El lente deformante de las ideologías
Escrito por Ángel Lombardi   
Lunes, 03 de Mayo de 2010 07:07

altEn las últimas décadas del siglo pasado se puso de moda la tesis de la “muerte o fin de las ideologías”, postura razonable si la asumimos en la perspectiva del enorme daño y la gran destrucción que provocó la absurda, dogmática e irracional idea de que la realidad política e histórica podría ser reducida a una sola visión o idea de la misma. Así tuvimos la aberrante experiencia soviética y la nazi-fascista que plagaron de sufrimiento, muerte y destrucción a casi todo el planeta.

Entonces, con el “muerte o fin de las ideologías” lo que se quería significar era la necesidad de no permitir más nunca este reduccionismo ideológico de la historia humana, que lo único que propicia es el fanatismo y la intolerancia, así como permite una historia maniquea, en blanco y negro; por una lado, “nosotros” y los “nuestros”; y por el otro, los “otros”, los enemigos a exterminar y que merecen todos los epítetos descalificadores posibles: reaccionarios, contrarrevolucionarios, burgueses, gusanos, escuálidos y un largo etcétera de denigración y descalificación, como si la historia pudiera ser reducida a una dialéctica asesina de “buenos y malos” que en su peor momento se expresaron a través de las llamadas guerras de religión y en los últimos años en el fundamentalismo islámico, con su anacrónica guerra santa, o en su momento el infame apartheid sudafricano.

La humanidad peligrosamente ha regresado a la tentación de los muros y cercados que pretenden dividir pueblos y territorios. Se calcula que hay unos 30 países que por un motivo u otro han construido murallas y perímetros cercados para segregar y separar, como si estas modernas murallas chinas o castillos y fortalezas medievales pudieran parar el curso inevitable de la historia, que no es otro que el proceso civilizatorio que nos acerca y nos obliga a vivir en comunicación abierta y solidaria y nos invita de manera creadora a tratar de construir la única utopía razonable, que no es otra que la fraternidad constructiva en un mundo fuertemente desigual y amenazado desde la pobreza de millones de seres humanos que claman por su oportunidad de ser protagonistas de su propio destino y que no tienen otra aspiración sino la muy humana del bienestar propio y familiar sin menoscabo de las oportunidades y del bienestar de los demás.

(*): Rector de la Unica

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