Vividores del pueblo
Escrito por Antonio José Monagas | X: @ajmonagas   
Domingo, 19 de Mayo de 2019 07:42

altDesde que las circunstancias se han prestado para forjar hechos fraguados de determinaciones cargadas del más visceral odio contra estamentos democráticos

que una vez configuraron episodios de valor político y alcance moralizador, las tendencias dispusieron tiempos de indefiniciones e imprecisiones que fueron aprovechados para sembrar el terror del cual necesitó alimentarse la mal llamada “revolución bolivariana”.

El forzado manejo de las finanzas públicas venezolanas, por parte de una cúpula gubernamental sin formación alguna en el área de la economía, hizo que el país comenzara a experimentar un proceso de contracción incomparable. El índice de la inflación, superó niveles sólo igualados por naciones africanas cuyo grado de subdesarrollo social y económico es casi ínfimo.

Sin embargo el desajuste provocado en Venezuela a consecuencia del desorden imprimido por el desatinado “socialismo del siglo XXI”, provocó que realidades caracterizadas por alguna calidad de vida lograda luego de múltiples esfuerzos realizados en los últimos tiempos, se hiciera añicos. Tanto, que dicha situación complicó otros indicadores relacionados con el ejercicio de la política lo cual devino en el caos envuelto por la reconocida crisis sociopolítica y socioeconómica que terminó hundiendo a Venezuela en el marasmo.

El paroxismo o cima de tal estado de ruindad al que se ha llevado al país, particularmente en el último sexenio de gobierno y cuyas repercusiones agrietaron su cimiento funcional desde mayo de 2018, lo produjo la crisis de la gasolina. La misma, por supuesto, coadyuvada por problemas derivados de todo lo que ha sido la crisis del sector eléctrico nacional, de la alimentación, de la salud y del acumulado de servicios públicos sobre cuya funcionalidad debería sustentarse toda acción de crecimiento y desarrollo nacional.

Fue la ruta que siguió la cúpula del régimen tumultuario para desguarnecer a Venezuela. Quizás, en ello consiste la idea proyectada desde 1999 de desmembrarla a fin de imponer la concepción que algunas mentes torcidas revolucionarias, han venido acariciando desde las guaridas desde donde se trama convertir a Venezuela en un país tragedia. Al mejor estilo de un socialismo mensajero y repartidor de migajas y excreciones.

Había que acabar con PDVSA. Con sus refinerías. Sus equipos y correspondientes plantas operadoras.  O lo que es igual, con la majestad de instituciones públicas de prestigio. De aquellas que hicieron que “Venezuela” retumbara por los cuatro puntos cardinales. No obstante, tan macabro sentido de orientación público-nacional, tal vez con premeditación y crasa alevosía, signa lo que resta de actuación gubernamental.

Inclusive, las universidades autónomas, críticas y democráticas, están en la susodicha lista de instituciones a demoler. ¿O acaso lo recién sucedido en estas instituciones de educación superior, hablan en contrario?  

Tal vez, el recurso “gasolina”, sea uno de los últimos recursos “estratégicos” que forman la cadena de destrucción de Venezuela. Al parecer, por ahí van los tiros pues no hay razón para que un país petrolero, con la mayor cuantía de reservas petroleras del mundo, esté padeciendo de tan dura carestía. Aunque lo grueso y sustantivo de este problema, no se queda ahí. Alcanza la movilización del venezolano en cuanto a lo que representa el desenvolvimiento de la economía en todas sus facetas. También, de las comunicaciones, de la seguridad, del transporte público, de la educación, de la familia y de lo personal, particularmente.

Dicho problema, ha exasperado inconvenientes colaterales que, igualmente, alteran la funcionalidad del país. Porque no se justifica que un país con importantes necesidades de desarrollo económico, se vea colapsado o paralizado por el desgaste de millones de horas-hombre cuyo resultado luzca negado por las condiciones de calamidad que vive el país a consecuencia de estar desprovisto del combustible que lo mueve. Pues a un país no sólo lo dinamiza la disposición y entrega de cada ciudadano a la faena diaria y consecuente. Asimismo es el factor tecnológico y operacional que lo energiza en función de sus propósitos de emprendimiento en toda manifestación de trabajo constructivo posible.

De manera que no es difícil inferir el grado de desgano o abulia que desgraciada y tristemente, corroyó lo escasa disposición de una oferta electoral por la que, en 1998, el militarismo disfrazado de “demócrata”, arribó al poder político. Dicha inercia, hizo retroceder a Venezuela a tiempos decimonónicos. Se desfiguraron capacidades públicas que, desde la institucionalidad democrática, actuaron como depredadores, carroñeros y saqueadores. Es decir, como vividores del pueblo.

 


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