El hombre y su lucha |
Escrito por Alirio Pérez Lo Presti | X: @perezlopresti |
Martes, 18 de Enero de 2022 05:54 |
Sube nuevamente el telón y con franela y pantalones cortos me pongo a escribir. El gran desafío humano en relación con las causas potencialmente determinantes para multitudes es hacer que un principio, muchas veces personal, individual o colectivo trascienda a las grandes mayorías al punto que las haga propias. De ese lugar de partida surgen los movimientos sociales más aleccionadores y encomiables; también las grandes tragedias. De una de esas desventuras venimos los millones de venezolanos regados por el mundo, por lo que nos marca el desarraigo y el viaje, con punto de partida y con destino incierto, tenemos el signo de Caín. Eso somos quienes abrazamos la bandera tricolor y la arepa como punto de encuentro. De esa historia que apenas comienza, muchos heredamos una manera de ver el mundo que en ocasiones pareciera repetirse en cada esquina. En ocasiones, eso que parecieran puntos de vista sólidos, son simples caprichos generacionales. Laboratorios apocalípticos Giran las aspas del ventilador mientras en nuestro tiempo se hizo norma que se den de manera simultánea las realidades forzadas más irreales. Los medios de comunicación de la contemporaneidad son capaces de hacer que matrices de opinión surjan de infinitas maneras, al punto de que lo que empieza por una afirmación condenatoria termine por imponerse sobre la realidad. Lo que vemos y oímos termina por ser cuestionado por nosotros mismos y las realidades paralelas se van imponiendo como las verdades irrefutables en mundos simultáneos que superan cualquier intento por controvertir y alegar. Gana lo que cada uno quiere oír y de manera temeraria y tendiente a lo insalubre, se termina por imponer una falsedad sobre otra. Se condenan sistemas enteros para dar al traste con los mismos en un aparente salto al vacío. En realidad, son los artilugios de quienes buscan controlar y tomar el poder, lo cual lograrán si se les permite. Épica generacional La franela y los pantalones cortos son por el verano y escribo: Cada generación potencialmente aspira tener su propia épica, en la cual se va desarrollando un discurso y una narrativa que va desde lo tele novelesco hasta lo heroico. ¿Qué le vamos a hacer, si existe la necesidad humana de darle una sobre dimensión a lo pasado y al propio presente? Se necesitan héroes nuevos, los cuales arribarán a donde se les lleve y si nos descuidamos, no bajarán de la cima a la cual se les levante. Forma parte de las fatalidades propias de lo humano, en lo cual existe la necesidad de creer en falsos titanes y la idolatría es una función mental que genera esperanza y sensación de certeza. Esa misma esperanza y sensación de certeza puede ser la peor de las fatalidades y de eso está lleno de ejemplos la historia, pero bien sabemos que no se escarmienta en cabeza ajena. Muchas veces parece que el aprendizaje es por sufrimiento o de lo contrario no se aprende. De generaciones creativas que son capaces de pensar en la unión y el bien común está repleta la historiografía, la misma que relata cómo generaciones enteras no han hecho sino llevar a sus coetáneos a la destrucción y la desgracia. Parecen ciclos de los sistemas. Causas ganadas, causas perdidas Si bien el calor arrecia, siempre hay tiempo para pensar que: Si bien es cierto que la lucha por una buena causa vale la pena un esfuerzo, no menos cierto es que algunas causas, por más loables que nos parezcan, no se pueden cultivar. La vida es contra reloj y la necesidad humana de respirar un poco de aire fresco es también parte del existir. Lo peor de lo humano es su capacidad adaptativa. Somos capaces de adaptarnos prácticamente a cualquier situación que se nos presente en el devenir de nuestra existencia. También se supone que esa capacidad adaptativa es una de nuestras más grandes fortalezas. Tal vez la adaptación solo es una tara sobrevalorada. Lo genuino sería rebelarnos ipso facto, ante las adversidades, pero pareciera no ser compatible con una vida equilibrada. En esas se nos va la vida. Afortunadamente nos queda tiempo para bailar y amar, de lo contrario, el sinsentido se apoderaría de todos los espacios. Prefiero claudicar mil veces ante una causa justa que inexorablemente va a ser fallida que perderme de un encuentro con la persona amada. De lo extremadamente individual, encumbrado en el compartir íntimo, está hecho lo más grande de lo humano. También de lo rimbombante. Como colofón, escribo sobre el sentido de la vida: A la vida hay que encontrarle sentido. Algunos tuvimos la fortuna de nacer con una brújula traspasada generacionalmente que apuntaba el lugar hacia donde debíamos focalizar nuestros esfuerzos. Lo agradecemos. Otros, por el contrario, necesitan conseguir su propio camino, lo cual se hace con esfuerzo temerario propio de quien necesita formarse su propia senda, sin señales en el camino que más o menos le digan por dónde ir. Llevar de la mano una brújula también es un acto de fe. Así se va cerrando el telón.
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