Política y necedad |
Escrito por Freddy Marcano | X: @freddyamarcano |
Martes, 17 de Mayo de 2022 00:00 |
Despreciadas, como la quiso Hugo Chávez, fiel heredero de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez al que por cierto le rindió una tan inmerecida como contradictoria devoción, el ejercicio y la cultura política misma han experimentado un terrible retroceso en este siglo XXI. Lentos pero seguros, hemos vuelto al caudillismo que los expertos señalan como un fenómeno inherente al medio rural y sus latifundios. He acá un primer rasgo objetivo de la situación: el barinés y su sucesor nos devuelven al siglo XIX en el que la política es sólo una demostración de fuerza con muchísimo de intriga palaciega, en una Venezuela cada vez más rural y dependiente de un centralismo gubernamental y miserable, con pocos grupos feudales que pueden pagarse un disfraz de modernidad. Estos últimos, por ejemplo, son los que se manejan con dólares en efectivo, mientras que al resto de la población le es negado el uso mismo de la moneda, así sea en bolívares, debiendo pagar sólo por medios electrónicos que fuerza a un control biométrico, a la caracterización y manipulación del consumo, como ocurría con las antiguas fichas de las haciendas tan bien ponderadas por el hijo de Sabaneta. Porque se trata de un régimen, la oposición, en sus más variadas expresiones, trata de imitar el modelo y, aunque tuvo un palacio donde intrigar (el Capitolio Federal), son muy pocos sus feudos, reducidos de compararlos con los del madurismo, financiados por la ayuda humanitaria y los activos de la República en el exterior. El problema está en que así como la cúpula del poder real trata a sus seguidores, con distancia y categoría, haciéndoles también sufrir la crisis humanitaria compleja como si nada, en la acera opositora ocurre lo mismo con los suyos entablando una relación clientelar y prebendaria. Y no me refiero sólo a los personajes que catalogan como alacranes, sino a los que, si serlo, se comportan como si lo fueran porque los hay quienes despotrican de Guaidó, le echan pestes y centellas, y han dicho que están contra la continuidad del interinato, pero no renuncian a la Asamblea Nacional que preside en la espera de los churupitos verdes que se dice que reciben o recibirán. El colmo de la inmoralidad porque cualquier curioso puede ver cada una de las sesiones del parlamento de 2015, pues están en las redes, y apreciar cuántos diputados han hablado desde enero de 2021 a la fecha: seguramente son más los que han cobrado o cobrarán sin trabajar. Y sin nombrar los que renunciaron por temor a cualquier retaliación y siguen ejerciendo como diputados y hasta aparecen como diputados en ejercicio. Un segundo rasgo objetivo y que ha tenido un peso gigantesco es el de la necedad. La acción política ha perdido su particular naturaleza, su identidad, sus perfiles y derivaciones, porque cualquiera puede o dice poder pensarla y hacerla, la confunde con la farándula o el chisme en torno a la vida personal y personalísima de sus agentes tan susceptibles de un laboratorio de guerra sucia. No se tiene un líder, sino una vedette; no hay un discurso, sino una animación tipo Sábado Sensacional; no hay argumentos, sino la viralidad de las imágenes; no se tiene una trayectoria, sino el atrevimiento y la temeridad de la improvisación, o una gran cantidad de likes por alguna peripecia. Hay quienes vienen de otros ámbitos, oficios o profesiones, y ¡bienvenidos sean a la lucha política!, pero creen que pueden hacer la política como si se tratara de una empresa mercantil, en lugar de colaboradores tienen a empleados. Estos personajes sólo se agotan en el hecho publicitario y en la comunicación de las nuevas tecnologías, y olvidan que por mucho que fueran los reales que tuvo Pedro Tinoco y que le metió a la política, perdió las elecciones de 1973, estrepitosamente, ante políticos de toda la vida. Vienen de diferentes ámbitos: unos vienen del aula universitaria y creen que pueden dictar cátedra a todo trance; otros, del mundo deportivo e imponen un horario de trabajo desde la cinco de la mañana, los domingos y días feriados, como si nadie tuviera familia; unos cuantos vienen de la gerencia de casas comerciales y persiguen a sus compañeros de causas para que hagan o no hagan tales tareas, según guste o no guste al propietario o jefe de la franquicia política. Pero la mayor necedad es la de creer que la política es únicamente una experiencia mística y testimonial, funcionando el partido como si de una secta religiosa se tratara, en defensa de la pureza a ultranza frente a todos los enemigos: los del gobierno usurpador y, también, los de la oposición. Los excesos no convierten a esos partidos precisamente en éticos, sino en una defensores de una moral, moralidad o, mejor, moralina (“moralidad inoportuna, superficial o falsa”, según el DRAE) que los convierte en aliados transitorios, de escasa confianza, susceptibles de una voltereta estratégica o táctica moldeando a su conveniencia los propios valores invocados. Esto se relaciona un poco con trabajos como los de la venezolana Carmen Geraldine Arteaga Mora sobre la sacralidad del poder (véase, por ejemplo, un texto incluido en “Hoy Venezuela. Ensayos para entender un país complejo”, libro coordinado por Luis Fernando Castillo, UPEL, Caracas, 2021). El ejercicio del poder apela a lo sagrado, dispensado de cualquier referencia ideológica, por lo que, agregamos, una diferencia entre quienes lo detentan y los que se oponen. En un caso, reminiscente de los totalitarismos de cuño africano, siguiendo a la autora, sobran los recursos materiales y simbólicos para imponer una deidad y el correspondiente culto a la personalidad; y, en caso de rebelión, ante su propia gente, viene el zarpazo, como la “expropiación” de los más “puros” partidos como el MEP o Tupamaros, o la execración del PCV por muy leninista que se diga. En el otro, tratándose de un régimen que irradia su influencia, hay partidos y personajes que caen en la tentación de la sacralidad pero no tienen recursos para sostenerla, o apenas pueden pagar a un personal para sostener un mínimo de vedetismo, buscando, desesperadamente, las frases o los slogans que algunos asesores puedan obsequiarles para intentar un “discurso” respetable. Necedades como estas identifican una faceta objetiva del retroceso político del siglo XXI. Esta es la cruda realidad a la que se ha sometido la política en Venezuela, realidad que no se escapa también del tema social, porque la solución pasa por resolver el tema político y, así, rápidamente cambiara el tema social. Creo que más de 20 años de destrucción y de errores son suficientes para buscar un verdadero cambio en la política opositora, para articular un bloque que realmente enfrente al régimen opresor. Los que hemos insistido, resistido y persistido en la idea de libertad y democracia estamos convencidos de que si seguimos manejando la política, léase país, de la misma forma, seguiremos cometiendo los mismos errores algo que, claramente, el gobierno ha entendido y sigue manejando para la desarticulación opositora. |
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