La Franja del Sahel: cinturón de hambre, terrorismo, y golpes de Estado
Escrito por María Valeska Celis García / Abrahan de Jesús Clavero Toro   
Miércoles, 13 de Diciembre de 2023 00:20

altLas relaciones internacionales pasan por una dinámica de inmediatez, que relega a otras situaciones a un segundo plano, las cuales a mediano

o largo plazo podrían revertirse, imprevisiblemente, en serias amenazas para la paz y la seguridad internacional.

Por más de un año, todo el interés ha estado centrado en el conflicto Rusia-Ucrania para luego dar paso a un nuevo enfrentamiento árabe-israelí a causa del acto terrorista llevado a cabo por Hamas del 7 de octubre. En el ínterin ciertos acontecimientos les robaron protagonismo a estos dos hechos: los golpes de Estado en diversos países de la Franja del Sahel.

Esta zona del continente africano se ha convertido en una seria preocupación para los países africanos, europeos y para la comunidad internacional en general. En la década actual, millones de personas que habitan esta Franja, se han visto obligadas a abandonar sus hogares por diversos motivos, incluyendo las consecuencias de la hambruna, el cambio climático y el terrorismo islámico.

Al hablarse de la región del Sahel se hace referencia a las áreas que están a orillas del desierto del Sáhara; una extensa franja de tierra, difícil incluso de concretar qué países lo conforman, pues no hay un consenso común al respecto. De hecho, atendiendo a su significado en árabe (“costa”), esta región abarcaría una línea recta desde el Océano Atlántico en el oeste, hasta el Mar Rojo y, desde Senegal hasta Etiopía, agrupando a países con diversas características.

El término sāḥil significa en árabe «borde, costa», y sirve para describir la aparición de la vegetación del Sahel como una línea que delimita el desierto del Sáhara. Es una zona eco climática y biogeográfica de más de tres millones kilómetros cuadrados, que actúa como espacio de transición entre el desierto del Sahara y la sabana sudanesa. Incluye 10 países: partiendo de Senegal, pasando por Mauritania, Malí, Burkina Faso, Níger, Nigeria, Chad, Sudán, Etiopía, para culminar en Eritrea, constituyendo un cinturón de 5.400 kilómetros de longitud y varios cientos de kilómetros de ancho.

Es una zona de interacción entre el norte de África y el África subsahariana en la que tienen lugar intercambios humanos, financieros, religiosos y multifacéticos.

A pesar de la abundancia de importantes recursos naturales que ha atraído el interés de potencias externas para su explotación: petróleo, oro, bauxita, cobre, uranio, níquel, cobalto con gran demanda a nivel mundial, las oportunidades económicas siguen siendo limitadas y su población extremadamente pobre.

Durante las dos últimas décadas, esta inmensa zona ha sido percibida como una significativa amenaza a la seguridad a consecuencia, principalmente, de la mala gobernanza en el control de sus áreas rurales, que contiene fronteras porosas utilizadas, históricamente, por comerciantes, traficantes de drogas y armas.

Otros acontecimientos incluyen los conflictos interétnicos, y las divisiones dentro de las tribus tuareg que han exacerbado las pésimas condiciones de esta región, a lo que hay que agregar el cambio climático.

Para los estudiosos de la Franja, la crisis de Malí, ejemplificada por la inestabilidad política, los golpes de Estado, la presencia de grupos terroristas y el separatismo tuareg, es un signo representativo de lo que sucede en el Sahel.

Tales condiciones justificaron para que la UE prestara mayor atención a Mali en particular y al Sahel en general, preocupada por la inestabilidad política, la inseguridad y las consecuencias humanitarias que podrían afectar a la región Sahara-Sahel. La UE ha mantenido un constante seguimiento al impacto de las condiciones de la región, para proteger sus propios intereses económicos y los efectos indirectos de la migración hacia Europa.

Por su parte, la ONU ha reiterado, en diversos informes, que en la Franja del Sahel se combina una serie de acontecimientos explosivos de violencia, inseguridad, extrema pobreza e incremento de los precios de los alimentos, que colocan en riesgo la sobrevivencia a millones de seres humanos, especialmente en Malí, Burkina Faso, Níger y Chad. De ahí que esta región sea denominada también “el cinturón del hambre”.

