Beisból, autoestima y buena ciudadanía
Escrito por Gustavo Coronel   
Domingo, 16 de Agosto de 2009 21:25

altMis mejores días en el trabajo eran aquellos en los cuáles Chico Carrasquel pegaba un par de hits o Andrés Galarraga jonroneaba. Estuve presente el día en el cuál Luis Aparicio el Grande le dió su guante y su posición a Luisito Aparicio, marcando el inicio de una carrera que terminaría en el Hall de la fama del beisbol, en Cooperstown. Aún recuerdo los gráciles “swings” (como se dice eso en español? No es balanceo y mucho menos contoneo) de Vidal López y, sobretodo, de Héctor Benítez, “Redondo”. Asistí al stadium de Los Teques un día de 1940 en el cuál Trucutú Gibson pegó un jonrón tan monumental que todavía andan buscando la pelota. Y estaba en el Stadium Nacional el día que “Redondo” pegó uno de 480 piés, récord oficial para Venezuela por muchos años.Siempre me pregunté por qué Fonseca era tan buen receptor pero no bateaba mientras que Guillermo Vento bateaba tanto pero no era buen receptor. Sufrí como buen magallanero que a Sam Nahem, a quien traían en avión desde USA, perdiera juegos contra Julio Bracho, a quien el Cervecería Caracas le daba un bolívar para que se viniera a a Caracas en autobús, desde Maracay.


Lo mejor era saber que si nuestro equipo perdía hoy podría ganar mañana, ya que el beisbol (y el teatro) son actividades que se aproximan a la inmortalidad. Terminan y comienzan, cada caída del telón seguida por una nueva apertura.


El beisból ha sido un gran fuente de placer y de autoestima para los venezolanos. No hemos tenido muchos premios Nóbel, es verdad, pero tenemos a Bob Abreu. Los científicos escasean pero Pablo Sandoval surge abruptamente al estrellato en San Francisco. Un novelista, un gran poeta, son difíciles de encontrar pero siempre podemos deleitarnos viendo a Miguél Cabrera en acción.

En mis charlas sobre Venezuela en diferentes ciudades de los Estados Unidos nunca dejo de mencionar que Venezuela es la cuna de Carrasquel (nadie lo sabe), de Concepción, Aparicio y Galarraga y que por cuarenta años existe una tradición aristocrática en el campo corto de las Grandes ligas que comenzó con el Chico y que ha continuado con Aparicio, Concepción, Guillén y Vizquel, el gran quinteto, y algunos otros notables jugadores de la posición de trayectoría más breve, como César Gutierrez o aún por consolidarse como grandes estrellas, como Asdrúbal Cabrera.Hoy en día los jugadores venezolanos activos en las grandes ligas llegan al centenar, aunque la cifra cambia constantemente. Esto es menos del diez por ciento del número total de jugadores activos. Pero dos de ellos, el treinta o cuarenta por ciento, están entre los primeros cinco o seis bateadores de las mayores, Sandoval y Cabrera.

La colección de excelentes atletas este año es excepcional, desde Santana, Zambrano, Francisco Rodríguez, Víctor Martínez y Félix Hernández hasta algunos de menor perfil pero que “no mojan pero empapan”, como Marcos Scuttaro, José López y Juan Rivera.


Un aspecto interesante del beisból organizado es que permite a jóvenes latinoamericanos que no poseen una educación formal llegar a tener una carrera muy remunerativa, aunque pueda ser relativamente breve. Cuando vemos a un Cabrera o a un Santana, jóvenes salidos de barrios urbanos o pequeños pueblos de la provincia venezolana, obtener diez o más millones de dólares por temporada, pensamos que es fácil. Pero, no solo es necesario tener un talento excepcional para hacer lo que hacen sino que generalmente han tenido que vencer un ambiente dificil para llegar allí. Muchos han luchado con el idioma y con una cultura totalmente diferente a la de ellos.


Es también interesante observar como muchos de estos atletas han desarrollado una actitud solidaria con quienes tienen menos. Melvin Mora, por ejemplo, tiene su fundación para niños en Baltimore desde hace algunos años y no es el único. Casi todos nuestros beisbolistas son buenos ciudadanos y comparten con los más necesitados lo que han llegado a poseer a través de sus esfuerzos.


Los venezolanos en grandes ligas son una historia de éxito por donde se mire. Se han labrado una buena vida, deleitan a los millones de espectadores del deporte, proporcionan a sus compatriotas una sensación de legítimo orgullo y contribuyen activamente a la sociedad en la cuál viven, son buenos ciudadanos.




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