El chantaje inaceptable de la realidad
Escrito por Víctor Maldonado C. | X: @vjmc   
Lunes, 12 de Abril de 2010 23:36

altCincuenta y dos años después, el lema del IX Congreso de la Unión de los Jóvenes Comunistas sigue siendo “todo por la revolución”.

En ocasión de su clausura el presidente Castro tuvo que pararse frente a un auditorio de dirigentes cuyo promedio de edad era veintiocho años para proponerles cuatro ideas. La primera de ellas es que las deficiencias denunciadas y analizadas son de viejo cuño, que varias veces se han paseado por diagnósticos y posibles soluciones, pero que todas esas ideas terminan siendo letra muerta. La segunda, que la economía está devastada por una burocracia ineficiente e improductiva, que no permite pensar que se pueda elevar el nivel de vida de la población y que amenaza con desolar cualquier logro que hayan alcanzado en educación y salud. La tercera, que uno de los pecados originales de la revolución fue abandonar cualquier incentivo que permitiera entender que el trabajo productivo debe convertirse en una dedicación fundamental de la sociedad, y finalmente que no piensan someterse al chantaje inaceptable de los disidentes y sus aliados. Cincuenta y dos años después la revolución cubana es un estruendoso fracaso cuyos dirigentes amenazan con mantener caiga quien caiga y muera quien muera en el intento.


El lema “todo por la revolución” es un eufemismo de la exigencia castrista que impone a todos el deber patrio de defender el socialismo o morir. No importa si la experiencia revolucionaria es estéril en resultados. Tampoco importa que sea inviable, o que sus promesas solo puedan disfrutarse en la otra vida. Mucho menos que su sostenimiento se apoye fundamentalmente en la represión y en la constitución de un aparato militar, policial y propagandístico que reprime a cualquiera que se permita una sola idea diferente, porque la disidencia es, a los ojos de la nomenklatura del  partido comunista cubano, la peor forma de ser delincuente. Pero de nuevo la realidad los coloca en un aprieto, porque allá en la isla, esos delincuentes ahora prefieren morir antes que seguir viviendo una realidad tan psicótica y disonante como la que ellos experimentan.

Esa decisión tan incómoda de chantajear al poder con la decisión extrema de dejarse morir de hambre y de sed hasta que cambien las condiciones de los presos políticos, ratifica que la libertad se desborda por las grietas que va dejando el derrumbe del régimen. Le guste o no a Raúl Castro, cualquier evaluación de la realidad de su país y del desempeño de su gobierno provoca el deseo inminente de un cambio. Le parezca adecuado o no, el pueblo cubano está cansado de tantas promesas irredentas que solo se acompañan de las mismas excusas de siempre, cuyo único denominador común es que nunca los dirigentes han sido los responsables de sus propios desastres. Una sola cosa les pareció imposible de concebir, y ella es que algunos prefirieran dejar de vivir como una forma extrema de denunciar tanta locura institucionalizada. No es casual que haya sido Ayn Rand la que haya exclamado con toda pasión que la esencia de la libertad sea precisamente el poder tomar la decisión más elemental y personal posible, porque si de lo que se trata es  de vivir, tiene que haber alguna razón para ello. Y esa razón no es otra que experimentar la libertad, y poder compartirla con el resto de la sociedad. Eso es lo único que la revolución cubana no puede dispensar.

En 1965 Ain Rand escribió un artículo cuyo objetivo fue dirimir qué era el capitalismo. Allí está la respuesta que el marxismo niega enfáticamente. Todo el fracaso del modelo castrista tiene una sola y única explicación en la ausencia deliberada de libertad, que es el requisito fundamental para que el hombre piense y produzca, sea capaz de crear prosperidad y pueda contribuir al desarrollo del país. Rand tuvo razón cuando anticipándose al fracaso comunista, tuvo el tino de explicar también la causa de tanta desdicha. El dilema no resuelto por el socialismo es su incapacidad para encontrar un sustituto eficiente a la fuerza motivadora de la libertad. No hay emprendedor que trabaje bajo coerción. No hay mente racional que subordine dócilmente su comprensión de la realidad a las órdenes de nadie. Muy pocos están dispuestos a sacrificar sus conocimientos y su visión de la verdad a las opiniones o las amenazas de nadie. Ellos podrán ser silenciados, proscritos, encarcelados o destruidos, pero no pueden ser forzados, porque un arma no es un argumento. Y por lo visto, al castrismo solo le quedan las armas.

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