En la última década, 2,5 millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares por los conflictos y la violencia surgida en el Sahel. Según la Coordinación de Ayuda de Emergencia de la ONU, casi 15 millones de personas, solo en Malí, Níger y Burkina Faso, necesitaron asistencia humanitaria en 2022, es decir, cuatro millones de personas, más que en el 2021. La ONU estimaba que ocho millones de personas padecerán hambre en los años venideros, debido a que el 80% de las tierras de cultivo están afectadas por el calentamiento global.

La crisis alimentaria es causada por diversos factores interrelacionados incluidos el clima y la productividad, y de carácter sociales y económicos. La agricultura se basa principalmente en la producción de mijo, sorgo, maíz, fonio, entre otros que depende de las precipitaciones y del clima. El déficit de alimentos de estos países es responsabilidad en gran medida del equilibrio de la actividad agrícola, afectada por la escasez de lluvias, junto al aumento de la demanda a consecuencia del rápido crecimiento demográfico.

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El agotamiento de las reservas alimenticias obliga a muchas familias a adoptar prácticas de supervivencia que incluyen: reducir su dieta, la ingesta de frutas o plantas silvestres, el endeudamiento o la venta de sus medios de producción y los rebaños de ganado, lo que, a su vez, disminuye su estatus. Sin embargo, la situación crítica no es sólo el resultado de la sequía o la reducción del suministro de cereales, sino también de la vulnerabilidad y el bajo poder adquisitivo de muchos hogares cuyos recursos han sido limitados después de sucesivas crisis.

A su vez, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) advierte que las mujeres y los niños llevan la peor parte de esta crisis humanitaria puesto que en toda la región, hechos derivados de la violencia sexual, los abusos, la explotación, los matrimonios forzados y precoces, así como la trata de personas se han generalizado.

El Índice de Desarrollo Humano (IDH) del Sahel es uno de los más bajos del mundo, inferior al promedio del África subsahariana. Todos estos países están experimentando un alto crecimiento demográfico y sus poblaciones siguen viviendo principalmente en zonas rurales muy frágiles donde la pobreza y la inseguridad alimentaria están generalizadas. Estas condiciones han provocado grandes flujos migratorios hacia los centros urbanos internos, las ciudades más prósperas del oeste y norte de África, o a Europa.

Los estudios climatológicos realizados concluyen que la Franja es una de las zonas del mundo más afectadas por el calentamiento global. Sin embargo, otro aspecto muy preocupante es la presencia de innumerables grupos armados que persiguen diversos objetivos, convirtiéndola, al mismo tiempo, en una de las regiones más militarizadas del planeta.

Dentro de este tema cabe mencionar, la proliferación de diversos grupos yihadistas que han expresado su disposición de instaurar gobiernos de corte radical, aplicando la doctrina islámica en su versión más radical. Otros simplemente están tratando de aprovechar las luchas por el poder para maximizar sus beneficios. En la mayoría de los casos, los grupos armados conocen a la perfección el territorio, de tal modo que los gobiernos de los distintos países por los que se extiende la Franja del Sahel no pueden combatirlos con eficacia.

Estos grupos terroristas islámicos tienen actualmente un mayor poder de convocatoria en Mali, Burkina Faso y el oeste de Níger. Entre ellos destacan: Al-Qaida en el Magreb Islámico (AQMI), Ansar Dine, el Movimiento de Unidad y Jihad en África Occidental(MUJAO), Al-Mourabitoune, el Estado Islámico en el Gran Sahara (ISGS) y otras organizaciones extremistas violentas que ya habían transformado la región en un espacio acogedor para terroristas y traficantes.

En este sentido, la guerra civil libia (2011) contribuyó a mejorar las capacidades de AQMI en un momento de mayor inseguridad y con armas sustraídas de los arsenales de Qaddafi. La crisis de Mali, particularmente, en la incontrolada zona norte, representa otra de las consecuencias de la guerra civil libia.

Es evidente que el colapso de ese régimen (2011), causado por la Primavera Árabe, ha marcado un cambio en las dinámicas de los grupos terroristas de la región, proporcionándoles un rápido acceso a armamento pesado y capacidad de trasladarlo a través de las fronteras pocos protegidas del Sahel hacia las zonas de conflicto. Este lucrativo comercio ha desempeñado un papel crucial en el aumento de la violencia y el malestar social de la región, alimentando los conflictos, disputas intercomunitarias y el terrorismo. La proliferación de los tráficos ilícitos de armas ha fortalecido a diversos actores regionales provocando un grave impacto en la seguridad de la zona. Además, los traficantes comparten rutas con contrabandistas ilegales de bienes y con los movimientos migratorios internos.

