Juguetes de guerra
Escrito por Armando Durán   
Lunes, 21 de Septiembre de 2009 06:18

altEl Instituto Internacional de Estudios Estratégicos afirma que América Latina incrementó 91% sus gastos en compras de material bélico en el período comprendido entre 2003 y 2008. En dólares contantes y sonantes, un salto gigantesco desde menos de 25 millardos de dólares en 2003, hasta más de 47 millardos de dólares en 2008.

La información resulta escandalosa, pues este descomunal derroche de recursos financieros se produce en una región asolada por la miseria física y espiritual de su población. Sin embargo, es probable que estos datos no le hubieran arrebatado el sueño a nadie de no haber sido porque Hugo Chávez, desde Moscú, amenazó abiertamente a Colombia y al Gobierno de Estados Unidos con el fuego eterno del infierno si persistían en el perverso esfuerzo de buscarle un final violento a la revolución "bolivariana", y porque en esa precisa ocasión anunció que el gobierno de Dimitri Medvédev acababa de concederle a Venezuela un crédito de 2,2 millardos de dólares para la compra de armamento ruso pesado, incluyendo en el paquete tanques T-72 y diversos sistemas antiaéreos reactivos, con cohetes capaces de alcanzar con efectividad hasta los 300 kilómetros de distancia. Sumados a los 4,4 millardos de dólares gastados por Venezuela en aviones Sukoi, helicópteros MI y fusiles de asalto AK-103, estos nuevos gastos militares llevan a casi 7 millardos de dólares las compras venezolanas, sólo en Rusia, en los últimos 4 años.

Las reacciones ante esta carrera armamentista han sido resonantes, pero no responden a un súbito despertar de la conciencia social del continente, sino a inquietantes conjeturas políticas muy específicas. ¿Para qué necesita el régimen chavista armarse hasta los dientes? La compra masiva de armamentos no constituye novedad alguna en nuestros países.

Desde siempre, y por pobres que seamos, los vendedores de armas han sabido conectase perfectamente con ciertos intereses políticos, militares y comerciales de la región. El resultado de este mortífero maridaje son los centenares de miles de millones de dólares despilfarrados en la absurda tarea de crear en América Latina un monstruoso depósito de cañones, ametralladoras, tanques, naves de guerra y aviones de combate. En el fondo, pura e inútil chatarra para una guerra de verdad, aunque eso sí, chatarra muy lucrativa para los mercaderes internacionales y para sus clientes criollos.

Naturalmente, tantas armas también les han proporcionado a los dictadores bananeros de antaño, a los gobiernos ideológicos de extrema derecha que sojuzgaron a sus pueblos en los años setenta con la siniestra coartada de la seguridad nacional y a los regímenes totalitarios que al calor del mal ejemplo cubano comienzan a perfilarse en la región, pavorosas herramientas de irrefutable poder disuasorio a la hora compleja de ejercer, a sangre y miedo si fuera necesario, un rígido control político de los ciudadanos.

En gran medida, esta ha sido la historia de América Latina. Armas y ambición de poder bien cogiditas de la mano, una dolorosa y sostenida historia de persecución y muerte sin piedad del adversario. Para eso, y sólo para eso, ha servido la adquisición de armamento militar en la región, muchas veces con la cínica excusa de lo conveniente que puede ser comprar la voluntad de nuestros ejércitos, verdaderos reguladores de los procesos políticos de la región, con sucesivos y costosos regalos de vidrios de colores. Porque en definitiva, mírese como se quiera, ningún país de América Latina necesita aviones Sukoi, Kafir o F-16, submarinos atómicos o no, misiles de corto y mediano alcance, o batallones de tanques Leopard o T-52 para enfrentar los graves problemas que nos acosan. Somos una región con una historia rica en regímenes autoritarios y dictaduras de todos los signos, hemos sido y somos escenario de acciones subversivas de baja y alta intensidad, y nuestras condiciones geográficas son más que propicias para facilitar el cultivo y el tráfico de drogas en gran escala. Pero también, afortunadamente, y a pesar de la riqueza de nuestros recursos naturales, hemos sido y somos un territorio libre de guerras convencionales.

En el marco de esta realidad, ¿cuál es el propósito de organizar en Venezuela una maquinaria de guerra supuestamente formidable pero en verdad supremamente insuficiente para enfrentar hipotéticas agresiones del imperio o de sus lacayos? Y si son así de insuficientes, entonces, ¿para qué necesita Chávez estos nuevos y costosísimos juguetes de guerra? ¿Para qué?

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