La vejez
Escrito por Alirio Pérez Lo Presti | X: @perezlopresti   
Martes, 04 de Octubre de 2022 00:00

altComo si se tratara de un término peyorativo, a la vejez se le suele cambiar el nombre con alguna frecuencia.

“Tercera edad”, “adulto mayor”, “etapa de los años dorados” y múltiples formas de intentos eufemísticos, tratan de adornar el término “viejo”.

El autor de este texto considera a la vejez como una de las etapas más fructíferas y venerables de la vida, debiendo ser aceptada por la sociedad de la época en su justa dimensión. A fin de cuentas “… dejamos de ser niños”, pero…  “todos vamos pa’ viejos”. A menudo se estereotipa a los ancianos. Estos estereotipos pueden incluso originar actitudes y políticas que desalientan la participación de ellos en el trabajo y en las actividades recreativas. 

La vejez no siempre ha inspirado temor a la gente. En la Biblia, se plantea que los ancianos poseen una gran sabiduría. En China, en Japón y en otras naciones del Lejano Oriente se les venera y se les respeta en la tradición de la piedad filial. Por ejemplo, en Japón más de tres de cada cuatro ancianos viven con sus hijos y se les muestra respeto en diversas actividades ordinarias. Los aspectos físicos del envejecimiento rigen muchos de los cambios y de las limitaciones propias de esta etapa de la vida. El envejecimiento es un fenómeno universal. Ocurre antes en algunas personas y después en otras, pero es inevitable. Todos los sistemas del organismo envejecen incluso en condiciones genéticas y ambientales óptimas, aunque no con la misma rapidez. En casi todos los sistemas corporales estos procesos comienzan en la juventud y en la madurez. Muchos de los efectos no se perciben sino hasta los últimos años de la adultez, porque el envejecimiento es gradual y los sistemas físicos poseen una gran capacidad de reserva. 

Muchos suponen que el intelecto de los ancianos decae de un modo automático. Por ejemplo, nadie se sorprende si un joven o una persona de mediana edad se prepara para asistir a una fiesta y no recuerda dónde dejó el abrigo. Pero si el mismo olvido se observa en un anciano, la gente se encoge de hombros y dice: “La memoria empieza a fallarle” o “está perdiendo el juicio”.

Con la senectud disminuye la rapidez del desempeño mental y físico. Por lo regular, los ancianos muestran mayor lentitud en los tiempos de reacción, en los procesos perceptuales y en los procesos cognoscitivos en general. Aunque esto se debe en parte sin duda al envejecimiento, en parte también puede deberse a que los ancianos dan a la exactitud mayor valor que los jóvenes. 

Aunque muchos ancianos conservan las capacidades de memoria y adquieren la sabiduría, algunos presentan un deterioro notable de su funcionamiento cognoscitivo. Puede ser temporal, progresivo o intermitente. En algunos casos es pequeño y dura poco, pero en otros casos es grave y progresivo.

El deterioro puede deberse a causas primarias o secundarias. Entre las primeras se encuentra la enfermedad de Alzheimer (un tipo de demencia) y la apoplejía. En el caso de la demencia, aparece confusión, olvido y cambios de personalidad crónicos que a veces acompañan a la senectud. Muchos temen la demencia, pues creen erróneamente que es parte inevitable de la vejez. Para ellos hacerse viejos significa perder el control intelectual y emocional, convirtiéndose así en personas desvalidas e inútiles que llegan a ser una “carga” para su familia. 

Existen múltiples patologías que requieren de medicación, las cuales con frecuencia son imprescindibles para mejorar la calidad de vida del anciano. Patologías de orden físico y otras de tipo psicológico. Habiéndonos gratificado ante respuestas farmacológicas espectaculares que han hecho que personas con enfermedades mentales limitantes, causantes de sufrimiento y deterioro, se hayan podido recuperar psíquicamente, permitiendo la mejoría de la calidad de vida de los beneficiados y su consiguiente adaptación social (Pérez Lo Presti, 2012) (Craig, 2001).

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