Sobre las incursiones extranjeras
Escrito por Luis Barragán   
Miércoles, 16 de Septiembre de 2009 08:35

alt“¿Quién va a hacer un viaje de estos, sin gastar?”,  espetó Chávez Frías en la débil justificación que hizo recientemente de sus incursiones extranjeras, incluyendo la costosa hotelería para la extensa comitiva de la que tampoco precisa nombres y roles. Y, por cierto, la adquisición de los numerosos títulos en una librería madrileña, materia inevitable de la sátira, dada la legendaria vanidad del metraje bibliográfico del venezolano común que bien sintetiza el muy presidencial, también nos remite a otra gesta del cinismo: circula por estos días “Biblioclastía. Los robos, el miedo, la represión y sus resistencias en Bibliotecas, Centros de Documentación, Archivos y Museos de Latinoamérica” (CAICYT-EUDEBA, Buenos Aires, 2009), título colectivo que no se permite la más mínima evaluación de la gestión de Fernando Báez al frente de nuestra Biblioteca Nacional.

El problema de los periplos de la exquisita exportación del emblema revolucionario, radica en la unilateral y caprichosa política exterior adelantada por la cancillería de agitación, que no es la del Estado, por siempre resultante en el apoyo de los otros regímenes de parecida estirpe, la masiva negociación de sofisticadas armas y la aprobación de incontables acuerdos en una asombrosa variedad de renglones, al parecer incumplibles.  Por lo demás, en el doble discurso moral de un mandatario que clama por la austeridad y los pobres que dice enteramente representar, mientras disfruta de los dólares que otros les hace falta.

El dócil y bullicioso parlamento del patio,  no tiene posibilidad alguna de plantear y debatir las incursiones extranjeras, negándolo para la opinión pública por siempre sospechosa. Vale decir, no existen canales de discusión, y tampoco puede decirse que la etérea y propagandística contraloría social lo sea, para trepar unos milímetros de la rendición de cuentas que se supone indispensable en estas tareas extranjeras: de compararlo, los viajes presidenciales de décadas atrás, por populares que fuesen, estaban sujetos al cuestionamiento de los objetivos a cumplir, de sus implicaciones geopolíticas, de la ducha instalada en un avión, de los bultos publicitarios que los explicaban y hasta de la legítima humorada que provocaban.

De modo que el oficialismo no puede rasgarse las vestiduras por las misiones que cumple, faltando por conocerse de la diplomacia de todos los organismos públicos que se traduce en jugosos viáticos, dando por descontada la propia y fácil adquisición del pasaporte y del visado de CADIVI que al resto de la población le cuesta tanto alcanzar.  Luego, la prensa de otros países ¿pueden tratar con soltura lo que se le niega a la venezolana?, esperando la respuesta de los más ingenuos que – autobuses escondidos por debajo del puente LLaguno – fueron a recibir al miraflorino por antonomasia.

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