La construcción del envoltorio global
Escrito por Teódulo López Meléndez   
Sábado, 15 de Agosto de 2009 08:05

altEl mundo se fracciona para recomponerse. Ambos movimientos se están dando en paralelo, aunque alguno se sucederá con mayor prisa, esto es, no se puede pretender una concordancia. El mundo no marcha hacia la anarquía, simplemente estamos en un proceso de creación de un nuevo orden, con toda la sismicidad que ello implica.

La globalización está aquí, como también una regionalización supranacional que encuentra, hasta ahora, a Europa como el proceso más acabado. Al mismo tiempo los Estados ceden soberanía y el mundo local entra en una revitalización multidireccional. Son, pues, varios los planos en que se produce la reorganización del mundo: globalización, regionalización supranacional o continentalización y localización.

David Held (La democracia y el orden global: Del Estado moderno al gobierno cosmopolita) ha llamado al proceso una “democracia cosmopolita”, pues obvio que la nueva forma implicará la necesidad de reinventar la democracia y la participación pluralista de los ciudadanos. En cualquier caso, no hay lugar a dudas para cualquier analista de los procesos políticos globales que marchamos hacia cuatro niveles: global, continental, nacional y local, como bien lo resume el profesor de la Universidad de Guadalajara Alberto Rocha en El sistema político mundial del siglo XXI: un enfoque macro-metapolítico. Es lo que el propio Held denomina un sistema de geogobiernos.

Es obvio que habrá de redefinirse  lo que hoy llamamos nacional ante el nacimiento de estos nuevos niveles espaciales y multidimensionales, como lo es que estos cuatro niveles tendrán sus propias dimensiones  y un complicado sistema de red que los comunique, como de red que conecte diversos subniveles de cada uno de ellos con subniveles de los otros.

Hasta ahora nos hemos venido manejando en un mundo donde existen organismos internacionales, los acuerdos continentales, los Estados-nación y lo local. Todo ello está bajo cuestionamiento. Lo están los organismos como las Naciones Unidas, hasta ahora incapaz de pasar a los hechos ante el continuo reclamo de transformación; lo están los Estados-nación, la organización interna de cada nación y, como hemos dicho, todo el sistema interestatal internacional, lo que nos recuerda la inoperancia de la OEA aún para atender casos pertenecientes al viejo orden.

El cuestionamiento va más allá, porque al romperse el viejo orden quedan bajo la lupa todos sus componentes, llámense dirigentes, prácticas hasta ahora aceptadas, reglas, derecho internacional, organizaciones, doctrinas políticas y hasta hábitos de lo político.

La globalización, el primer envoltorio, tendrá sus poderes ejecutivo, legislativo y judicial, cuyo avance más significativo lo constituye la Corte Penal Internacional. En ese mundo global es evidente que existirán una sociedad civil global, una democracia global, una ciudadanía global y un Derecho Público global. Será un gobierno propiamente dicho, limitado por los otros niveles y sin capacidad de intervenir en la resolución de los problemas públicos de los otros niveles, aunque, como advertiremos más adelante, tendrá una red que permitirá el contacto directo con actores de ellos, aún de los locales. Esto es, este gobierno global, que no es un Estado, sino una mezcla de homogeneidad con heterogeneidad, no tiene autonomía para resolver problemas de los otros niveles, pero asume los que los desborden. Este gobierno mundial afincará sus bases primeras en las diversas organizaciones supraregionales.

Lo que se denomina lo regional supranacional, o unidad por zonas continentales, como es el caso europeo, nos muestra la creación de un gobierno o un Estado red regional y una sociedad civil red regional. Conocemos ampliamente la estructura de la Unión Europea y de sus instituciones y sabemos de la asunción de una doble nacionalidad por parte de sus ciudadanos, que a la vez que pertenecen al antiguo Estado-nación (Alemania, Italia, España, etc.) se sienten ciudadanos europeos. Habrá que llamar la atención, luego,  sobre la región Asia-Pacífico. Es como lo hemos dicho: lo global se sostendrá sobre la regionalización y sobre lo supraregional.

