Problemas y soluciones
Escrito por Alirio Pérez Lo Presti | X: @perezlopresti   
Martes, 08 de Febrero de 2022 00:00

altPedro Pardo tenía tres meses consumiendo alcohol sin detenerse.

Reconocido como cirujano talentoso por la comunidad en la cual ejercía, generaba pesar entre sus pacientes, las personas conocidas, pero sobre todo en su familia. Con esposa y tres hijos adolescentes, Pedro Pardo había sido un ejemplo como ciudadano, profesional y hombre de familia. Poseído por el trastorno de beber, literalmente su vida se le iba cada día transcurrido. Se había fracturado la nariz en una de las tantas caídas que había presentado y su familia acudía en grupo a rezar, dado que no encontraban solución al incontrolable estado del Dr. Pardo. 

Familia unida

La familia del cirujano, lejos de alejarse o abstraerse del problema, se había cohesionado a tal punto que todos giraban en torno a él. Su esposa y los tres hijos casi se habían obsesionado con sacar al médico del problema e incluso habían abandonado sus propios quehaceres. Las horas pasaban y la ocupación de sus mentes estaba focalizada en la vida y actitud del hombre que durante muchos años solo era un modelo de persona, que se conducía socialmente de manera muy provechosa, puesto que su talento estaba al servicio de salvar vidas a través del impecable oficio de su profesión, que en sus manos se traducía en arte. Los tres hijos eran estudiosos y solidarios, con planes de estudiar medicina, como su padre. La esposa se había entregado a levantar la familia, sacrificándose de manera tenaz para que su estirpe fuese de bien. Lo único torcido era la imposibilidad que presentaba su esposo para dejar de beber. 

Con el pie izquierdo

Resulta que un lunes, Pedro Pardo se dirigió a su esposa y a sus tres hijos y les dijo que había tomado la decisión de internarse en un centro para rehabilitarse de aquello que estaba destruyendo su vida y la de sus seres amados. Un quince de febrero ingresó al Instituto Internacional para Tratamiento de Adicciones Edgar Allan Poe. Temblaba como consecuencia de la abstinencia y la familia se despidió de él justo cuando comenzaba a dar manotazos para quitarse de encima los insectos imaginarios que lo atacaban con saña en el intrincado delirium tremens. Luego de someterse al tratamiento de rigor, en el cual necesariamente requirió ser contenido con brazaletes por su alto nivel de agitación, se le realizaron los estudios que derivaron en un hallazgo que le daría un vuelco a su vida. El daño hepático era irreversible y tenía la vida limitada a meses. Se culpó y maldijo a sí mismo infinidad de veces, al punto en que ya no quedó idea miserable que pudiera asomar. Los días de internamiento se le fueron en hacer planes y contar los días que le quedaban. Su mente estaba literalmente convulsa y sentía cercano el hálito mortuorio. Bajo juramento, el médico que le dio de alta en el instituto se comprometió en no revelar a la familia que Pedro Pardo tenía los días contados. 

Planes en la víspera

Contrario a la idea inicial de hacer un montón de cosas pendientes antes de dar el último suspiro, el Dr. Pardo regresó a su hogar luego de tres meses de internamiento. Vestía una camisa de lino que le quedaba holgada por los kilos perdidos durante su tratamiento y de manera sorpresiva se apareció en la cocina, mientras su esposa, que no lo esperaba, hacía una de las legendarias sopas que tanto le gustaban al Dr. Se volvieron a amar como alguna vez lo hicieron y esperaron a los hijos, quienes no cabían de la emoción. Parecía un milagro lo ocurrido, pues su padre no solo había regresado sobrio, sino con afabilidad, sencillez, bondad y don de gentes. Sus hijos lo adoraron y lo admiraron como nunca. Fue así como Pedro Pardo, consciente de que le quedaba poco tiempo de vida, trató de vivir como si no estuviese enfermo, retomó las intervenciones quirúrgicas y de nuevo ayudó a las personas. Lo pudo hacer hasta que comenzó a ponerse amarillo y asomaron los primeros síntomas limitantes, propios de su enfermedad.

La despedida

La noticia no pudo ser más triste, por lo que tanto los hijos como la esposa trataron de presentar la mayor cantidad de opciones posibles, pero era ya muy tarde. El daño corporal se había complicado mucho más de lo esperado y con absoluto estoicismo, el Dr. Pardo pasó sus últimos días con su familia. Cuando lo espetaron para señalarle que debió informar que le quedaba poco tiempo de vida, él les habló de manera sabia y pausada: “Mi mayor aspiración era a volver a retomar los días y la familia que una vez tuve. Lo logré y no hay mayor felicidad en el mundo para mí. Espero que me recuerden como he sido en este último tiempo y no de otra manera.” 

Vino a despedirse de mí. Hablamos más de una hora y cada palabra que pronunció me quedó grabada para siempre. La ausencia de vicios no aumenta las virtudes de un hombre, dice el poeta español. Yo solo digo que, con sus imperfecciones, él demostró que se puede ser bueno en la vida y ayudar a los demás. Por petición de la familia dije algunas palabras al momento de su entierro. 

 

 


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