A consecuencia de ello, según el Global Terrorism Index (GTI), el Sahel se ha convertido en el epicentro mundial del terrorismo yihadista. Por tercer año consecutivo es la región con peores datos. En el informe del presente año se señala:

  • El Sahel es la zona más afectada del mundo, representado el 43 por ciento de las muertes por terrorismo en el mundo. Registró un 7 por ciento más de muertes que el año anterior, en comparación con sólo el 1 por ciento en 2007.
  • Cuatro de los diez países más afectados por el terrorismo en 2022 se encontraban en esta región. Burkina Faso y Mali registraron aumentos sustanciales en muertes por terrorismo, de 376 y 340 respectivamente.
  • Burkina Faso registró el mayor aumento, de 759 a 1.135.

Todo ello, incluyendo los acontecimientos internos debidos a la mala gobernanza, los conflictos interétnicos, el cambio climático y las divisiones dentro de los extremistas, la creciente afluencia de migrantes en tránsito a Europa y la expansión de las drogas y el tráfico de personas han sido decisivos en la grave crisis que afecta a esta zona de África.

A pesar de los miles de millones de dólares invertidos a través de la Asociación Transahariana contra el Terrorismo, las maniobras militares conjuntas (Flintlock), y la presencia militar de Francia por medio de la operación Serval (2013), seguida por la Operación Barkhane desde 2014, ni Estados Unidos ni Francia han logrado llevar la paz a la zona del Sahel.

De hecho, la UE ha emprendido una acción de estabilización en Malí en virtud del artículo 28 del Tratado de la Unión Europea y apoyo a la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Malí (MINUSMA) en la que participan algunos miembros de la UE. Estos programas abordan el desarrollo económico, cuyo enfoque principal es la seguridad.

Aunado a este dramático panorama, hay que abordar los recientes golpes de estado en los países africanos francófonos, acaecidos desde el 2020. Los de Níger y Gabón son los más significativos, causando serias preocupaciones en otros líderes del continente y planteando dudas sobre la política de Francia en África.

Los regímenes militares proliferan desde Etiopía, en el Mar Rojo, hasta Guinea en el Atlántico. Destaca el hecho que, desde su independencia, muchas de las ex colonias francesas han fracasado en establecer gobiernos estables y democráticos, mientras que las elites nacionales se han constituido en dinastías vitalicias, caracterizadas por la corrupción, junto a la falta de oportunidades educativas y económicas y la represión militar.   

Se pudiera afirmar que, la región del Sahel sufre una especie de epidemia golpista en los años recientes. En concreto, de 2011 a 2019, se sucedieron al menos un golpe de estado por año. Nueve de ellos, sacudieron a siete países de África Occidental y Central a partir de 2019, a los que hay que agregar dos intentos fallidos en Malí (agosto 2020 y mayo 2021), Chad (abril 2021), Guinea, (septiembre 2021), Burkina Faso (enero 2022 y luego septiembre 2022), Níger (julio 2023), y en Gabón (agosto 2023).

Las causas pueden atribuirse a las frágiles economías de estos países a consecuencia de su dependencia de Francia. Hasta el 2020 todos utilizaban el franco CFA (Comunidad Financiera de África) implantada en 1945 para facilitar la importación de bienes desde la metrópoli, pero al mismo tiempo encarecía sus exportaciones obstaculizando el desarrollo nacional.  

Además, los países que han sufrido este tipo de rebeliones, están conformados por poblaciones cada vez más jóvenes: es el caso de Mali con una población de alrededor de 30 millones de habitantes de los cuales el 50% promedian una edad de 14 años. Esto es muy significativo, debido a que la falta de oportunidades son un incentivo para que estos jóvenes sean captados para actividades violentas desde el bandidaje al extremismo, como sucede en Mali, Burkina Faso y Chad.

Según el Instituto Afrobarometro, la corrupción constituye otro de los principales factores que afectan esta zona. Otros sondeos también apuntan a la decepción causada por las presidencias dinásticas, al igual que el aumento de los precios de los alimentos y combustibles luego de la intervención rusa en Ucrania.        

