De un viejo hábito
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 11 de Julio de 2022 00:00

altInadvertidamente, desde la más remota infancia, tendimos a imitar la costumbre de mamá de recortar y guardar  lo que más le atraía de la prensa.

Coleccionaba lo que más le gustaba y tuvo lo que llamamos el “libro de recortes”, cuyo ejemplar sobreviviente preservamos con  muchísimo celo y cariño.

Abrimos un cuaderno escolar y con un pegamento que traspasaba – manchándola -  cada pieza antes de llegar la universalmente conocida “pega ega”, convertida la marca en género, el escolar guardaba - muy esporádicamente - alguna escena heroica del béisbol profesional hasta que pisó el bachillerato y comenzó a hacerlo con los artículos de opinión del diario El Nacional.  Será ya bastante crecido, iniciando la universidad, que tomará nota crecientemente sistemática de los medios escritos adquiridos en casa y, especialmente, de la A-4, C-1 y, después, A-5 del periódico caraqueño, entendiese o no el contenido de estas páginas del periódico caraqueño, al igual que su Papel Literario, expandiéndose progresivamente a otros periódicos dominicales. 

Solíamos escribir, un poco, para el multígrafo de las actividades proselitistas hasta que el partido de la antigua militancia abrió las puertas de su (s) semanarios (s) o quincenario (s) en aisladas ocasiones al suscrito; o atrevidos para otros magazines, no olvidamos aquellas dos largas cartas dirigidas a la revista Resumen que, alguna vez, la   profesora de historia de cuarto año de secundaria no creyó que coleccionáramos, llevando sus números al aula. Nos atraía garabatear el papel, aún más con la llegada de la máquina de escribir a casa,  recordando aquel juego infantil de armar un “programa de gobierno”, o de hacer una “novela”, porque cierta ráfaga noticiosa llegaría de las elecciones de 1968 a la imaginación del infante, o tuvo su impacto el prematuro regalo de “La ciudad y los perros” de Vargas Llosa que nos hicieron con motivo de un cumpleaños. 

Transcurría el tiempo y no se nos ocurrió tomar un taller de escritura, de narrativa, o de algo parecido, aunque la inolvidable Vicky Chirinos Gómez que ya  está en la Casa Eterna, prima de una cuñada, nos animó a escribir un cuento, si es que puede llamarse tal lo que hicimos,  remitido a un concurso convocado por Pro-Venezuela con el resultado nada difícil de adivinar.  Militante de partido, luego, no tuvimos suerte con la periodista compañera a la que le pedimos revisar y enviar un artículo a cualesquiera medios que fuese capaz de publicarlo; quizá, jamás se atrevió a hacerlo con el texto de una cuartilla que todavía conservamos milagrosamente, bastante inocente. 

Al igual que nos llamaba demasiado la atención aquellas referencias a la enseñanza social de la Iglesia que ayudaron a modelar nuestra adhesión  política, acaso, contradictoriamente, nos atrapó el estilo que caracterizó a  Domingo Alberto Rangel en sus entregas para otros medios,  además de los libros que febrilmente publicaba. Ya, convertidos en asiduos visitantes de la Hemeroteca Nacional, explorado antiguos odos de escritura, permanece todavía la propensión o  manía metafórica del tovareño que contrastaba con la concisión de muy variados columnistas.

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Una exitosa apuesta

La nuestra, fue una ilusión inadvertida: dejar regularmente impresos nuestros modestos pareceres y llegó la oportunidad o, mejor, el momento de apostar. No conocía a dueño, periodista o trabajador alguno en los medios, así que todo dependía de una prueba y la hicimos, primero con El Globo y, después, con Economía Hoy, ambos de Caracas, cuya lectura resultaba ineludible desde hacía un buen tiempo atrás. 

Por entonces, laboraba en un juzgado superior en lo penal y, por lo general, realizadas todas las tareas, ya estaba desocupado una o dos horas antes de concluir la jornada, por lo que nos dedicamos a investigar un tópico procesal, por entonces, controvertido y, pudiendo ser más extenso, tuvo por única compensación su publicación en cuatro entregas en el Diario de los Tribunales, Barquisimeto, a mediados de 1992. Y, por entonces, abierta la polémica sobre la reforma constitucional, hicimos un apretadísimo resumen y personalmente lo llevamos a El Globo, resultando sorpresivamente publicado el 6 de julio. 

Primera vez que lo hacíamos en un periódico de carácter comercial,  más tarde probamos exitosamente con el diario salmón y, finalizando uno y comenzando el otro siglo, ocasionalmente en los impresos de El Nacional y excepcionalmente en El Universal de los antiguos dueños.  De la entrega personal pasamos al  fax manual, hallando a la postre un programa informático que automatizó los envíos a casi todos los periódicos del interior,   publicando profusamente textos, a veces, extensos.

Increíble que haya pasado treinta años y no sabemos del número exacto de los artículos acumulados en los medios impresos, ni en los digitales. Quedó el hábito irremediable  de escribir, por cierto, un ejercicio que va más allá de los breves y torpes caracteres que dejamos diariamente en las redes. 


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