Quedar para verdugo
Escrito por Milagros Socorro (periodista)   
Viernes, 03 de Julio de 2009 14:24

Si los hechos han confirmado los oscuros vaticinios que algunos formularon con respecto a Chávez, -en el momento de su irrupción en la escena pública-, y la nefasta influencia que ejercería sobre Venezuela, cómo es que todavía hay quien le conceda alguna posibilidad de encarnar esperanza y representar un atisbo de redención para nuestro sufrido pueblo.

Casi acalladas por las exclamaciones de las mayorías arrobadas por el militar golpista, hubo siempre voces que señalaban su precaria formación, su rustiquez y falta de sobriedad; su exhibicionismo, demostrado desde la primera hora; su escaso arrojo personal, al tiempo que mandaba a otros al sacrificio. Eran pocos, pero con toda claridad advirtieron que el tosco militar golpista venía a completar la tarea de acabar con la democracia venezolana e imponer en nuestro país formas de opresión y desmantelamiento de la economía mandadas a recoger en el mundo. Se quedaron cortos. Chávez resultó más impresentable, caricaturesco, autoritario y dañino de lo que los peores presagios anunciaron. Aquellos portadores de malas nuevas eran conservadores, porque a los males previstos se añadieron la corrupción (la propia, la de su familia y la de su voraz entorno), la inclinación a rodearse de mediocres, la extracción de los recursos de Venezuela para repartirlos en el extranjero, la multiplicación de la inseguridad ciudadana (con el aporte de delitos que a su llegada eran rareza) y el ensañamiento contra sectores sociales o regionales, como ha ocurrido, respectivamente, con los trabajadores y con el Zulia.

La figura del conspirador folklórico deleznó en un autócrata insensible (es curioso que Chávez conserve una reputación de gorila sentimental cuando jamás ha manifestado ninguna sensibilidad por las artes o por alguna manifestación de la belleza y tampoco ha expresado empatía hacia las personas, en general, y los débiles, en particular). Chávez encabeza un régimen que ha sembrado el miedo en la ciudadanía. Hay que ver lo terrible que es, para un periodista, escuchar una persona seria, un o una profesional solvente, con una trayectoria sólida y una experiencia que le permite dominar una amplia perspectiva de un determinado aspecto de la vida nacional, decir que no nos pueden dar una entrevista porque tienen miedo. Así nos lo dicen. “Tengo miedo”. Temen ser despedidos de sus trabajos y no conseguir otro porque las fuentes de trabajo se han cerrado; y la lista de tascón no duerme. Temen ser perseguidos, humillados. Un médico que rebasa los 90 años, a quien solicité una entrevista para conversar acerca de las marcas que deja la tuberculosis en los pacientes (esto a propósito de la investigación que adelanto acerca de la Comisión Presidencial, creada en enero de 2008, para investigar las causas de la muerte del Libertador) se negó a dame declaraciones en previsión de que “ese individuo” pudiera insultarlo públicamente y que él (el médico del que hablo, una eminencia nacional) no pudiera defenderse por lo avanzado de su edad y la fragilidad de su salud. Solamente eso, la eventualidad cierta de que el capataz de Venezuela use los medios de comunicación para escarnecer de un anciano porque éste lo rebate en las arenas de la ciencia (y sabemos que lo hace, se cansa de hacerlo) ya es el retrato de un pobre hombre, amarrado al poder, del que solo irradia intimidación y avasallamiento.

Chávez quedó para dejar mucha gente sin trabajo, para llenar su expediente de exiliados y presos políticos. Para arrasar la Costa Oriental del Lago, donde a esta hora hay muchas mujeres y hombres que no pueden poner un plato de comida en su mesa, porque él, en su ciega omnipotencia, confiscó las empresas que daban empleo; y sustituyó un paisaje de faena con esa desolación que no se cierne sobre ricachones con levita, sino sobre familias que han visto abrirse una grieta en sus vidas, sobre niños y jóvenes aterrados, cuya escuela y residencia son las casas muertas de la COL. Para eso ha quedado. A ese montón de cenizas se redujo su sueño de gloria.

El felón que por una noche fue orador del Ateneo de Caracas quedó para clamar a gritos que los jueces le cumplan sus órdenes. Y el argumento no es la ley, la civilidad, los derechos, sino que no lo dejen solo en su arbitrariedad y su abuso. Pobre hombre. En su soledad, quedó para ser su propio verdugo.

 

 

 

 


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