País militarizado y martirizado
Escrito por Trino Márquez C. | X: @trinomarquezc   
Jueves, 18 de Julio de 2019 05:54

altLa ratificación de Vladimir Padrino como ministro de la Defensa evidencia de nuevo el grado de dominio alcanzado por ese general y, en términos más globales, por la cúpula militar.

Lo que va quedando en el gobierno de poder civil es un residuo. Jamás se le habría ocurrido a un general exigirle a Rómulo Betancourt, a Raúl Leoni, a Rafael Caldera, a Carlos Andrés Pérez, hasta podría incluirse a Hugo Chávez, permanecer  al frente de ese ministerio porque ese oficial se consideraba el factor de equilibrio y cohesión de la institución castrense. Ese despropósito solo ocurre en la Venezuela de Nicolás Maduro, un presidente  que de civil le queda la fachada. En el pasado democrático, quien mantenía la unidad de las Fuerzas Armadas era el Presidente de la República, Comandante en Jefe las Fuerzas Armadas, electo de forma democrática por los ciudadanos. Su legitimidad residía en el voto popular, no en el apoyo de los oficiales del Alto Mando.

Con Maduro, Venezuela ha ido siendo cada vez más presa de las garras de los militares. Al mismo ritmo que la crisis nacional se agudiza y se hace más global, Maduro les entrega más atribuciones a los hombres uniformados de verde oliva. La nación se militariza. Se convierte en un inmenso cuartel de caporales que imponen su estrecha y distorsionada visión de la autoridad. Visión según la cual la autoridad no surge del cumplimiento de las leyes aprobadas por la Asamblea Nacional y el respeto a la condición humana, sino del desprecio a las normas mínimas de la convivencia civilizada.

El régimen busca reducir los espacios de la vida republicana. Trata de entronizar a los militares para que sientan que con Nicolás Maduro son ellos quienes gobiernan. La sociedad se ha militarizado desde los planos más generales, hasta los más específicos. A los militares Maduro les entregó Pdvsa, la CVG, la gran mayoría de las empresas estatizadas, el Arco Minero, la distribución de alimentos y combustible, el control de los puertos y aeropuertos. Once gobernadores y casi un tercio de los miembros del gabinete ministerial son uniformados activos o en condición de retiro. Quienes investigan el tema calculan que más de 2.500 uniformados de las diferentes fuerzas ejercen cargos gerenciales  en la Administración Pública.  En la medida en que Maduro se siente más aislado y presionado por la comunidad internacional, más trata de refugiarse en los fusiles y en los tanques. El actual ha pasado de ser un gobierno con los militares, a un gobierno de los militares.

La vida cotidiana se parece cada vez más a la vida cuartelaría.   Llegas a Maiquetía, y antes de entrar al mostrador de la agencia de viajes, un par de guardias nacionales te piden que les enseñes el pasaporte. Pero, ya va, ¿no existe un servicio de migraciones responsable de asegurar que tus documentos estén en regla para que puedas ingresar sin problemas al país de tu destino? Estos mismos militares deciden a quién sí y a quién no le revisan la maleta. Quienes son guillotinados por el chafarote de turno, inician el calvario. La maleta del desdichado viajero es sometida al escrutinio público. La pregunta, de nuevo, es: ¿no hay en el aeropuerto unos escáneres de alta tecnología capaces de detectar con precisión drogas, armas o explosivos? ¿Por qué someter al viajero a esa humillación? Lo que sucede en Maiquetía ocurre a diario en las carreteras,  en las alcabalas improvisadas, en los puertos, en los barrios pobre. El país se convirtió en una pesadilla.  La lucha contra la delincuencia, el tráfico de drogas o el contrabando de extracción, termina siendo una orgía de abusos contra los derechos humanos.

El individuo debe aparecer como un ser minúsculo. Ridículo. Atemorizado por el látigo del caporal. Un ciudadano amenazado por la bota militar tiende a sentir que el régimen de Maduro es indestructible. Que el diálogo en Oslo o en Barbados no prosperará. Que las marchas y las protestas, en el mejor de los casos, quedarán como testimonio de la valentía de los venezolanos, pero nunca como un recurso eficaz para alterar la rigidez y fortaleza del gobierno, e iniciar los cambios que se buscan.

De este proceso de degradación, los primeros que deben darse cuenta del daño que les causan al país y a la propia institución castrense, son los mismos oficiales. El militarismo representa el atraso y la barbarie. La democracia que comenzará a reconstruirse tendrá que colocar a las Fuerzas Armadas en el lugar que les corresponde: columna de la libertad, no sus sepultureros.

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