En esta serie de acontecimientos se puede incluir la influencia de ciertos golpistas sobre sus vecinos, sin embargo, cada uno de ellos tuvo su propia dinámica. Estas características internas hacen complicado, si no imposible encontrar una respuesta única al problema. A su vez, ponen de manifiesto la existencia de estructuras políticas poco desarrolladas.

Estas formas violentas de llegar al poder no son simples repeticiones de un mecanismo que se ha vuelto común en el continente, con más de 200 golpes de Estado. Hoy, los militares asumen el poder como tal con el objetivo de mantenerlo. Con el apoyo de la opinión pública, resisten la presión internacional y rechazan con éxito las denominadas “salidas de crisis” tradicionalmente surgidas desde principios del siglo XXI. 

Dichos golpes son una forma de regular el poder debido a que las elecciones no funcionan y a la debilidad de la oposición política. Encabezadas por oficiales jóvenes muy populares, formados en escuelas extranjeras, que se han convertido en críticos de Occidente y de las autoridades regionales, decidieron llenar el vacío de poder, deponiendo a mandatarios mediocres que se han aferrarse al poder de manera indefinida.

Los casos de Alpha Condé (Guinea), que modificó la constitución en varias oportunidades y Ali Bombo (Gabón) con 53 años en el gobierno por medio de elecciones fraudulentas, ejemplifican esta situación. Lo más notable es que, aparte de Sudán, todos se refieren a antiguas colonias francesas, a menudo marcadas por una fuerte presencia militar.

El colapso de la dinastía Bongo, durante cincuenta y seis años, fue consecuencia de factores que incluyen un líder exhausto y un clan minado por rivalidades. Este acontecimiento ha contribuido a acentuar los temores de algunos dirigentes. La situación en Gabón no tiene nada que ver con la del Sahel y no existe ningún vínculo”, según la opinión de un alto funcionario de África Central. Queda por ver si el general Brice Oligui Nguema se habría atrevido a tomar las riendas de Gabón sin los ejemplos concluyentes de África Occidental.

Entre los países vecinos de Gabón es fácil establecer paralelismos. En Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang, de 81 años, preside un gobierno considerado record mundial de longevidad desde 1979. A esto hay que agregar su intención de establecer una dinastía con su hijo Teodorín.

Según lo afirma Thierry Vircoulon, investigador del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI) “los oficiales que quieren dar un golpe de estado han comprendido que nadie puede oponerse y que el pueblo los apoya. Ahora que la puerta está abierta, África se vuelve verde caqui”, y todo hace pensar que esta serie de golpes no va a terminar ahí. Desafortunadamente señala “los militares no tienen soluciones para los problemas de sus países”.

Por otro lado, aumenta el descontento a consecuencia de una política de doble rasero, sancionando a algunos por parte de la comunidad internacional, mientras que en otros no. Esta crítica se dirige en gran medida a Francia. París, al igual que Bruselas y Washington, han intentado adaptarse a estos contextos disparejos. No obstante, existen puntos comunes y no todos se deben a la política africana de Francia en las últimas décadas. 

Otros países a mencionar, dentro de esta epidemia, destacan: Malí, Níger, Guinea y Burkina Faso. Así, Conakry sufrió un golpe a finales de 2008, luego otro en 2010. La misma historia se repitió en Niamey (2010), en Bamako (2012) o en Uagadugú (2014).

El golpe militar en Níger (26 de julio, 2023) ha atraído una gran atención de la comunidad internacional debido al papel que desempeña en la Franja del Sahel. Con una superficie superior a 1.200 mil km2, una tasa de pobreza del 48,9% y un ingreso per cápita de 420 dólares, con un bajo índice de desarrollo humano y una alta mortalidad infantil, lo convierte en uno de los países más pobres del mundo. En el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, ocupa el último lugar entre 188 países en sus últimas ediciones.

El desarrollo político de Níger se ha caracterizado por las continuas intervenciones militares, así como la inestabilidad, en un marco de pobreza y conflictos internos. El primer Presidente, Hamani Diori, (1960) fue derrocado 14 años después en un golpe dirigido por el general Seini Kunche que disolvió la Asamblea Nacional y prohibió los partidos políticos. Desde entonces, las asonadas militares han sido una constante.

