Del consenso y la transición en peligro
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 22 de Abril de 2019 06:21

altLa principal clave de bóveda,  reside en la necesaria discusión y, naturalmente,  el básico empleo de la racionalidad.

Luce pertinente  la observación, pues, hay actores políticos de la oposición que, prepotentes, no tienen por hábito el intercambio de pareceres, adoptando unilateralmente las decisiones (la política del hecho cumplido), y el régimen impuesto por dos décadas, le ha dado carta de naturaleza al absurdo (la política del disparate): en un caso, corremos o nos encaramamos y, en el otro, parece un crimen pedir explicaciones de aciertos y fracasos.

Quizá tardíamente, entre nosotros, ha prosperado el interés por la literatura de la transición de los regímenes autoritarios a los democráticos, familiarizándonos con autores como O´Donnell, Schmitter, Stepan, Whitehead, o Linz, útil para asumir con sobriedad una materia de importantes, considerados los remotos o  recientes precedentes, exitosos o fallidos.  Además de John Magdaleno, recurrente conferencista sartoriano que ha aumentado el número de los casos estudiados, sabemos de algunos profesores de la Universidad Simón Bolívar que, yendo más allá de los foros, incluso, compartidos, están próximos a publicar un trabajo extenso y riguroso, en Chile.

Obviamente, la situación venezolana tiende a romper y rompe, con algunas convenciones, supuestos y proyecciones consagradas, ya que tratamos de superar una dictadura comunista de nuevo y sugestivo cuño, antes eficazmente enmascarada, y no del autoritarismo burocrático conocido en estas latitudes.  Mezcla de la fórmula castrista, simplista, pero eficiente, y de los referentes de un post-marxismo que legitima o dice legitimar el imaginario voluntarista del guevarismo,  constituye una experiencia extrema del sultanismoavisada desde 2014: por entonces, sectores dominantes de la oposición, dijeron democracia y no dictadura, crisis económico-social y no catástrofe humanitaria, diálogo incondicional y no afrontamiento sincero de la tragedia en camino de agigantarse.

Además de las referidas particularidades,  hay otras que renuevan el interés por el desenlace definitivo del siniestro fenómeno venezolano. Esta vez, la oposición cuenta con un eje institucional que muy antes no tuvo, la Asamblea Nacional, alejada de la debida y esperada compactación que se suma a los intereses contaminantes de las mafias creadas al amparo del régimen,  y del ahora extraviado papel de la Fuerza Armada Nacional.

Luego, pesa la incertidumbre en torno a la propia oposición que desafía a la dictadura de incontables recursos, posibles de neutralizar, como ha ocurrido con el elenco de las sanciones internacionales que la atemorizan. La misma idea del consenso, zarandeado por la propensión de varios sectores a la negociación incondicional de ya comprobado fracaso, caricaturizador de los consabidos procesos de paz, peligra. Sin embargo, formalizado por el parlamento,  hay claridad respecto a la meta empeñada: restablecimiento del orden constitucional, elecciones libres y reversión de la emergencia humanitaria compleja, según el artículo 3 del Estatuto que Rige la Transición Hacia la Democracia para Restablecer la Vigencia de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (ET).

 

Problemas del consenso (opositor)  y la transición (democrática)

La construcción de uno es tan difícil como el comienzo del otro, confundiéndose el epílogo de la dictadura con el prólogo de la democracia. Ofrece ocasión para una discusión académica que no podrá prever enteramente el curso de lo que es y será una experiencia dura y difícil, pero útil por su vocación pacificadora, probablemente exportable como modelo, sintetizando el trágico aprendizaje: anteriormente, con curiosidad y quizá vanidad, observábamos los procesos de transición que se daban continental y extra-continentalmente, solazándolos por vivir una democracia aparentemente inexpugnable, bajo el generoso soporte de la renta petrolera.

Condicionante de la futura transición, el consenso tiene una dimensión proselitista o partidista que apunta al actual papel de los actores claves, ineludibles y realmente representativos que no deben confundir el proceso con su propia biografía personal;  la apuesta es por las posiciones de poder, cultivado  el sectarismo clientelar, pródigo en versiones épicas de resistencia, que no concuerdan con las urgencias del país. Sugiere el burdo desarrollo de una ingeniería política, decididamente moralizante, tendiendo a realzar la destreza negociadora, por frustrada que fuese, en lugar de la clarividencia y la habilidad política  inherentes a lo que suele llamarse “hombres de Estado”.

Agotado el viejo modelo y estrategia de desarrollo, yendo más allá de detener el empobrecimiento, la desurbanización o desindustrialización,  obliga a una alternativa que la creemos centro-liberal, favorable al libre mercado, que haga útil el sacrificio.  Esta dimensión, la modernizadora, fuerza al reconocimiento de las nuevas fuerzas o movimientos sociales que, al soportar estos años de lucha, renovadas, contribuirán a la centralidad del conflicto agonal, mas no existencial, en la transformación estructural que el llamado chavismo irresponsablemente frustró, a sabiendas de los intereses, proyectos de poder y correlaciones de fuerzas que depararán el futuro.

Obviamente, corremos los riesgos de una cultura populista que puede garantizar el regreso de los sectores desplazados actualmente en el poder, procurando postergar los conflictos, promoviendo el desaprendizaje de la experiencia ganada en el presente siglo, reducida al esfuerzo terapéutico al recibir la fatal herencia chavista, bajo la presión de las demandas incrementadas con el regreso de los venezolanos hoy forzados al exilio. E, incluso, podemos perder la noción de una confrontación contra el Occidente mismo y sus valores, al cual nos adscribimos, y los retos de un derrumbe, como el de la dictadura cubana y el mito de la invulnerabilidad que ha forjado.

