Sube la bolsa, baja la vida
Escrito por Omar Estacio   
Miércoles, 09 de Diciembre de 2009 06:22

altLeo en una publicación especializada que, el económico, es uno de los factores que alejan la retirada definitiva de las tropas norteamericanas de Irán y Afganistán. Como se ve, no se trata, ahora, de elegir como en los atracos, la bolsa o la vida. Todo lo contrario. De lo que hablamos es de la subida la Bolsa, porque el ascenso de la alicaída Wall Street, parece depender de los gastos que genera la llamada confrontación de mediana intensidad en el Oriente Medio.

Hay gresca en Kabul y el índice Dow Jones se prepara a sobrepasar la cota de los 10.500 puntos.

Ahdmadineyad, anda en son de pelea y por lo mismo, se frotan las manos en General Motors, Ford, Chrysler y los fabricantes de autopartes de Detroit.

Uno creía, de manera ingenua, que los largos períodos de paz traían a los pueblos el bienestar y progreso. Pero eso no es del todo cierto. Aseguran los analistas y los que observan los cañonazos, como quien asiste al cobro de unos penalties en un partido de fútbol, que las guerras siempre benefician la economía de los países que no las padecen en sus territorios. Claro está, lo peor de tal clase de batallas es la economía de los muertos. Aunque tampoco en el más allá les harán falta el dinero que generan. San Pedro no cobra por entrar al Reino de los Cielos, ni el Diablo tampoco por enviarnos a la Quinta Paila.

Las leyes de la naturaleza son crueles. Alcanzan a los animales pero también a los humanos. Es probable que para que unos sobrevivan, engorden y se atavíen con trajes de firma, tengan que morir otros. De esta forma llegaríamos a la desconsoladora conclusión según la cual la guerra es necesaria y por consiguiente inevitable. Un asunto de la vida que es muy intrincado, porque conduce a la conclusión según la cual la humanidad es cruel, de difícil manejo y mal construida por dentro. El hartazgo, el bienestar y la libertad convierten al hombre en un predador tan peligroso como la escasez, la desgracia y la esclavitud.

Los pacifistas somos unos ecologistas del género humano. Pero luego resulta que si los ecologistas protegen unas especies, otras desaparecerían porque la Naturaleza tiene leyes cuya sabiduría reside, precisamente, en su crueldad. Proteges las hormigas y se extinguen los osos hormigueros. Proteges a los israelitas y tipos como Ahdmadineyad, se convierten en especies en vías de extinción. Nos pusimos tan contentos cuando alguien decretó el fin de la guerra fría, pero en su lugar ha sobrevenido el hambre, la corrupción y la necesidad de una nueva guerra caliente.

Es lo trágico de la supervivencia humana, lo paradójico, para quienes nos negamos a aceptar la muerte como vehículo de vida. Para poner uno solo ejemplo que hemos escuchado varias veces. Para que Hitler no hubiese matado a millones de judíos, antes, había que haberlo sacrificado, lo que te conduce a una serie de preguntas sin respuestas, porque nadie tiene el derecho de decretar quienes deben morir ni los que deben matar y aquí entran, otra vez, las crueles leyes de la Naturaleza. Mueren los débiles, matan los fuertes, pierden los pobres y ganan los ricos, para que al final la única justa y verdaderamente igualadora sea la propia muerte, que no perdona ni a los poderosos ni a los desvalidos.

A semejante enredo, diríamos que existencial se agregan las paradojas bursátiles aludidas al comienzo. Porque viene alguien y explica que si durante varios lustros hubiesen subido las Bolsas de Valores de Bagdag o de Afganistán, en el mundo estaría ocurriendo todo lo contrario a lo que está ocurriendo en este momento: que habría guerra en Manhattan y paz en el Oriente Medio.

Aumenta la confrontación en el África o se calienta el ambiente en América Latina y los corredores de la Stock Exchange se frotan las manos en el mal llamado mundo desarrollado. Son cosas difíciles de comprender pero, además, imposibles de justificar. Sobre todo, en el presente mes de diciembre cuando en lugar de caídos en el frente como factores de riqueza, deberíamos estar hablando de paz y amor.

O de paz y Viagra, para quienes nos deslizamos vertiginosos hacia la tercera edad.
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