En la actualidad, la situación política en Níger es de una gran inestabilidad, y los golpistas acusan al depuesto Bazuma de corrupción y de no hacer lo suficiente para poner fin a la insurgencia yihadista, en medio de una crisis económica y de seguridad cada vez más profunda. Esto contribuyó, de manera significativa, a aumentar el respaldo a los grupos terroristas Al-Qaeda y el Estado Islámico.

Se considera que este golpe militar podría socavar las estrategias occidentales para combatir a los islamistas, a medida que se extienden por el continente. Níger era una de las pocas “democracias” que perduraban y su presidente, el último jefe de Estado civil en la región del Sahel, donde todos los gobernantes son militares y tres de los cinco países están ahora gobernados por juntas militares golpistas.

Por otra parte, debido a la posición de Francia, la potencia preponderante y de mayor influencia en la región, se debe revisar las causas que contribuyeron a que perdiera el predominio entre sus antiguas colonias. Según un informe de la Asamblea Nacional francesa, deben ser atribuidas, en particular, a la falta de una estrategia definida. 

Este informe, tiene como objetivo primordial tratar de restablecer, al menos en parte, la imagen del país en el continente, trazando un conjunto de vías para reaccionar “con urgencia porque este desencanto es contagioso”. Se asegura que “no se trata, sin embargo, de condenar sin matices los errores cometidos por nuestro país”. Partiendo del análisis del historiador Achille Mbembe sobre “el fin de un ciclo inevitable” iniciado después de la Segunda Guerra Mundial, se resaltan los errores de todos los presidentes franceses desde 1990, y los de Emmanuel Macrón en particular.

La primera observación, es que Francia, desde hace tiempo, “carece de una estrategia clara”. En un momento en el que “las relaciones entre África y Estados Unidos han adquirido una nueva relevancia”, convirtiendo a los países anglosajones y a Alemania en los nuevos El Dorado de las elites africanas; y en un momento en que China busca “controlar los recursos y la infraestructura”,La opinión generalizada es que Francia está pasando por una situación comprometedora, atribuidas a "un liderazgo político fallido, una pérdida de presencia francesa sobre el terreno, una falta de experiencia y, por tanto, de información fiable, decisiones tomadas desde París que a veces son contradictorias, y a menudo ilegibles".

Los autores dan crédito a Emmanuel Macrón por intentar rectificar la situación. Consideran que en el discurso pronunciado en Uagadugú (noviembre de 2017) el presidente francés esbozó una nueva política. Expresó la ambición de reconciliar memorias, dar prioridad a la educación para luchar contra el oscurantismo religioso y promover la sociedad civil y la juventud, tanto en África como en la diáspora. También prometió un "aumento de la ayuda pública al desarrollo", con el compromiso de alcanzar el 0,55% de la renta nacional bruta.

Según este informe, "la estrategia presidencial es clara y pertinente". Sin embargo, “su implementación política y operativa no estuvo a la altura de las esperanzas suscitadas”. El informe ofrece así dos ejemplos de estos "irritantes hechos" que afectan las relaciones franco-africanas, debidamente identificados y, sin embargo, todavía presentes. En primer lugar, el franco CFA, un vestigio colonial que alimenta en gran medida el sentimiento anti francés. Su reforma fundamental nunca llegó a buen término. Señala que "la pelota está ahora en el tejado de los países africanos que, hasta la fecha, no han querido aprovechar las oportunidades abiertas por esta reforma".

La otra observación relevante reside en una presidencia demasiado centralizada: “la toma de decisiones se ha concentrado así en el Elíseo, en detrimento de otros actores poco consultados (...), a riesgo de diseñar una política de forma aislada, descartando con demasiada frecuencia opiniones divergentes o alternativas, lo que favorece una visión a veces aproximada y parcial del continente africano”.

En cuanto a la restitución de objetos de arte, una iniciativa francesa, París está hoy a la zaga de los esfuerzos belgas o alemanes. La responsabilidad se le atribuye al Ministerio de Cultura. También subrayan el inmenso daño causado por una política de visados demasiado estricta e innecesariamente humillante.

El informe enumera algunas otras propuestas, además, de una reforma del CLS (filial de la Agencia Espacial Francesa CNES y del CNP). Los diputados proponen concentrar los esfuerzos de la Agencia Francesa de Desarrollo (AFD, rebautizada Francia-Partenariats) únicamente en los intereses franco-africanos. También recomienda la creación de un gran Ministerio de Nuevas Asociaciones y África, considerada una forma de reactivar el Ministerio de Cooperación, clausurado en el gobierno de Nicolas Sarkozy.