Agreguemos una dimensión de los desplazamientos que intentarán neutralizar o apoderarse de la transición: por una parte, las mafias generadoras del Estado Criminal, capaces de financiar y de condicionar la propia e inexorable salida de la dictadura socialista para darle continuidad, de un modo u otro, al régimen y, por ello, la importancia del comisión asamblearia que investiga o ha de investigar el caso Andrade – Gorrín. Y, por otra,  la desaparición o desintegración del fenómeno chavista, pues, excepto que persista como un movimiento y maldición que bien lo retrata Perón y el peronismo en Argentina, acabando literalmente con una nación que fue próspera, es posible esperar que las organizaciones o partidos de la izquierda marxista deseen recuperar la más elemental identidad que le fue confiscada en esta centuria por el ocupante de Miraflores, añadiendo los espacios ideológicos que ameritan de una pronta sinceración y actualización.

 

Peligra la transición democrática

Una sociedad compleja y plural, como la venezolana, ya no soporta la cultura de la unanimidad forzada y excluyente. Para resistir los embates de sus adversarios, oponentes y enemigos, la transición partirá en firme con un gobierno de unidad nacional previsto en el capítulo V, artículos 25 al 29 del ET que, más allá de la retórica, ha de honrar las reglas de la gobernabilidad (y gobernanza) y un programa mínimo de gobierno que lo centra en la economía de mercado, al igual  que la consulta a la sociedad civil y a los partidos (artículo 27 eiusdem).  Empero, mal  síntoma, la Fracción 16 de Julio, por lo menos, no fue requerida para tratar el Plan País y, ya adelantado, planteado como una propuesta del parlamento, no fue oportunamente debatido y aprobado en la Asamblea Nacional.

A la transición o, mejor, al gobierno de  la transición le espera un país sumergido en la más completa y brutal debacle; al tsunami de las demandas inaplazable se sumarán las del regreso de una diáspora desesperada, provocada por Maduro Moros para aliviar un poco más las pesadas cargas y tensiones que la dictadura atraviesa;  serán inmensos los traumas al saberse de la realidad profunda de la tragedia, despertando  como la Alemania de la inmediata post-guerra y los millones de judíos exterminados, que nadie podrá ocultar ni siquiera con fines terapéuticos; o de nuevo, como lo abordó Terry Lynn Karl al explorar a la Venezuela post-perezjimenista, proseguirá la interacción del petróleo y los procesos políticos, con los desafíos de una ingeniería de los pactos.  Aceptemos que las fuerzas militares que hoy ocupan el territorio nacional, más los sectores desplazados, ofrecerán una dura resistencia armada en una nueva situación que obliga a discutir y a autorizar, aún antes de la llegada de ese gobierno provisional, como refiere el artículo 29 del ET, una misión o  coalición militar extranjera de paz que debemos pedirla, en lugar de esperarla, a tenor de lo establecido en el artículo 187, numeral 11 constitucional.

Aleccionados por la valiosa, pero ya remota experiencia de la Coordinadora Democrática y de la Mesa de la Unidad Democrática, un exitoso frente electoral sin solución de continuidad,  deben consensuare las plataformas para la transición, como Soy Venezuela, Frente Amplio u otras representativas. De no hacerlo, peligra la transición democrática, pues, teniendo a la Asamblea Nacional como el dispositivo por excelencia, siendo el órgano legítimo del Poder Público que queda del Estado devastado, el cuarteto dominante de partidos (PJ, AD, VP y UNT),  impide el amplio e indispensable consenso, fundado en un Reglamento Interior y de Debates (RIDAN) de inequívoco cuño chavista;  sobrerrepresentados los partidos, como ocurrió con el PSUV y sus aliados en el pasado mandato legislativo; y la situación exigirá algo más que esa correlación de fuerzas, sintetizado en un pacto de reparto burocrático,  afectada doctrinaria y funcionalmente la corporación armada que no es lo que alguna vez fue.

Objetivos muy puntuales de la transición,  como la reintegración de la Fuerza Armada Nacional o el tema económico (artículo 6, ordinales 6 y 7 de la LT),  sensibles áreas de trabajo, exigen de un convincente compromiso parlamentario.   La actuación de la Asamblea Nacional,  innecesariamente reiterada por el Estatuto de marras, como la del control de los actos presidenciales (artículo 14), sugiere una natural polémica que, no por ahogarla, dejará de existir: será necesario reconocerla para consensuar eficazmente sus aspectos más sustanciales.

La recuperación de un mínimo de libertades públicas y democráticas, ha de partir de una doble convicción: de un lado, al  llamado chavismo-madurismo sólo le quedan las armas, pues, a lo sumo, es una minoría política que terminará de estallar apenas transcurra un minuto de desalojo del poder; y, del otro, ha sido una experiencia radicalmente antidemocrática, manipuladora vil de las apariencias.  Además, mal puede ser candidato presidencial, en futuros y libres comicios, quien fue condenado por el el legítimo Tribunal Supremo de Justicia.

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|*|: Foro sobre Consenso y Transición, FORMA, UCAB, Caracas, 13/04/2019. Organizado por el Prof. Ramón Cardozo, llevamos el presente texto, pero la actividad consistió a hacer dos preguntas a cada uno de los panelistas (Stalin González, segundo vicepresidente AN; Edison Ferrer, secretario AN; y LB, miembro de la F16-J), luego sometidos a las interrogantes de la audiencia. 

 

 


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