Un Papa jesuita, esquivo, demagógico y peronista
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Jueves, 02 de Enero de 2020 13:32

altLlevado por ese estúpido patrioterismo progre latinoamericano, del que todos los latinoamericanos, cual más cual menos, pecamos, saludé emocionado el nombramiento del cardenal jesuita

argentino Francisco Alejandro Bergoglio como papa Francisco. Fui convencido de lo oportuno de su nombramiento, esperanzado en un renacimiento del liberalismo en medio del castrochavismo dominante en toda nuestra región por un artículo pronto descubierto como una impostura fraudulenta, que aseguraba que había tenido una discusión privada con un periodista socialista inglés acusando al socialismo de las tragedias que se venían encima desde La Habana y Caracas en América Latina.

Por entonces dirigía un suplemento de política y literatura publicado en Caracas encartado en un popular semanario opositor dirigido por Leocenis García y me acompañaban importantes intelectuales, como Luis Ugalde, Asdrúbal Aguiar y Omar Estacio, entre otros, llamado Debate Final. Decidí que el número  que correspondía al tiempo sería dedicado a Bergoglio. Me llamó desde Miami Carlos Alberto Montaner para rectificarme: Bergoglio no sólo no tenía un pelo de liberal, sino que era un peronista apasionado. Del que cabía esperar la peor sumisión al castro comunismo dominante. Pronto debí rendirme a la evidencia. Lejos de ser un triunfo para las fuerzas anti castristas de la región, venía a consolidar el avance del castro chavismo. Una auténtica tragedia.

Puedo dar fe de la inconformidad de algunos altos círculos eclesiásticos venezolanos con un nombramiento que venía a torpedear sus esfuerzos por facilitar una transición democrática en Venezuela. Si el polaco Juan Pablo II había sido una de las claves esenciales en la caída del régimen soviético, cundió en Caracas la certidumbre de que Francisco I no sería un factor favorable a la derrota del castrismo en nuestra región. Algo que pronto sería confirmado por las insólitas deferencias de Begoglio respecto del dictador Evo Morales y, desde luego, de su visita al tirano Fidel Castro, en Cuba. 

Lo único cierto es que, hasta hoy, tantos años después de su nombramiento, Bergoglio no ha emitido un solo pronunciamiento condenatorio de la dictadura madurista. Se ha satisfecho con vagos señalamientos generales por la Paz de la región, mientras hacía saber su disgusto por la elección de Mauricio Macri en Argentina y recibía alborozado en el Vaticano a la actual vicepresidenta argentina, Cristina Kirchner, ensombrecida su figura por su indiscutible relación con los hechos que culminaron en el asesinato del fiscal Alberto Nisman. 

Las recientes imágenes que lo muestran rechazando indignado a una creyente que lo halaba del brazo en procura de una bendición y otras en que retira su mano de los fieles que pretenden besarle el anillo papal en una misa vaticana, dan prueba de su rechazo a un contacto físico y directo con sus fieles. Ambos incidentes dejan claro el rechazo papal a cualquier contacto con la feligresía. Tanto más incomprensible, dada su demagogia de pobreza material y zapatos rotos. 

Es una pena, particularmente para quienes tuvimos la inmensa fortuna de compartir algunos instantes de nuestras vidas con San Juan Pablo II. Posiblemente el papa más excepcional del que disfrutara la cristiandad a lo largo de este turbulento siglo y medio de totalitarismos. 

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