El proceso que el mundo lleva indica que el Estado-nación deja de ser la referencia básica que ha sido desde su constitución. Está en un proceso interno de desconfiguración para pasar a ser no más que una forma política y administrativa con funciones de mediación entre los supraregional (léase Europa o región Asia-Pacífico) y lo local. Los autores comienzan a llamarlo Estado posnacional. Si bien este es el proceso del Estado, la nación, por su parte, emprende un proceso de reconstitución desde lo local. Ya comienza a hablarse con una inversión de términos en un intento por definir una provisionalidad de tránsito: Nación-estado. Esto es, lo que viene es un dominio de lo que hasta ahora se ha denominado sociedad civil, y que yo prefiero llamar poscivil, sobre lo que anteriormente era el Estado. El Estado suele, o solía, ser impermeable a los requerimientos de la ciudadanía, lo que implica una reacomodo total del concepto de democracia y de participación. Es lo que algunos llaman “demopública” en sustitución de república, como es el caso de David Held en La democracia y el orden global.

El resurgimiento de lo local implica un planteamiento de multiculturalidad y de multinacionalidad. Las naciones podrán reconstituirse sobre estas bases, o tal vez implosionar. Las localidades, a su vez, podrán conectarse directamente con los sistemas regionales supranacionales, como en el caso de la Unión Europea, donde existe la “Comisión Asesora de las Corporaciones Territoriales regionales y locales”, que permite el ejercicio de una influencia directa de lo local sobre la entidad supranacional. Esto es, la UE protagoniza, con su asistencia directa a las regiones, un proceso controlado de autodeterminación económica y política de las mismas.

Como hemos visto, la nueva organización planetaria presenta dinámicas políticas horizontales y verticales. Hasta el punto que Habermas la llama una “democracia deliberativa”.

El fin de un mundo

La visibilidad se construye
Robert Fossaert


Un mundo termina, no cabe duda, y otro está en proceso de conformación. Debemos recurrir al pensador neomarxista Robert Fossaert (“El mundo del siglo XXI”) para dejar claro que el fin de un mundo no es un Apocalipsis. Como este autor bien lo dice “un mundo significa un período de la historia del sistema mundial formado por el conjunto de países interactuantes”. Al fin y al cabo, este nuevo mundo que se asoma no es más que una acumulación en proceso de modificación de todos los mundos anteriores que se sucedieron o coexistieron.

El nuevo mundo es un entramado complicado de dimensiones donde juegan desde las técnicas de producción hasta las estructura políticas que crujen y las nuevas que se asoman, desde el multiculturalismo hasta la conformación de una economía mundial, desde la caída del viejo paradigma de que las relaciones internacionales sólo podían darse entre Estados hasta el asomo de este nuevo mundo donde puede hablarse de los mundos en plural.

El hombre de este nuevo mundo está marcado por los viejos paradigmas, lo que Alvin Ward Gouldner (“La crisis de la sociología occidental”) llama la “realidad personal”. Esto es, las ideas prevalecientes en el mundo que hemos conocido, en el cual hemos vivido. El hombre de la transición enfrenta el desafío de comprender las formas emergentes con convicciones pasadas. En buena medida, pensamos nosotros, se reproduce en él la dualidad de lo emergente, dado que vive, y procura aumentar, una interiorización aldeana y una ansiosa búsqueda del nivel mundial. El hombre vivía sujeto a su nación, a su localidad, al Estado que le daba –al menos teóricamente- protección envolvente. La existencia de otros como él en otra cultura y en otro mundo organizado la suplantaba con el estudio o con el viaje, pero ahora se enfrenta o se enfrentará a una auténtica pluralidad de mundos con un sistema de redes que se moverán horizontal y verticalmente, uno donde se hará, por fuerza, ciudadano global y en el cual deberá ejercer una democracia en proceso de invención. Ya no habrá mundos autárquicos como los que describe Fossaert (Ibid) en el inicio de su obra, volcados hacia adentro, apenas transformados por el comercio lejano. Ya tampoco seguirá vigente esta multiplicidad de Estados (en el siglo XX, en 1914, antes de la guerra mundial, eran 62; en 1946, sumaban 74; en 1999 se integraban a la ONU 193; en este momento 192), este exceso de Estados que tanto ha contribuido al desmoronamiento de la vieja concepción de relaciones internacionales y que en América Latina se refleja en los microestados del Caribe que constituyen una contribución nada despreciable a la infuncionalidad de la OEA. Por lo demás, apreciamos como la línea divisoria entre conflictos internos y conflictos internacionales ha desaparecido o tiende a desaparecer.

