Los juego chilenos de mi infancia popular solían terminar - ¿siguen haciéndolo? – con un llamado amable y perentorio de los mayores: “calabaza, calabaza, cada uno pa’ su casa”. Vuelvo a recordarlo viendo las contradicciones, los desencuentros y la dispersión en que culmina para la Concertación esta derrota de la primera vuelta. Anuncia un desbande inevitable ante la más que probable derrota definitiva este próximo 17 de enero de un proyecto de alianza y unión que parece haber agotado sus propósitos fundacionales.

La necesidad de insuflarle nuevos aires a la alicaída campaña de Eduardo Frei llevó a la rocambolesca propuesta de cambiar los rostros de la máxima dirigencia de los partidos que lo apoyan. El clásico expediente de vender el sofá.  La decisión de la presidenta por respaldar a su escudero, el secretario general del Partido Socialista Camilo Escalona, frente a la solapada exigencia del candidato de la Concertación, el democristiano Eduardo Frei a poner su cargo a la orden, e incluso el rechazo del propio secretario general de la Democracia Cristiana a seguir el ejemplo de los renunciantes secretarios generales del PPD y del PRSD, como medida de última emergencia para obtener algún respaldo del enfant terrible de la política chilena, Marco Enríquez, demuestra que ya sonó la hora del “sálvese quien pueda”. ¿Podrán?

La mitad de renunciados más la otra mitad que rechazara la auto inmolación demuestran dos cosas: primero, la derrota de Frei es inevitable. Lo fue desde un comienzo, cuando democristianos de la más rancia tradición como Patricio Aylwin y Andrés Zaldívar lo criticaran ásperamente al comienzo de la campaña por su comentarios impropios de un candidato. Y Marco Enríquez renunciara al PS para lanzar su propia candidatura, abriendo en canal el ya agónico artefacto de la Concertación. Nada sorprendente, a pesar de la popularidad de la presidenta, en absoluto endosable a terceros por su naturaleza personalísima. Síntoma, sin duda, de la decadencia de su grupo de respaldo.

Como el efecto de este mortal desencuentro permeará antes de lo imaginado al elector, faltará el blindaje que haría imaginable un caudal de nuevos votantes para Frei. El resultado probable: abstención y voto en blanco en muchos marquistas, viraje hacia Piñera en otros y un repliegue táctico hacia Frei en los menos. Pero incluso si el terror a la derecha – que ya suena a cuento infantil – surtiera un efecto tan colosal como para derrotar al exitoso empresario de la Alianza por el Cambio, las huestes concertacionistas estarán demasiado golpeados y abatidas como para enfrentar los próximos cuatro años de crisis con un mínimo de fortaleza. Sería una auténtica victoria a lo Pirro.

Pienso, por el contrario, que la élite política de los partidos de la Concertación ha comenzado el repliegue a sus distintas posiciones. Los socialistas estarán acomodándose para ocupar un rol en la futura oposición y preparando su aggionamento para el 2014. Tendrán un competidor formidable en Marco Enríquez, que se lanzará al copamiento de la izquierda democrática chilena y al desbanque definitivo del PS. Pretendiendo asumir la dirección de la oposición y preparando su candidatura para el 2014, cuando no habrá llegado aún a los cuarenta años de vida y ya tendrá a sus espaldas la doble experiencia de una derrota y un tránsito de un período a la cabeza de la oposición.

El PPD, que obtuviera una excelente votación, estará ocupado en terminar por apartar el protagonismo del PS, principal víctima de este proceso electoral.  Y la DC pagando la muy abultada factura por los platos rotos. Quedará en tierra de nadie: lejos de Piñera, a quien debió haber acompañado, salvando así su rol protagónico en el centro del espectro político chileno, y de la izquierda, de la que debió haberse separado hace mucho tiempo para no asumir el lastre de dos décadas de gobierno.

Llegó el momento. Calabaza, calabaza, cada uno pa’ su casa.