No tomamos nada por conquista, gracias a Dios
Escrito por Dr. Ángel R. Lombardi G. | X: @lombardiboscan   
Sábado, 30 de Julio de 2022 06:53

altLuego de la caída del imperio hispánico en América como resultado del colapso de la Metrópoli en 1808, invadida por Napoleón Bonaparte,

los llamados Libertadores se asumieron como los nuevos amos. Retóricamente se hicieron pasar como líderes nacionales de las nuevas republicas aunque en la práctica se dedicaron a consolidar sus dominios personalistas y territoriales cambiando de piel sin cambiar la sangre. Las mismas estructuras coloniales sustentadas en la esclavitud y latifundios apenas varió y lo más pernicioso de todo fue la balcanización. 

Poco se pudo hacer ante los viejos imperios como Inglaterra y Francia y los nuevos como los Estados Unidos. La más grande víctima de sus propias contradicciones fue Méjico. Pocos saben que los Estados Unidos, luego de una guerra de invasión, le quitaron más de la mitad de su territorio al firmarse el Tratado de Guadalupe Hidalgo en febrero de 1848. 

Ya antes los Padres Fundadores de los Estados Unidos habían replicado su territorio luego de la ocupación y compra de la Luisiana a Francia y la Florida a España. La expansión continuó hacia el Oeste bajo una filosofía de Destino Manifiesto de tipo racial e interés económico. Los anglosajones blancos, superiores e industriosos vs los mejicanos mestizos, perezosos y pobres. Texas, Nuevo México, Utah, Nevada, Arizona, California y una parte de Colorado eran todos territorios mejicanos. 

El guion panameño para cercenar territorio colombiano y construir el Canal es de muy vieja data. En 1836, Texas rompió con Méjico y los Estados Unidos lo incorporaron a la Unión. El resto fue muy sencillo. Howard Zinn, historiador estadounidense, se refiere a ésta guerra como el conflicto de dos élites: la estadounidense y la mejicana. La primera muy clara en sus ambiciones y con los medios para hacerla realidad, mientras que la segunda, pecó de improvisación y dejadez. 

Desde Texas se creó un incidente como el del Maine en Cuba (1898) y el pretexto para invadir a México. Las crónicas de la época son propaganda de guerra basada en la mentira: “México ha vulnerado las fronteras de Estados Unidos, ha invadido nuestro territorio y ha derramado sangre americana en territorio americano…”. En realidad fue todo lo contrario.

Howard Zinn es honesto cuando sostiene que no “sabemos nada” del punto de vista mejicano sobre ésta guerra. En cambio, al manejar las fuentes estadounidenses de la época contrasta las versiones oficiales de su propio gobierno de tipo guerrerista con las de los críticos contra la guerra. Mientras que en Nueva York se machacaba a la opinión pública con un patriotero: “México o muerte” en la acera de enfrente uno de los críticos dijo esto: 

 

“¿Y la guerra? Yo la llamo asesinato.

No hay forma más clara de decirlo

No quiero ir más allá 

De mi testimonio sobre éste hecho.

Sólo quieren esa California 

Para amontonar más esclavos allí

Para abusar de ellos y maltratarlos 

Y para aprovecharse como el demonio”. 

 

El ejército estadounidense como tal fue bastante precario y sus reclutas se alistaron porqué estaban desempleados y les prometieron recompensas legítimas en dinero e ilegitimas en saqueos. Muy pronto la gloria se disipó junto a las promesas de promoción social de los soldados dando lugar a las duras batallas, enfermedades, saqueos, atrocidades, violaciones, insubordinaciones y deserciones: toda la asquerosidad de la guerra.  

Todo indica que el general Santa Anna, máximo jefe militar mejicano, de acuerdo a ésta versión de Zinn, fue un redomado inepto. “La gloria de la victoria era para el presidente y los generales, no para los desertores, los muertos ni los heridos”. Méjico se rindió y desde entonces los mejicanos quedaron estigmatizados como una extensión de los grupos marginados y despreciados por la elite blanca en los Estados Unidos a la par de los indios y negros. 

Esa conquista del 55% del territorio mejicano por los Estados Unidos se quiso saldar con un irrisorio pago de 15 millones de dólares ya que según la “buena conciencia” de los gobernantes estadounidenses y grupos de poder: “No tomamos nada por conquista. Gracias a Dios”.   

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