La vieja frase “el mundo es ancho y ajeno” (Ciro alegría) deja paso a un mundo propio donde estamos obligados a incidir. Si cito a Goldner, experto en burocracia y buen alumno de Max Weber, (“Sociology of the Everyday Life en The Idea of Social Structure: Papers in Honor of Robert K. Merton”, “La sociología actual: renovación y crítica”, “La dialéctica de la ideología y la tecnología”), otro pensador norteamericano considerado neomarxista, aunque el calificativo es polémico y no exacto, es porque si alguien cuestionó la sociología actual fue él. Y porque insistió en el recurso de la “reflexividad”, tan necesaria al hombre de este mundo en transición, la necesidad de una profundización en el “sí mismo”. Goldner exigió mucho a los intelectuales en el sentido de pensar sobre su propio pensamiento y a la sociología que se criticara constantemente sobre su propia razón de ser. Lo digo, porque si en alguna parte conseguimos estancamiento es en las ciencias sociales y en la politología en particular. Goldnerd exige la comprensión histórica de la conciencia presente. Lo que creo es que buena parte de la crisis presente es una crisis de ideas

Atrás deben quedar la antipolítica, la despolitización y el individualismo autista. Las nuevas formas del nuevo mundo llaman a la ingerencia. Se trata del ejercicio de una política ciudadana, de una relación muy distinta del viejo paradigma ciudadanos-autoridad.

Internacional o Constitucional


La generalidad de los que se han dedicado a estudiar el aspecto jurídico del proceso de reorganización política del mundo coincide en que se está a mitad de camino entre el Derecho Internacional y el Derecho Constitucional.  Esto porque la organización supranacional, que como ya hemos dicho no es un Estado, ejerce poderes soberanos sobre los miembros que la integran. Esto, se puede encontrar una aproximación a la organización federal.

En cualquier caso se aborda el tema desde diferentes ángulos y si algunos insisten en “federalismo funcional” otros hablan de construcción federal sobre un plano particular, mientras otros niegan al Derecho la posibilidad de construir fórmulas políticas refiriéndose al proceso que describimos como una simple forma de cooperación administrativa.

La bibliografía sobre el tema es muy amplia. Lo que queremos brevemente destacar es que al mundo jurídico no se le ha escapado lo que sucede y que las palabras “supranacional”, “metanacional”, “construcción federal sobre un plano particular”  y muchísimas más van construyendo todo el entramado jurídico que habrá de presidir el mundo nuevo que crece ante nuestros ojos. La separación purista entre política y Derecho que algunos autores establecen carece de sentido. Para ello basta referirse a los padres fundadores de los primeros intentos de unidad europea, específicamente a Konrad Adenauer, que siempre fijaron en lo supranacional un antídoto contra los nacionalismos, contra el concepto de soberanía  y contra el egotismo, entendiendo esta última palabra “como un sentimiento exagerado de la propia personalidad”. Esto es, en la concepción original de avance hacia lo supranacional había un elemento y un propósito político claro derivado de las causas que llevaron al segundo gran conflicto mundial. Si ese propósito político no hubiese existido obviamente no existiría la discusión jurídica sobre el marco legal para envolver lo que estamos viendo.

Admitamos que la discusión bien puede continuar en el campo de la epistemología jurídica, pero siempre toda forma naciente debe partir del territorio de la ontología, esto es, del campo de la filosofía del Derecho. Las nuevas formas de organización política requieren, ciertamente, de un marco jurídico y ese marco se ha ido construyendo paralelamente a la materialización de las formas políticas. Las formas políticas nacientes han impuesto la necesidad del envoltorio jurídico. Bastaría, pienso, con  hablar de Derecho Supranacional. O tal vez recurrir a una expresión del sociólogo e historiador de las Ciencias Sociales Immanuel Wallerstein (“El moderno sistema mundial”), conocido por sus polémicas opiniones sobre el fin del capitalismo y tomarle prestada, de manera provisional, su frase de “inventar nuevas formas de escribir la historia”. O, para mostrar otra cara que, al fin y al cabo nos conduce siempre al territorio de la imaginación creativa como vía de comprender al mundo nuevo, al superoptimista Thomas Friedman y recordar con él que el mundo dejó de ser redondo (“La tierra es plana”)  

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