Pequeño manual para perder capital político |
Escrito por Víctor Maldonado C. | X: @vjmc |
Lunes, 11 de Noviembre de 2019 14:42 |
La política puede ser ruinosa. La es para quienes no entienden cómo funciona la legitimidad y cuales son los deberes del liderazgo. Max Weber decía que la legitimidad era “la creencia en la validez” de un orden social por parte de la mayoría de las personas que participaban de ese orden social de dominación. A partir de allí la trama de la política se simplifica. El líder debe hacer todo lo posible para que crean en él, en lo que dice, y en los cursos estratégicos que se propone. Si es así, el acatamiento es fluido y las contradicciones escasas. Lo contrario ocurre cuando la gente siente que el líder es un farsante, que sus propuestas son un fiasco y que sus estrategias son contraintuitivas. Cuando eso ocurre poco hay que hacer, el líder está condenado a su disolución y otra expresión de legitimidad vendrá a sustituirla. La política ha cambiado. Ahora fluye con la inmediatez de las nuevas tecnologías de información y de comunicación. Las redes sociales son las nuevas ágoras. En el marco de esa inmediatez es imposible para los políticos dejar de percibir, en tiempo real, el estado de ánimo de los ciudadanos. En épocas turbulentas, donde nada parece ser lo que es, se hace mucho más difícil la procrastinación de las metas y el mantenimiento de un discurso que no luzca consistente con los resultados que quiere la gente, que se siente empoderada y con derecho a reclamar a sus dirigentes todo lo mal que lo hacen. Algo ha cambiado la política desde los tiempos en que Maquiavelo reflexionó sobre las tareas de los príncipes. La inmediatez en las respuestas no permite el reacomodo fácil de la situación política. El miedo, el coraje, la inconsistencia y todas las emociones se trasmiten sin que haya posibilidad de filtrar nada. Por eso hay que revisar los textos clásicos y reacomodar algunas recomendaciones del fundador de la ciencia política. Él señalaba que hay dos situaciones de poder que podían diferenciarse. La primera se da en el caso de los que son parte de una línea de sucesión estable. A estos les bastaba respetar la tradición y adaptarse a los acontecimientos. La segunda circunstancia es un poco más complicada. Ocurre cuando el gobernante es el resultado de una legitimidad insurgente. La dificultad estriba en el esfuerzo de sustituir un régimen por otro diferente, porque hay que estabilizar el producto del cambio turbulento. Pero no nos llamemos a engaños. Ya nadie esta a resguardo. Los liderazgos están expuestos a amenazas inéditas que allanan su capacidad para responder y acotar las impugnaciones a la legitimidad. Como hemos visto en los últimos días, la cosa ya no resulta tan fácil para ninguno. El presidente de Chile, Sebastián Piñera, ahora mismo es víctima de una emboscada de la izquierda, apalancada por una revolución de las expectativas insatisfechas (porque la gente siempre puede aspirar a más); En Bolivia el presidente Evo Morales tuvo que renunciar al no poder conjugar apropiadamente la mentira, la trampa descarada y el apoyo incondicional que necesitaba para mantener el poder. No lo logró, y su salida patética sirve como epitafio. Se descuidó y creyó su propia leyenda. Aparentemente se sentía demasiado cómodo jugando a ser el Inca del Socialismo del siglo XXI. En Argentina el presidente Mauricio Macri creyó haber sepultado al kirchnerismo, pero ya sabemos que no lo logró, y cuidado con ese Lula liberado y realengo, eje contumaz del Foro de Sao Paulo, capaz de acabar con la tranquilidad y parsimonia del gobierno de Bolsonaro. La política actual es tan bárbara como en los tiempos del escritor florentino. Y como advirtió con esa lucidez amarga que asusta a los moralistas, en política si tú no lo haces, te lo hacen, porque no hay amigos sino intereses, y porque sí hay enemigos, y ninguno es despreciable a la hora de desplegar capacidad para tomar decisiones y que ellas sean acatadas sin chistar. En eso consiste el poder, en la capacidad que ostente un líder para movilizar recursos en interés de los propios objetivos. El tiempo en el que transcurre el ejercicio del poder es un recurso limitado y azaroso. Y en ese plano cartesiano (poder y tiempo) se bregan los proyectos que se tienen como propósitos vitales. La diferencia está entonces entre los que pueden y los que no pueden. Y entre los que quieren (determinados y corajudos) y los que no quieren (ambiguos y pusilánimes). Si no tienen esa capacidad y no pueden usarla con relativa autonomía, entonces no van a poder generar resultados y no hay nada más peligroso para el poder que su inutilidad. El poder es un recurso que solamente tiene sentido para ser eficaz, en eso precisamente consiste su virtud, porque la fortuna es azarosa y cambiante. La política provoca resultados que se revisan constantemente y que son inestables. Hoy estás en la cumbre y mañana en el abismo. Hoy creen en ti y mañana eres un desecho que todo el mundo repugna. Hoy estás en el fondo y de repente vuelves a la cumbre. Nada termina sino con la muerte, y eso es ley universal que abarca la política pero que explica la vida de los seres humanos. Por eso mismo, darse por vencido antes de tiempo es el mayor error que puede cometerse, porque siempre hay oportunidad para la revancha. El desafío entonces es no caer, poder cruzar la cuerda floja y encarar los giros de la fortuna, dejando un legado que los demás reconozcan como fructuoso. Pero eso requiere hacer lo debido y no caer en la tentación de la prepotencia. ¿Cuáles son los doce vicios que deben esquivar los políticos para no perder capital político? Hagamos el catálogo de lo que no se debe hacer.
Manuel García Pelayo, quien fue entre otras cosas el fundador y primer director del Instituto de Estudios Políticos de la UCV, propuso las cinco cualidades fundamentales de un político contemporáneo:
Por eso mismo, si quiere perder capital político, practique todo lo contrario. Ríase de la política, improvise, no valore los fines ni tenga en cuenta los medios. Rechace las encuestas creíbles y compre “espejito que le digan que usted es el más bonito”. Tenga estrategas, pero no les haga caso. Confíe en sus mejores amigos y obedezca a sus financistas. No pregunte el origen de los fondos que maneja ni rinda cuentas sobre esos recursos. Trate como enemigo a todos los que lo acusen de ligero o corrupto. Mienta siempre, aunque a veces se le note. Pierda tiempo. Créase el héroe de la reconciliación de lo irreconciliable. Y exponga su liderazgo a la inconsistencia permanentemente. Sea fútil, superficial e improvisado, y usted verá convertida su opción en desecho políticamente radioactivo. Y pasará a la historia como lo que efectivamente fue: un pendejo.
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