Otro aspecto interesante a mencionar, lo constituye la penetración que la República Popular China y la Federación de Rusia están llevando a cabo en el continente africano, específicamente en la región de Sahel.  

Beijing por medio de una política de inversión denominada “recursos a cambio de infraestructura” puesta en práctica, desde 2004 en Angola, asegura importantes materias primas a cambio de inversiones en países prestatarios considerados de alto riesgo.

A través de este modelo, logra obtener materias primas sin desarrollar empleos que contribuyan a la transformación económica. A esto hay que agregar que los propios proyectos de infraestructura subcontratan compañías chinas con trabajadores de nacionalidad china, frenando las oportunidades para la mano de obra local e incumplimiento de las normas de medio ambiente.

Por su parte, Rusia también le otorga importancia a esta zona a través de la ejecución de políticas de seguridad, por medio del Grupo Mercenario Wagner al servicio del Kremlin y desafiando la presencia militar francesa. Esta situación se inicia con la llegada de elementos rusos (2017) a la República Centroafricana a solicitud del Presidente Faustin-Archange Toudera. A cambio, Moscú recibió importantes concesiones de minas de diamante y explotaciones forestales, sin las debidas autorizaciones legales.   

El mismo procedimiento fue aplicado en Mali. Luego del golpe militar de 2021, el nuevo gobierno invitó a Rusia a reemplazar las fuerzas francesas para contrarrestar los grupos yihadistas en el norte del país. Según información oficial, este grupo contribuyó a contrarrestar un golpe de Estado de grupos mercenarios locales y extranjeros respaldados por la OTAN. 

Cabe destacar la reciente salida, el pasado 4 de diciembre, de la misión de las Naciones Unidas en Mali (MINUSMA), luego de diez años de compromiso en un país devastado por el yihadismo. Ahora, la mayoría de las 13 bases de la misión han sido devueltas a las autoridades locales. Sólo unos pocos centenares de hombres, de los 13.800 civiles y militares de que disponía la ONU, permanecerán, en Bamako, en Gao y Tombuctú, para organizar la salida definitiva.

MINUSMA, al igual que el ejército francés, constató el agravamiento de la violencia y la contaminación del foco yihadista en los estados vecinos de Burkina Faso y de Níger, observando que el antiterrorismo y la lucha contra el yihadismo no formaba parte de su mandato e insinuando que era esencialmente apoyar acuerdos de paz con separatistas no yihadistas y proteger a los civiles. 

Tan pronto como Francia se retira, era evidente que se iba a ejercer presión sobre la Misión. Los militares utilizaron todos los medios posibles para obstaculizar los movimientos aéreos de la ONU y, lanzando acusaciones sin pruebas. En junio pasado, el Ministro de Asuntos Exteriores de Malí, Abdoulaye Diop, acaba exigiendo la salida “sin demora” de MINUSMA ante el Consejo de Seguridad.

Se considera que el único objetivo de la Junta con la salida de la misión de la ONU, consistía en eliminar testigos de los métodos violentos utilizados. Lo que más molestaba a los militares en el poder era el deber de proteger los derechos humanos. Sin la presencia de soldados franceses, sin fuerzas europeas, sin el G5, la alianza militar de varios países de la región disuelta la semana pasada y ahora sin Cascos Azules, Mali es libre de actuar libremente. La única certeza es que la retirada de MINUSMA ha provocado un resurgimiento de la violencia para llenar el vacío.

También Burkina Faso se incluye en esta situación. En este sentido, nueve meses después del fin de las operaciones francesas en su territorio, la junta entró en una nueva relación con Rusia. La puesta en marcha de la alianza entre ambos países, se ha acelerado, desde el encuentro entre Ibrahim Traoré y Vladimir Putin, durante la Cumbre Rusia-África celebrada en San Petersburgo a finales de julio pasado.

El acercamiento con Moscú, incluye aspectos en diversos ámbitos: “humanitarismo, energía, energía nuclear, cultura, entre otros”.  Se anunció la construcción de una central nuclear civil por parte de la agencia rusa Rosatom, “para cubrir las necesidades energéticas de la población de Burkina Faso”; se destaca, además, la cooperación sanitaria en la lucha contra la epidemia de dengue que azota el país.

