Venezuela: transición desde el autoritarismo a la democracia
Escrito por Dr. Ángel R. Lombardi G. | X: @lombardiboscan   
Miércoles, 20 de Febrero de 2019 07:25

altEn Venezuela ningún análisis teórico es suficiente para predecir los acontecimientos futuros.

Sólo cunde el deseo libertario de una población humillada, hablamos de millones, desde un maltrato cotidiano por una hegemonía militar con apoyo cubano explícito. La Constitución, abolida; un pacto de país roto y una represión sin disimulos con exilios, muertes y presos políticos configuran una escenografía en que se dibuja una desolada impotencia de parte de la mayoría de los actores políticos pro-democráticos. 

Luego del 23 de enero del año 2019 con la juramentación del Presidente Interino Juan Guaidó podemos afirmar que la transición del autoritarismo hacia la democracia en Venezuela comenzó. Lo más significativo es que hay un plan muy bien orquestado con apoyo diplomático y geopolítico internacional sin precedentes y con el acompañamiento entusiasta de la ciudadanía que retornó a las calles en marchas multitudinarias exigiendo recuperar una vida normal en democracia. Por primera vez hay toda una iniciativa sostenida en el tiempo que los autoritarios no terminan de ponerse de acuerdo sobre cómo responder. En realidad hay evidencias de fracturas, agotamiento y aislamiento de una “guardia pretoriana” a la que se le está dando un ultimátum que de seguro deben estar considerando para salvar el pellejo. Ya que sobre muchos de ellos hay causas abiertas por corrupción y violación de los Derechos Humanos, delitos estos últimos que no prescriben. 

 Además, en éste tiempo de espera, antes del ingreso de la Ayuda Humanitaria establecida para el 23 de febrero, el mensaje que se les está enviando a los militares venezolanos es que sean ellos mismos quienes se sumen a una transición pactada y lo menos traumática posible en alianza con el sector civil pro-democrático. De no entender esto los niveles de conflictividad irán creciendo hasta configurar un cuadro de auténtica guerra. Hoy, la lógica del chavismo “duro”, es la demencia: una marcha de la locura que se fundamenta en una dominación para hacerle daño a la población. Y visto así el problema, su salida no sólo tiene que ser inminente sino indiscutiblemente necesaria. 

Ninguna transición es un plan predecible, por el contrario, el azar predominará ya que la anormalidad es el punto de partida hacia un puerto de aguas más tranquilas. Los mínimos acuerdos entre los defensores del status quo autoritario y quienes luchan para reformarlo hacia una sociedad abierta son imprescindibles y llevará su tiempo. Incluso hay procesos en dónde se avanza mucho y luego hay una reacción de un sector de los “duros” vía golpe de estado que echa al traste con la transición. Para muchos el cese de la actual usurpación representa la recuperación de una sociedad perdida e idealizada y esto no es así. El daño muy grande sobre el tejido social venezolano, aunado a un éxodo de millones de compatriotas, nos podría llevar mucho tiempo recomponerlo. Aunque lo esencial en la hora actual es el cese de la usurpación ya que representa la piedra de tranca de un juego que desde hace mucho tiempo está cerrado. Y qué duda cabe que la confianza y el optimismo volverán a renacer entre una población hoy abatida anímicamente. 

En una transición las reglas del juego político no están definidas porque los diferentes actores buscarán satisfacer sus intereses inmediatos e intentarán diseñar el procedimiento institucional y electoral que en el futuro determinará a los ganadores y perdedores. Algunas experiencias latinoamericanas de transición del autoritarismo a la democracia como la chilena y argentina reconocen dentro de ese proceso un momento de “Liberalización” (recuperar los derechos y las rutinas amables en la cotidianidad) y otro de “Democratización” (protagonismo de la ciudadanía, cese de la represión y libertad de todos los presos políticos y regreso de los exilados, fin de la censura comunicacional y demás). En el caso venezolano, me atrevo a prefigurar algo parecido a lo ocurrido luego del 18 de octubre de 1945: un gobierno de transición que incluirá a civiles y militares; y que otorgará progresivamente un mayor protagonismo a los políticos y partidos hasta conducirnos a unas elecciones fundacionales limpias. La experiencia venezolana de muchas elecciones con participación entusiasta nos ha acostumbrado a ese ritual que bien podría facilitarnos las cosas. Sólo que lo importante es convertir ahora el ritual electoral en cabeza de playa para ahondar en las conductas democráticas basadas en deberes y principios democráticos como formas de vida. Y algo muy importante: no volver a permitir que los militares tutelen nuestros procesos electorales a través de ningún Plan República. Una Democracia es prerrogativa del mundo civil y la función de los militares es básicamente el resguardo de la integridad territorial, hoy por cierto, completamente abandonada con el ingreso impune de grupos guerrilleros como el ELN y FARC. 

Reiteramos que la transición en Venezuela ya empezó y que sólo estamos a la espera del quiebre de la actual usurpación. Además, y esto es histórico: los protagonistas de la transición son endógenos. Hoy en Venezuela tenemos “dos gobiernos” enfrentados; uno legítimo y constitucional representando por la Asamblea Nacional y con el apoyo del 85% de la población aunado al acompañamiento del mundo libre; y otro ilegal y fraudulento con el apoyo exclusivo de los militares y cuyo rendimiento en atender los requerimientos básicos a nivel de servicios en la sociedad es completamente nulo, además, de imponer el actual tsunami económico con una hiperinflación de las más altas del mundo y haber barrido con los salarios. Sostener hoy que el “pueblo chavista” respalda las ejecutorias sociales del autoritarismo en ciernes es contarnos un cuento de hadas. Hoy en Venezuela no hay polarización: sólo un sentimiento nacional de salir de los responsables de la actual tragedia histórica en que nos metieron unos golpistas irresponsables hace veinte años ya. 

A los militares en estos procesos de transición se les invita a realizar un acto de contrición y a subordinarse a los civiles asumiendo un comportamiento estrictamente profesional y de acatamiento a la Constitución. Esa imagen que ellos mismos se han cultivado de ser los herederos privilegiados de la obra de la Independencia llevada a cabo por Simón Bolívar hace doscientos años nos ha costado muy caro. A los militares, no incursos en delitos, se les debe ofrecer en la actual transición un destacado papel, honroso y meritorio, en la recuperación de la vida democrática. Sólo así se podría manejar éste doloroso capítulo de olvidos y perdones aunque siempre con justicia sobre los agraviados y las víctimas. No es saludable para ninguna sociedad el imperio de la impunidad y la amnistía para los desalmados porque echa al traste con todos los valores positivos y edificantes que se desean construir dentro de una Democracia moderna.

La transición terminará cuando la anormalidad ya no sea la característica central de la vida política: cuando los actores políticos puedan confiar en el conjunto de reglas establecidas; en un gran pacto de nación basado en una institucionalidad sólida. Sólo así será posible el tan anhelado reencuentro y reconciliación entre todos los venezolanos.

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