De una fingida normalidad (o la lección de Santiago Pol) |
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj |
Lunes, 11 de Noviembre de 2019 14:33 |
Nadie, en su sano juicio, puede aseverar que es normal que haya hambre y miseria masiva en Venezuela
"Recordó la súbita sensación de inseguridad al notar que sus pies resbalaban, que el suelo se movía y ese ruidito ronco y amenazador que subía de las entrañas de la tierra. A su alrededor la gente seguía conversando y caminando como si nada pasara" Mario Vargas Llosa “Tiempos recios”, Alfaguara, 2019 R: 106
Nadie, en su sano juicio, puede aseverar que es normal que haya hambre y miseria masiva en Venezuela, conculcadas todas las libertades, ni que la juren producto del embargo y las consabidas sanciones internacionales. Sobre todo, en lo que fue, hasta pocos años atrás, una potencia petrolera para la más monumental de las paradojas. Excepto que asuman como normalidad la fuerza de la costumbre, resignados a soportarla en la propia vida cotidiana y, además, íntima, luego de veinte amargos años. En tal caso, versaríamos en torno a una catástrofe psíquica sin precedentes, ahogados en los antivalores que apuestan a una definitiva disolución social. Tal circunstancia avisa, por una parte, del extraordinario desafío político que impone una transición y reconstrucción del país que ni siquiera afrontaron los fundadores de la República. Y, por otra, de la oferta ideológica de una dictadura que, aún depuesta, alzará banderas que enarbolarán sus enfermos seguidores, por disparatadas que fuesen. Algo curioso ocurre con la violencia desatada en Ecuador y Chile, por ejemplo, porque Miraflores alega un contraste y, en lugar de normalidad, emplea un eufemismo malicioso: estabilidad. Mientras que otros pueblos están alborotados, acá se dice de una tranquilidad y de un orden público que, todos lo sabemos, es fruto de una represión sin escrúpulos. El terror, cansancio, hastío y hasta la locura, puede llevarnos a la capitulación desesperada frente a la dictadura que nos diga vivir en un mundo irresistible, normal o estable, por fingido que sea. Es lo que ocurrió con el pueblo cubano, sojuzgado hasta en la propia y radical intimidad de sus convicciones. Por ello, apreciamos y mucho el gesto de rechazo, en octubre próximo pasado, del Premio Nacional de Cultura, por Santiago Pol: creyeron que lo irresistible, normal o estable, era premiarlo con su inmediata y festejada aquiescencia, pero – sencillo – no aceptó el chantaje, pues, ampliamente reconocido, no necesita de la consagración de un régimen ágrafo e insensible.
Ilustración: Cartel de Santiago Pol.
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