Pero es sobre todo en el sector militar donde Uagadugú necesita la ayuda de Moscú. Una delegación rusa encabezada por el Viceministro de Defensa, Yunousbek Evkourov, fue recibida en septiembre por el Presidente Ibrahim Traoré. En esa oportunidad "se discutieron los ámbitos de cooperación que conciernen principalmente al sector militar, incluida la formación de soldados y oficiales burkineses en todos los niveles, en particular de los pilotos".

Durante su único viaje al exterior, desde que asumió el poder, Ibrahim Traoré destacó que, “con Rusia, compartimos la misma historia que los pueblos olvidados del mundo” y aseguró a Vladimir Putin el “apoyo del pueblo burkinés y de su gobierno a la situación que vive Rusia con la “operación especial” en Ucrania.       

Este nuevo aliado podría resultar especialmente útil, mientras el líder burkinés se encuentra en una situación delicada. Desde su llegada a la jefatura del Estado, ha basado su política y propaganda en la eficacia de su respuesta a los grupos yihadistas. Para ello, reclutó a miles de civiles para engrosar las filas del ejército (unos 90 mil según cifras oficiales) y convocó una “movilización general”, para conformar los denominados Voluntarios para la Defensa de la Patria (VDP), que necesitan suministro de armas considerables.

Hasta ahora, sobre el terreno no se ha observado ninguna mejora. A pesar de las promesas, regiones enteras del país siguen desestabilizadas por los ataques de grupos yihadistas. Unos 2 millones de personas se encuentran en situación de desplazados, miles están refugiados en los países vecinos y la violencia ha causado al menos 16.000 muertes desde 2015 según la ONG Acled.

En este punto, se considera que las fuerzas extranjeras que trabajan en la región están implicadas en actos de corrupción y han realizado actos violatorios a los derechos humanos. Desde finales de 2019, Human Rights Watch, las Naciones Unidas y otras ONG han registrado más de 600 asesinatos ilegítimos cometidos por las fuerzas de seguridad de Burkina Faso, Malí y Níger durante enfrentamientos antiterroristas. En Malí, las tropas francesas también han cometido atrocidades contra civiles. La opinión en estos países es que la presencia de tropas extranjeras, incluyendo las francesas, recuerda la dominación colonial.

Al examinar las complejas y multifacéticas crisis en el Sahel y las amenazas que prevalecen, es evidente que constituyen un foco de preocupación para diversos actores locales, regionales e internacionales. El argumento principal es que el Sahel enfrenta continuos desafíos multidimensionales causados en parte por la mala gobernanza, el legado del colonialismo, la interferencia extranjera y, sobre todo, la ausencia de estrategias de desarrollo concertadas. Se podría concluir en este punto que Malí representa un microcosmos de las condiciones en el Sahel; por lo tanto, la situación en Malí refleja los problemas que prevalecen en toda esa región, incluidas las zonas contiguas de Argelia. 

Para enfrentar esta cumulo de situaciones se considera que hay que tomar en consideración los cuatro pilares del enfoque de la UE: “(I) la lucha contra el terrorismo, (II) fortalecer las capacidades de las fuerzas de defensa y seguridad nacionales y de las Fuerza Conjunta G5 Sahel, (III) despliegue del Estado, administraciones y servicios básicos en un contexto de estabilización, (IV) acciones de desarrollo.” Aunque la nueva visión estratégica de la UE presta mayor atención a la gobernanza y el control del poder sigue siendo la prioridad y es precisamente este enfoque de seguridad casi exclusivo el que resulta deficiente para abordar el conflicto actual en la región.

El programa de inversiones de la UE Global Gateway, en colaboración con el Banco Europeo de Inversiones y el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, movilizará, entre 2021 y 2027, hasta 150 mil millones de euros destinados a África. Entre 2022 y 2024, el Fondo de Apoyo a la Paz proporcionará una ayuda a la Unión Africana (UA) de 600 millones de euros, así como otros 20 millones más para la MNJTF (Multinational Joint Task Force) desplegada en la región del Lago Chad en su lucha contra la organización yihadista Boko Haram. Otras iniciativas sobre el terreno, se articulan alrededor de misiones internacionales orientadas a reformas del sector seguridad (gobernanza, seguridad interior, defensa, sistema judicial, sistema penitenciario…) y de adiestramiento y equipamiento de unidades militares (misiones EUTM). El área del Sahel es, por tanto, un área prioritaria en todas estas medidas.

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