Anzoátegui padece la desgracia de tener como Gobernador a un narcisista inepto e ineficaz, que no siente el menor afecto por su pueblo, además de poseer una capacidad inagotable para la mentira y el fingimiento. Que  autoproclama ser “el que más ha hecho por Anzoátegui”, pero cuyo desempeño no soporta la más superficial evaluación. La tragedia de Clarines ha dejado ver las costuras de la gigantesca estafa a que ha sido sometida ésta tierra de promisión.

Cinco años llevamos oyendo los cantos de sirena que, con su muy acicalado rostro, hablaban de “cientos de miles de millardos invertidos en salud, vialidad y seguridad” y bastó un breve instante para descubrir brutalmente la magnitud del engaño. Engaño en el que ha contado con la complicidad y el concurso irrestricto de una comandita de pseudos-editores mercenarios asociados en la labor de desfalcamiento del Tesoro Público Regional y de las esperanzas de un pueblo ya agobiado de tantos desengaños y frustraciones.

Imaginamos la desesperación de quienes urgidos de recibir atención médica, se encontraron el centro de salud más cercano, con categoría de Hospital, carente hasta de agua que ofrecerles, mientras el de los cubanos supuestamente  lleno hasta rebosar de equipos e insumos estaba herméticamente cerrado e inoperante.

Los intentos de desmentir el mal estado de la vía y su peligrosidad se estrellan estrepitosamente con la realidad inocultable. Y para colmo una pareja de profesionales, víctimas lamentables de la tragedia, sufrieron simultáneamente el robo de su vehículo, cuando se suponía que el sitio estaba vedado a civiles y custodiado por las fuerzas de seguridad y prevención. De un solo tiro: salud, vialidad y seguridad quedaron en evidencia como tres faraónicas mentiras de Tarek William Saab, quien cobardemente trata de desviar la responsabilidad en un infortunado chofer.

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