Divide y conquista: Obama debe separar a Caracas de Cuba
Escrito por Jorge Castañeda   
Jueves, 08 de Octubre de 2009 04:35

altCasi no hay duda de que en el campo de la política exterior, América Latina está muy lejos de ser una prioridad para el Gobierno de Obama. Irán, Afganistán y Pakistán son mucho más apremiantes. El problema es que la situación en América Latina se está complicando, y se está cruzando con crisis en otras partes del mundo que ahora son mucho más importantes para los Estados Unidos. Dos asuntos clave, que en ellos mismos podrían ser menores, están exigiendo la atención de Washington porque son parte de un cuadro más amplio que incluye a América Latina pero que no se restringe a la región.

El primer asunto es el caos de Honduras, no hay otro término para el mismo. El golpe que derribó a Manuel Zelaya en junio fue un golpe, y no lo fue. Era el Presidente y se le echó en un avión y fue enviado a Costa Rica por los militares. Pero no se llevó a nadie a prisión, los poderes en el país apoyaron su deposición, las elecciones programadas no se han cancelado y su sacada del poder se dio porque estaba buscando permanecer en el poder indefinidamente, si bien por vía legislativa. Una vez que ello ocurrió, sus amigos —Hugo Chávez en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua, el FMLN en El Salvador, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, y, principalmente, los hermanos Castro en Cuba —hicieron de su retorno al poder un asunto de vida y muerte en América Latina.

Las democracias del hemisferio no vieron otra salida sino alinearse con el resto al oponerse al golpe. Y ello es correcto, parcialmente: hay que oponerse a las deposiciones de presidentes por parte de militares. Pero Obama pisó en falso. En lugar de fijar una posición diferente de la de sus extrañas parejas, persistió en alinear a los Estados Unidos con ellas, consultando a fondo con Brasil y México, incluso cuando los servicios de inteligencia cubanos —sin lugar a dudas, con la ayuda de los venezolanos y los nicaragüenses, y la complicidad del FMLN en El Salvador— orquestaron el regreso clandestino de Zelaya a Honduras y su asilo en la Embajada de Brasil. Ahora Washington y Brasil, su principal aliado en América Latina, se enfrentan a una pupusa caliente, como dirían los salvadoreños: los americanos no pueden reinstaurarlo en el poder por la fuerza o mediante sanciones, y los brasileros no pueden expulsar a Zelaya de su embajada, donde ha establecido su comando.

La segunda cuestión en juego, una mucho más amplia, es lo que Obama pretende hacer en cuanto a la izquierda latinoamericana que está dividida más sustancialmente, pero más unida retóricamente que ninguna vez antes. Se trata de una izquierda en la que la facción radical, y partes del campo más moderado, están adquiriendo compromisos internacionales que son problemáticos en el mejor de los casos y peligrosos en el peor. El ladrido de Chávez es mucho peor que su mordida, pero esta última tampoco es mala. Ha comprado enormes cantidades de armas de los rusos, ha hecho inmensos negocios comerciales con China, y está casi ciertamente triangulando negocios comerciales y financieros con Irán, ayudándole a circunvenir las sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU.

¿Qué debería hacer Washington? Una confrontación total no conduciría a ninguna parte, y un “enfrentamiento” con Chávez produciría los mismos efectos que con el Mahmoud Ahmadinejad de Irán: nada en absoluto. Sólo ser amable está bien, ya que durante décadas los EEUU no lo han sido —pero la expiación, por más justificada que sea en el caso latinoamericano, no es una política exterior.

Tal vez Obama debería fomentar un enfoque de dos vías, que podría de hecho funcionar. En primer lugar, podría radicalizar ciertamente la política de los EEUU hacia Cuba: levantar el embargo unilateralmente, permitir el viaje para todos los americanos, normalizar las relaciones diplomáticas, y arreglar los reclamos generosamente. Podría también ciertamente tomar medidas contra Chávez y sus amigos exigiendo que se le ponga fin a la carrera armamentista, al apoyo venezolano a grupos de oposición a lo largo del hemisferio, y a las violaciones de los Derechos Humanos y de las libertades individuales en Venezuela, así como clamando por una clara ruptura entre Chávez e Irán.

La Habana y Chávez están estrechamente alineados; Zelaya nunca habría llegado a la Embajada de Brasil en Honduras sin la ayuda logística cubana, y el propio Chávez probablemente no sobreviviría políticamente o de otro modo sin el aparato de seguridad de la isla que lo rodea permanentemente. Pero un fin al embargo podría comenzar a separar a la Habana de Caracas, y probablemente es la única política inteligente que está a disposición de Washington para ese fin. Lo peor que podría pasar es que no funcione. ¿Acaso está funcionando otra cosa?


(*): Castañeda fue ministro del Exterior de México, es profesor Global Distinguido en New York University y un miembro de la New America Foundation.


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