La felicidad per cápita
Escrito por Ignacio Avalos Gutiérrez   
Miércoles, 09 de Diciembre de 2009 06:08

altPor éstos días hay una cita en Copenhage con el propósito de acordar un paquete de acciones que remedie la ineficacia del protocolo de Kyoto.  Se habla de  revisar, en particular, el modelo energético que fundamenta la economía actual  y hasta de examinar de pies a cabeza


I.

Hace más de tres décadas los climatólogos lo advirtieron por primera vez, pero el mundo les creyó como se les cree a ciertos adivinos, esto es, de a poquito y por no dejar.  Hubo conferencias, reuniones y acuerdos de distinta índole, siempre con olor a  letra muerta. Las dudas hacían de las suyas: se confrontaban teorías, se cuestionaban cifras y se ponían en remojo (aún se ponen) las conclusiones de los acientíficos a fin de suavizar temores y urgencias. Mientras tanto cada país prefería preocuparse del crecimiento de su respectivo PIB, pues ¿a quién diablos le importaba el dióxido de carbono ?.  Hoy en día, la mala noticia de entonces ha sido confirmada en toda su gravedad.  Como podría haberlo escrito Marx, un fantasma recorre el mundo, el fantasma del cambio climático.

II.
Por éstos días hay una cita en Copenhage con el propósito de acordar un paquete de acciones que remedie la ineficacia del protocolo de Kyoto.  Se habla de  revisar, en particular, el modelo energético que fundamenta la economía actual  y hasta de examinar de pies a cabeza -¿ será verdad ? -  el sistema capitalista que hoy nos rige, no obstante las proclamas socialistas en uno que otro rincón de nuestra aldea global.  

Porque habrá que recordar que hace mucho,  en el año 1620, Francis Bacon sugería mirar l a la naturaleza  no como algo sagrado, sino como una “ramera colectiva” y proponía “sacudirla hasta sus cimientos” con el fin de “expandir los límites del imperio humano hasta hacer realidad todas sus posibilidades”. De estos lodos nos vienen, así pues, estos polvos contaminados, en virtud de una lógica económica que ha prevalecido hasta nuestros días.  De allí, entonces,  la necesidad  de un viraje civilizatorio, armado en torno a otras aspiraciones.

III.
No están tan lejanas, ni han dejado de tener  peso, aquellas rústicas apreciaciones  conforme a las cuales se medía y calificaba la vida de los terrícolas usando, sólo,  ciertos indicadores económicos. Posteriormente, es cierto, las herramientas metodológicas se sofisticaron hasta construir índices más complejos que atienden también aspectos ligados a otros planos, vinculados a la educación, la salud, los servicios públicos, las libertades políticas, en fin.   Pero últimamente se ha querido ir más lejos todavía,  a través de investigaciones más profundas que pretenden calibrar la felicidad per cápìta en los diferentes países. Las mismas empiezan a asomar el hecho de que el aumento del PIB no guarda una relación directa y automática con los niveles de risa y buen humor, o la tranquilidad y los niveles de convivencia , en suma, que la vida grata en nuestro globo terráqueo pasa alrededor de valores distintos a los de ahora. Así, los estudios señalan, por citar un caso, que Chile cuenta con indicadores mucho más “saludables” que los de Costa Rica pero es, sin embargo, un país bastante menos feliz.

Ojalá en Copenhage salgan a relucir estas cosas y nos vaya quedando claro que el nexo entre la biosfera y la creación de riqueza se ha vuelto crucial y que los desmanes ecológicos del desarrollismo solo podrán ser contenidos si los terrícolas nos paramos en la vida de otra manera, menos obsesiva y depredadora.  En fin, si tratamos, de que la felicidad per cápita se de la mano con la actividad productiva.  Se me ocurre, por poner sólo un ejemplo, que ganaríamos mucho, en este sentido, si rescatáramos la práctica de la siesta de las entrañas del “fast food”.

HARINA DE OTRO COSTAL
Caracas ha pasado a ser, y no metamos el tema de la violencia, al menos esta vez, una ciudad que se caracteriza por su mal olor.  La basura se ha vuelto una costra infaltable en el paisaje urbano, que sólo de vez en cuando nos alarma, como si nos sacudiera el alma y sufriéramos un repentino ataque de respeto por nosotros mismos.  ¿Por qué diablos no hay manera de que Caracas esté limpia, un objetivo que pareciera estar al alcance de cualquier autoridad que se lo proponga, según lo muestran, sin ir muy lejos, no pocas ciudades latinoamericanas, a las que antes mirábamos por encima del hombro ?.  
¿Que tal una política de “olor cero”?

El Nacional/OyN





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