (honorario). Profesor de la Universidad Central de Venezuela, de la que fue vicerrector durante el rectorado de su hermano político, José de Briceño. Ostentó el Busto del Libertador en su tercera clase, la Medalla de Instrucción, Caballero de la Gran Cruz de la Orden de San Gregorio el Magno y la de Isabel la Católica, y la Orden Imperial Brasilera de la Rosa.  Claro está, cuando ha habido una hemorragia de condecoraciones de fácil intercambio en Venezuela, las de J.M. de los Ríos, poco dirán. No obstante, más dice la existencia del hospital que lleva su nombre y que, a propósito del centenario de su fallecimiento, merece recordarlo.



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